Si
no es ahora jamás será posible. Eso fue lo que me convenció, lo que
definitivamente me impulsó a emprender este viaje. Llamada urgente a
la compañía aérea, conseguir uno de los pocos billetes que quedaban
en primera, preparar un escaso equipaje a escondidas, llamar a un taxi
y llegar al aeropuerto de Alicante, una hora y cuarto antes de la
salida del vuelo. Sin embargo, han pasado más de cinco horas y aún
sigo aquí, adentrándome en el umbral de un nuevo día, cuando son
las 01.00.00 hora GMT. La compañía aérea, en tono conciliador,
arroja sus disculpas a través de los altavoces e insiste en que no es
responsable del retraso. Luego, con toda clase de detalles, acusa a
una tormenta solar de haber bloqueado todas las redes. No sé cómo es
una tormenta solar, ni me importa, tan sólo me gustaría saberlo si
pudiera asesinarla, estrangularla con mis propias manos.
Ahora
él nunca sabrá que en el último momento acepté seguirle. 'Te
esperaré en el aeropuerto de Roma el 1 de noviembre del 2000, con dos
pasajes para el vuelo 348, destino Caracas, nuestro destino... Si no
estás me iré solo.' Ese fue su ultimátum. Lo he pensado durante
treinta y siete días con el miedo anclado en la bahía de las dudas.
He mantenido una batalla sin tregua contra la conciencia, la
responsabilidad, el deber, los posibles remordimientos... La fiel
trabajadora, la buena hija, la entregada hermana y amiga, ha vacilado
durante treinta y siete días entre ser una mujer libre o seguir
siendo lo que hasta hoy ha sido.
¿Y
ahora qué? ¡No quiero volver! ¿Qué compañía de seguros indemniza
la felicidad damnificada por una tormenta solar? ¡Dios mío ese
hombre me irrita! Lee tranquilamente un libro que se ha comprado en el
kiosco y parece más que afectado feliz, como si por primera vez en la
vida pudiera hacer lo que más le apetece sin remordimientos de
conciencia. ¿Será de los que opina que una mujer madura no puede ir
dejando despegar aviones, o por el contrario cree que debe renunciar a
la libertad y seguir sometida a las normas que los demás arbitran?
Seguro que le es indiferente, como lo es para el resto de todos lo que
aquí están.
Hace mucho tiempo que sé que a nadie le importo. Por ello tal vez no
me preocupe demasiado el que se descubra, algún día, que me inventé
una historia de amor para justificar la huida.
Manuela
Maciá