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Aeropuerto
de Kim Il Sung, Pyongyang (Corea del Norte)
09:00:00 (+9 GMT, 01.11.00)
1
de noviembre de 2000 son las 00:00 h, al menos eso dice un panel de
chapas rotatorias de los años setenta. El avión sale dentro de una
hora, estoy solo. No hay tráfico aéreo en esta terminal. Mozos
vestidos de azul con una gorra negra y una insignia con el rostro de
Kim Zong IL en la solapa, van de un lugar a otro llevando cajas, el
alfabeto extraño, sólo adivino unas palabras en inglés White Yin
Sen . Espero sentado en un banco de madera, al otro lado del cristal
una pista de aterrizaje vacía, dos contenedores oxidados y una lluvia
fina que cae incesantemente a pesar de este calor. En la sala donde
estoy, un ventilador en el techo de aspas agita el aire, es el único
ruido que escucho, detrás de una puerta de cristal esmerilado unos
militares fuman, sus siluetas provocadas por un foco potente que da
luz a toda la estancia llegan hasta el suelo de sintasol verde, se
mueven, son dos y hablan en voz alta. Miro el final de la pista, cada
doscientos metros hay un soldado con un fusil en el hombro, se
resguardan de la lluvia con un impermeable negro. El campo empieza no
muy lejos, no hay edificios, ni señales, ni luz, sólo esta sala en
sombra, apagada. Han desaparecido las siluetas, es el humo denso del
tabaco que sube hasta un techo amarillo el que avisa que aun hay
alguien en la otra habitación, el humo se ve porque el falso tabique
no llega hasta arriba, como las paredes inacabadas de una maqueta de
madera vista desde lo alto. La luz de la noche aparece cuando todo
queda a oscuras, el rumor de los pasos se agota, todo es penumbra,
tristeza. No hay nada que hacer solo esperar a que el tiempo pase. Me
levanto, voy al lavabo, una puerta de hierro gris, un retrete limpio,
un placa, unas cañerías antiguas y ruidosas. Miro en un espejo, el
azogue se desprende veo mis rostro aun más viejo y cansado. De nuevo
en este banco. Los soldados no hablan, no fuman, el ventilador gira,
los mozos han parado, todo esta en silencio. El aire dulzón de la
medianoche se vuelve nostálgico. Ahora un camión cisterna llega
hasta la cola del avión y rompe la monotonía. Han pasado solamente
cinco minutos. Mientras espero voy pensando todo esto y me acuerdo de
ti, cuando estoy sólo, definitivamente sólo me acuerdo de ti. Me
acompañas tu y una música, una melodía extraña que aparece
trayéndome tu recuerdo. Imposible escapar. Han pasado cincuenta
minutos y sólo dos pensamientos, tu y esa música. Me levanto,
abrocho la cazadora, recojo la mochila de cuero, enseño la orden de
misión al oficial de guardia y salgo a la pista, sigue lloviznando.
Subo la escalera, toda la mercancía colocada ahí dentro, no hay
hueco para más. Enciendo motores, me dan señales de salida, las
balizas rodando, los soldados en la cuneta quietos, la lluvia y esa
música que vuelve cuando mi avión recoge sus ruedas. Esa extraña
melodía que me trae tu recuerdo. Imposible escapar.
José
Ignacio Fernández
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