LA
LAGUNA DE ORCO
Como
buen alguacil me paso el día en el Palacio de Justicia
de Armilla y la noche en la Laguna de Orco. Por las mañanas
mi trabajo consiste en mantener el orden en la Audiencia y, si
se da el caso de que el Juez firma una orden de detención,
entonces yo me encargo de ejecutarla.
Conozco
los bajos fondos. Procedo del arrabal; del Barrio de la Laguna.
Crecí entre zaragatas, al lado de gente abyecta a la que
he llevado con placer a la cárcel. Los bergantes me odian
porque conozco todos sus trucos y escondites. En cuanto me ven
aparecer, con mis cuatro brazos y mis cuatro piernas, salen zumbando
como conejo en canódromo. Desde hace tiempo nadie se deja
caer por la Cueva del Rizo porque durante una razzia yo solito
trinqué a veintisiete malhechores que aún hoy están
en la trena. Nadie habla de la Cueva del Rizo porque dicen que
trae mala suerte.
Me
gusta la acción. La Audiencia es aburrida porque, como
me conocen, los asistentes no dicen ni mu y todo transcurre con
normalidad. Prefiero las jornadas en las que se me encomienda
quitar de la circulación a algún tunante. Se me
considera un funcionario eficiente y a mí me motiva que
Armilla sea un lugar tranquilo y saludable.
El
alcaide de la prisión y yo somos amigos y solemos jugar
los domingos por la mañana al tute. Nunca hago trampas,
pero sé que desconfía de mis cuatro manos. El alcaide
bromea y me dice que por mi culpa va a tener que hacer obras de
ampliación en la penitenciaría y que yo voy a tener
que correr con los gastos.
En
cuanto cae la tarde, cojo el destartalado coche de línea
que parte de la Plaza Mayor de Armilla, y me voy a la Laguna de
Orco. Como cada día.
En
la laguna el agua no es potable. Hay un centenar de letreros que
prohiben terminantemente beber. Nadie en su sano juicio lo haría.
Saben que no es leyenda lo que se cuenta de que quien bebe de
la laguna se transforma en un alguacil de agua, es decir; en una
araña que se alimenta de moscas, y que jamás siente
necesidad de dormir.
Yo
ya estoy hechizado. Bebí cuando era niño, cuando
aún nadie me había advertido, ni tenía yo
edad aún para saber leer letreros.
No
me quejo. Todo el mundo en Armilla conoce mi situación
y ser araña no es tan malo. A todo uno se acostumbra. Ya
no recuerdo lo que se siente cuando a uno le vence el sueño.
Cuando
llego a la Laguna de Orco, me desnudo y dejo mi uniforme doblado
en el interior de un edículo que los pastores utilizan
como refugio. Nadie me roba, por supuesto; en Armilla todos nos
conocemos y saben que yo soy el alguacil y no me ando con chiquitas;
que con el doble de brazos, pego doble.
Me
gusta sentir la humedad del barro en mis pies descalzos. Me interno
en el cañaveral y noto un inmediato bienestar cuando empiezo
a sumergir mi cuerpo ceniciento, que se confunde a esa hora con
el color de las aguas. Busco el nenúfar más cercano
y buceo hasta él. ¡ Qué placer sentir el agua resbalando
por mi velluda anatomía !
Cuando
alcanzo la blanca ninfea, mi tamaño se ha reducido hasta
el punto de tener que trepar a la flor con mis ágiles ocho
patas. Aguardo inmóvil a que el aire lacustre me seque.
Contemplo cómo se oscurece el agua. Me pregunto qué
propiedades, qué magia contiene, para lograr mi extraordinaria
metamorfosis.
El
agua corriente que llega a la ciudad procede del río Raudal,
del norte; donde predominan los huertos, las granjas y los bosques.
Yo voy poco por allí. Mi dependencia de la laguna no me
permite excursiones muy largas.
Siempre
llega alguna mosca. Sobrevuela la flor con su indeciso aleteo
y se posa con timidez sobre la blanca flor. Las moscas son seres
tremendamente ingenuos. Salto sobre ella y... ¡Ya está!
Dispongo de unas extremidades potentes que me permiten brincar
sobre mis presas. A las moscas debo atacarlas de frente porque
siempre vuelan hacia adelante. De ese modo no escapan.
Sé
que también yo puedo caer presa de mis depredadores, o
incluso de alguna hembra, que me supera en tamaño y además
suele ejecutar al macho después de la cópula, pero
he aprendido a convivir con el peligro.
Es
más duro soportar, a veces, la soledad. Mi actividad sexual,
lo mismo como araña que como humano, es tan intensa como
la de un pato de goma. Yo huyo de las arañas y las mujeres
huyen de mí. Sienten rechazo por mi aspecto. Aún
sin tocarlas, algunas me han acabado llamando pulpo.
Antes
que empiece a clarear en la laguna, monto en una hoja y me impulso
con las patas hacia la orilla. Luego salto de caña en caña
hasta llegar a tierra firme. Será cuestión de poco
tiempo el que mi cuerpo aumente de tamaño y desaparezca
mi apariencia arácnida. De no ser por mi piel plomiza,
y por los dos pares de brazos y piernas que obligan a la confección
de un uniforme exclusivo, cualquiera en Armilla creería
que soy un humano más.
Bendigo
el agua de la Laguna de Orco que me hace una criatura única
en el mundo, sin embargo... qué felices parecen los novios
en el parque los sábados por la tarde.