CONCIERTO
Comienza
a despejarse el día. El Maestro trae consigo la partitura
que años llevaba en su cabeza, y, que, gracias a una langosta
y a una marmota, logró ponerle fin a ese laberinto musical,
una vez iniciado por capricho, aquí, en Armilla. Se mudó
a esta ciudad atraído por la Casualidad, a quien no conoce
personalmente, pero le dijeron que ella podría introducirle
al mejor coro de ninfas y náyades jamás escuchado.
Y eso es lo que él necesita: voces de las profundidades
para sacar a flote a su Eva Futura, dormida en el océano
desde hace ya muchos años. ¡Ah, si tan solo Villiers estuviera
aquí, ahora y en este momento, en el que las notas saltan
acaloradas en su carpeta, re-escribiendo otro final para esa doncella
con ojos de redes pasadas! ¡Qué final! O, mejor dicho,
¡qué renacimiento le espera a esa dulce criatura de metal
convertida en una nereida por capricho de una pluma virtuosa y
trágica!
Por
la Casualidad, las ninfas y náyades han sido avisadas de
que él llegará y dará un concierto, aquí,
en Armilla. Él las buscará, y ellas ya habrán
leído su obra, para dejar caer de sus labios las notas
que el Maestro guardó durante años en su cabeza.
Así, mientras avanza sobre las calles inexistentes -adivinando
las paredes y las casas, deleitándose por las tuberías,
los grifos, las tinas y las regaderas, sus instrumentos musicales-,
tose un poco, porque sabe que se acerca al lugar donde deberá
levantar su orquesta. Y tose otra vez, porque quiere que salgan
de la tierra los músicos de barro que las ninfas deben
haber confeccionado cuidadosamente la noche pasada. Espera que
el sol los haya cocinado bien, pues el arte de tocar tubería
es muy rudo y si no se han secado lo suficiente no podrán
seguir el vértigo de su pieza musical.
Llega
al final del recorrido. Y, como si desde siempre le hubiesen estado
esperando, un conglomerado de tubos y cañerías,
de grifos y de regaderas imponentes se distribuyen de manera ordenada
en diversas secciones, de lo que sin duda debió o debería
ser, un gran sauna. Asombrado, deja caer su carpeta donde su partitura
descansa, y ésta, al tocar el suelo, suelta unos cangrejos
que él recoge apuradamente para devolverlos a su sitio:
compañeros de un fa sostenido por dos bemoles y una ostra.
Suspira complacido mientras recorre el lugar, verificando, con
buen oficio, que todo esté en orden. "Que nada falte y
nada sobre".
Ahora,
sólo espera a Casualidad y que con ella vengan las ninfas,
las náyades y los hombres de barro. Así, iniciará
el concierto. Y las voces se agruparan desde las tinas donde ellas,
las dulces muchachas de agua, convocarán a la Eva Futura,
dormida y custodiada por el mar desde hace muchos años,
en su cabeza.