El
hombre de la chamarra negra revisa por tercer vez el tablero de
salidas. La palabra "cancelado" se incrusta en sus ojos.
Desliza la mirada a los avisos de las otras líneas aéreas, y no le
sorprende que en todas exista la misma indicación. Mira su reloj, se
talla la frente, suspira y va a sentarse en una butaca. Sus
pensamientos bullen al compás del vaivén de su pierna derecha:
"
¡Es el colmo! ¡Pero qué mala suerte! Ahora que necesitaba llegar a
tiempo, todos los vuelos se cancelan, dicen que por una tormenta
solar; no entiendo lo que eso es, pero el caso es que está paralizada
la navegación. Justamente son las veintidós horas con treinta
minutos y veintisiete segundos del primero de noviembre de este año
2000; ya deberíamos estar despegando, ahora tendré que esperar a que
abran los vuelos, tal vez sea hasta la mañana, pero no me moveré de
aquí, quien quite y esto se solucione. Qué ironía, cuando me casé
con Magdalena, llegué tarde a la iglesia porque el carro se me
ponchó, cuando nació nuestro primer hijo, llegué tarde a la casa
porque me había ido a una cena de negocios y mi mujer necesitó irse
en taxi al sanatorio. Cuando nacieron los gemelos, se adelantó el
parto y yo andaba de viaje en una convención de la empresa. Cuando
hicieron la primera comunión los niños, a la salida de la casa me
caí y se me fracturó un pie, necesité ir al sanatorio y nunca
llegué a la misa. Cuando cumplió quince años Maguita iba yo solo en
mi automóvil, me pasé un alto y me detuvieron, en lo que alegaba y
la infracción se pasaron quince minutos, cuando llegué a la iglesia
mi hija ya había entrado acompañada de sus hermanos y su madre.
Ahora, precisamente esta noche, en que debería estar a como diera
lugar en Ciudad de México, sucede esta contingencia. Tantos meses
para que el detective me avisara la hora y el lugar preciso en que
Magdalena estaría con otro hombre, y yo anclado en Guadalajara.
Definitivamente, como dice la canción de Mari Trini: mi destino es
llegar tarde, tarde, a pesar de mis andares, tarde..."
Elsa
Levy