-12 GMT -11 GMT -10 GMT -9 GMT -8 GMT -7 GMT -6 GMT -5 GMT -4 GMT -3 GMT -2 GMT -1 GMT 0
GMT
+1 GMT +2 GMT +3 GMT +4 GMT +5 GMT +6 GMT +7 GMT +8 GMT +9 GMT + 10 GMT +11 GMT + 12 GMT
                                                 
                                                 

Aeropuerto de Madrid Barajas (España) (I)
Aeropuerto de El Altet, Alicante (España) (I)
Aeropuerto de El Prat, Barcelona (España) (I)
Aeropuerto de Berlín (Alemania) (I)
Aeropuerto de Cuatro Vientos, Madrid (España)
Aeropuerto de El Altet, Alicante (España) (II)
Aeropuerto de La Coruña-A Coruña (España)
Aeropuerto de Nápoles (Italia)
Aeropuerto de Madrid Barajas (España) (II)

Aeropuerto de El Prat, Barcelona (España) (II)
Aeropuerto de Foronda, Vitoria-Gasteiz  (España)
Aeropuerto de Frankfurt am Main (Alemania)
Aeropuerto de Berlín (Alemania) (II)
Aeropuerto Marco Polo, Venecia (Italia)
Aeropuerto de Madrid Barajas (España) (III)
Aeropuerto de Monflorite, Huesca (España)
Aeropuerto de Badajoz (España)

 
Hacia el Norte
La Tierra a las 0:00 GMT. Inicio. Hacia el Este
Hacia el Sur

 

  

Aeropuerto de Badajoz (España)
01:00:00 (+1 GMT, 01.11.00)


Un gran ventanal atraviesa la sala de espera, tras el, la pista de aterrizaje muestra su desnudez y su soledad. El día se presenta extrañamente inquieto. Ahora llueve, luego no, más tarde el viento sacude los charcos.

Con la nariz pegada al cristal, Daniel mira con curiosidad el vacío que tiene frente a sí. Poco a poco el resto de viajeros va inundando la estancia de voces y ruidos.

El aeropuerto es un pequeño reducto de enormes sillones, altos techos, escasos mostradores y un crudo silencio de horas.

Daniel tiene 9 años, alto para su edad, algo huraño y taciturno, pero sigue pegando su nariz y su lengua al cristal, lamiéndolo con sutileza.

-¡Dani, no seas cochino!, con lo grande que eres y haciendo esas marranadas.

Se gira y observa a su madre, inquieta y con el rostro algo descompuesto. La espera de los aeropuertos la desquician. Habla sin parar con su hermana, gesticula ostensiblemente mientras se atusa, con una especie de tic nervioso, ese mechón de cabello rebelde que se posa una y otra vez en su frente.

El sudor frío de sus manos deja huellas diminutas y húmedas. Con el dedo índice dibuja curvas y círculos, y cuando su madre no le ve, sigue lamiendo la lisa y dulce superficie del ventanal.

Un pequeño avión bimotor, con treinta ventanas a cada lado, dos hélices, blanco y rojo espera en la pista. Cuando llueve, aunque escasamente, el agua golpea su morro de ratón de dibujos animados, y parece que moquea. Daniel esboza una sutil sonrisa, mientras traza un imaginario perfil de aeroplano sobre el cristal empañado.

Ya habrán pasado más de dos horas, y no hay manera de que se restablezcan las comunicaciones. La gente se revuelve inquieta de un lado para otro, y por los altavoces, de continuo, una voz femenina advierte que el retraso se debe a causas ajenas al aeropuerto, a la compañía aérea y a la agencia de viajes.

Daniel se ha sentado en un sillón doble que comparte con otro niño algo mayor que él. Le habla de no se que historia sobre el fin del mundo, que todos se morirán y que no quedará nadie, que es el momento de hacer alguna gamberrada, de saltar sobre el sillón, de romper ese cristal tan grande por el que la gente se asoma nerviosa.

Pero Daniel le mira en silencio, en su interior siente un gran desprecio por ese chico charlatan, por su rostro al que ha empezado a aflorar un sutil bigotillo de repugnante pelusa y algunos granos de punta blanca que casi le hacen vomitar. Aparta su mirada y su atención. Observa como en el televisor de la sala hace mucho que no sale ninguna imagen, un ejercito de diminutas hormigas negras recorren enloquecidas la pantalla de un lado para otro. Fija su atención en esa imagen y piensa que así podría ser la muerte, el final de este mundo que ese idiota de al lado no para de pregonar. Un final sin color, silencioso, un eterno viaje de hormigas a ninguna parte.

-¿Quieres comer algo, hijo?, no sabemos cuando se acabará esta locura.

Daniel mira a su madre y niega con la cabeza. Está más tranquila y le sonríe. Se sienta a su lado mientras le acaricia el cabello. El otro niño se levanta a mirar por el ventanal.

Tal vez tenga razón y esto sea el fin, ¿serán ellos los últimos supervivientes?, ¿habrá mas gente en otros lugares, esperando desconcertados?, ¿estará su padre inquieto esperándoles en el otro aeropuerto, mirando por otro ventanal, viendo caer otra lluvia, temiendo ser, también, el último habitante de un planeta en destrucción?, ¿llorará por ellos? ...si, llorará, como lo hace su madre, disimuladamente, como si de un resfriado se tratara, sin dejar de sonreírle mientras sigue atusando sus cabellos.

Aquel chico se ha pegado al cristal, con las manos arqueadas, intentando mirar afuera, intentando sortear el vaho y la oscuridad. Daniel lo mira ahora con menos desprecio que antes. El ventanal se ha convertido en un enorme espejo que devuelve el rostro con granitos del muchacho, ...y su lengua que lame la fría superficie.

-¡Será guarro!.

 

Jose Manuel Vivas Hernandez

mapa · autores · creditos · ariadna rc

··· cerrar ventana ···