Tenía
que escapar de mi vida, pero el destino impedía que me marchara.
Quería morir, alejarme, perderme de todo. Era un día como
cualquiera, pero el cielo tenía un color amapola que mataba mi alma.
La soledad quemaba mis huesos, me quemaba un poco más que de
costumbre. Mis pensamientos estaban siendo unidos por un laberinto de
recuerdos cuando el llanto de un niño hizo que me olvidara de mi
presente. Caminé por el Aeropuerto de la Capital Mexicana, había
gente conmocionada, no sé por qué, no me importaba. Un maletero
impaciente pasó junto a mí y pegó en mi brazo. Una familia triste
caminaba delante de mí, con un aire de melancolía.
Un
hombre llegó corriendo a la puerta de una compañía aérea. Tenía
una sonrisa enorme y pidió el primer vuelo a Zacatecas, pero el vuelo
estaba cancelado. El hombre lloró, y dijo con un tono irónico
"¡Hoy seré padre, necesito ir con mi esposa!" La vendedora
fingió una sonrisa, pero mostraba en su cara indiferencia. El joven
visitó todas las líneas aéreas, ninguna le podía ofrecer un vuelo.
Un
indígena de Chiapas que estaba esperando su vuelo, lloró. Y con un
grito que rompió la esperanza de la gente, comprendimos que la Guerra
Santa que se libra en la selva es el reciclaje de la historia. Pero ya
era tarde, el indígena era el último descendiente de un pueblo sin
esperanza, aniquilado por su creencia. Chiapas había muerto y junto
con Chiapas, había muerto la humanidad entera, pues los asesinatos
mostraban la risa, la burla, el juego y la verdad de nuestros
corazones. Chiapas había muerto, nadie pudo impedirlo, quizá el sol
los había matado pues justo a esa hora iniciaba el ocaso, pero era un
ocaso triste, alejado de los hombres. Las seis de la tarde en punto,
habían terminado con la raza chiapaneca, con un país, con un
continente, con una esperanza, con una verdad. Chiapas había muerto,
pero su fe, había impactado el mundo entero. Por un instante todos
los hombres vimos su rostro de llanto, vimos su cara quemada por el
sol, su piel ruda, pero la indiferencia nos separó de él por la
eternidad y sólo nos olvidamos de él.
Me
alejé de todos, salí del mundo, pero ¿Sólo yo me alejé de todo?
José
Andrade Laurent