HIDROFOBIA
Tras
ella cruzó el desierto para alcanzar la ciudad a la que
llaman Armilla. Juntos recorrieron pasajes y canales que entonces,
tras el agotamiento de las noches, le parecieron bellos. Pero
su pasión, como la noche, murió de repente y una
mañana despertó al borde del agua, solo. La maldijo
una y mil veces durante aquellos días de autocompasión
y desesperanza en los que mendigó cariño y comida
al borde de las aguas. Poco a poco, los fríos fantasmas
que habitan los conductos de Armilla comenzaron a visitarle y
a hendir sus gélidas manos en sus huesos poseyéndole
hasta la furia. Pronto la mera visión de sus estanques
y saltos de agua o el fugaz roce de las neblinas que pueblan sus
atardeceres, empezó a confundirle y a hacer que su boca
espumase de ira.
Ha
pasado mucho tiempo desde que abandonó Armilla y desde
entonces ni su alma ni su cuerpo han alcanzado la paz siendo perseguido
sin descanso por los hombres. Dicen que lleva la desgracia allá
por donde pasa, pero no puede evitar esos accesos de rabia que
le acometen a cada paso y que le obligan a atacar a todo el que
se cruza en su camino. Todo por el recuerdo de aquella perra,
de su ciudad y de sus aguas.
Volga
es perro en Armilla