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Diletantes en Armilla     asesino · conspirador · diletante · escultor· iconoclasta · mendigo · perro · pintora · roca · vagabundo

 

el relato del mendigo


 

He sido mendigo en muchas ciudades. Un hombre solo, sin ecos ni huellas. Nómada sin patria ni arraigo. Siempre errante por las geografías amables o agrestes que recorrí. Nunca busqué cobijo en palacios, torres o iglesias. Aprendí todos los idiomas y olvidé todos los nombres. Tuve por bandera el tránsito, que es la inexorable verdad de los hombres. Por eso mi vida, mi vida fue la repetición del ciclo con que se conjuga el tiempo. Mudable en el origen, en la materia que me constituye, en el incierto destino de mi carne y de mis huesos.

Armilla sólo debía ser un punto más en la circunferencia por la que discurría mi vida. La descubrí en una tarde de otoño ,cuando la densa niebla que la envolvía se convirtió en velo leve y transparente. La ciudad apareció ante mí con su filigrana de tuberías ingrávidas, sus acueductos imposibles y los espejos de agua donde la última luz se doraba silente, tal y como se dora en el oro barroco de los altares. Armilla, la más bella, no por lo que mis ojos vieron sino por lo que soñaron. Porque el embrujo de la ciudad de agua era su paisaje inacabado. Y yo, el más menesteroso de los hombres, sentí la dicha de completar a mi antojo la arquitectura húmeda que contemplaba.

Armilla no rechazaba mis harapos, ni mi cabello sucio, ni mi barba mal recortada; incluso mi voz aguardentosa se diluía en los racimos que emanaban de fuentes y lagos. Yo estaba destinado a husmear en las cloacas, en los canales alcohólicos donde se embriaga el olvido y donde los olvidados recolectan los deshechos que otras vidas depositan. Y nunca sabré, qué azar o qué centella, o qué repentino capricho atravesó mi mundo establecido

¡La noche se hizo orilla, andén de un último momento ¡. Ella, ninfa preciosísima, aniquilaba gozosa la cordura de mis ojos. La amé en su cabello rojo y en sus peines de plata, en la aurora de su piel y en su vestido de antigua seda. Fui naúfrago en la tempestad de los sentidos . Mis tesoros ,lógicos y meditados pensamientos, se desmoronaron como castillos de arena en el abrazo del viento. ¡Cuántas horas de invierno se abrasaron en la fertilidad del vientre femenino¡. Fue amor en la tiniebla y en el prodigio de quedarme palpitando en otro cuerpo. Y marcharme después, despacio, por los infinitos claustros del agua.

 

 

 

María es mendigo en Armilla

 

 

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