Son las
once de la noche. La ahogada melodía del hilo musical me adormece en
la butaca. A mí alrededor, las otras sillas están vacías. Algunos
rostros cansados se esconden bajo un periódico, o un sombrero. Nadie
desea hablar con nadie, tras alguna cena rápida para correr luego
hasta el aeropuerto. Me agacho, recojo mi maletín. Alzo la cabeza y
observo un relámpago. Espero que no se atrase el vuelo. Hoy una
reunión, mañana otra. Busca entre sus pertenencias la agenda. Busca
el día de hoy, marca lo realizado. Los truenos resuenan. Pasa la
página. Se sobrecoge. Aparece una calavera. Un extraño dibujo. Se
quita las gafas, se frota los párpados. El bolígrafo cae al suelo.
Lo recoge. Levanta la vista. El hombre que tiene enfrente baja el
periódico y le sonríe. Cierra la agenda de golpe. La vuelve a abrir,
puede ser el estrés. La tensión, si es la tensión. Se estremece.
Ahora además de la calavera, aparece un rótulo subrayado.
"Llegó tu hora" Suda. Su corazón palpita con fuerza. No
puede tragar saliva. Se afloja el nudo de la corbata. Se desabrocha un
botón de la camisa. Se suceden imágenes a ralentí. El hombre de
enfrente parece que se ríe a carcajadas. Se ha quitado el sombrero.
Se transforma. Es lo más parecido a una calavera. Baja la cabeza.
Puede ser una pesada broma. Ha cometido el error de ir al lavabo. Si
ha sido eso. Ese hombre burlón le ha abierto el maletín, le ha
cogido la agenda, y le ha gastado una terrible broma. Si, ha sido eso.
Vuelve a abrir la agenda. No hay dibujo ninguno. Sólo una frase:
"No es ninguna broma" No se atreve a izar la cabeza. Sigue
pensando. El sudor ha traspasado su camisa que parece pegada al
cuerpo. Es una alucinación. La cena en el restaurante japonés con
los clientes. Nunca le ha gustado el pescado crudo, ni las algas.
Sonríe. Una carcajada. Siente como la circulación sanguínea golpea
en sus sienes. Levanta la vista. Un relámpago. Sobre la silla sólo
hay un sombrero y el periódico. Se gira de repente hacia un lado. Una
túnica negra. Su cuerpo es atravesado por una guadaña. Sale de su
cuerpo. Las puertas de cristal se abren. Sale con la muerte del
aeropuerto. En la sala sólo queda un cuerpo, y una agenda en el
suelo.
Eugenio
Barragán