Me
acabo de enterar: todos los vuelos se han suspendido. Causa: una
tormenta en el sol. Estoy solo, en el aeropuerto de Ezeiza, en Buenos
Aires, República Argentina. son las 21:00:00 del 31 de octubre de
2000. Ubicado en uno de los asientos, miro a mí alrededor: muchas
personas. Algunas inquietas. La mayoría conversa, comentando lo
sucedido y los problemas que les implica ese retraso. Yo observo y me
observo. Reconozco que también hay inquietud en mí. Tengo que llegar
a determinada hora y a tal día. Y estoy allí. Veo rostros. También
el mío. En él hay cierta bronca, aunque hay una resignación,
aceptada casi sin protestar, puesto que el motivo de la demora, es
producido por la naturaleza, más allá de la nefasta acción del
hombre. Me encuentro en una actitud pasiva. Aunque mi mente se agita
por momentos y mis sentimientos se mueven inquietos. Hay algunos
nombres que surgen, acompañados de la imagen que ellos representan:
Mis hijos, reprochándome y quejándose. Y tres mujeres, transitando
en tiempo y espacios, adelantándose o retrocediendo. Y yo entre
ellos. Con arrepentimientos, dudas y pasiones. Egoísmo y vanidad.
Soberbia. En un silencio me observo. Pasados unos minutos, levanto la
vista y frente a mí, a varios metros, y sentada en uno de los bancos,
una mujer joven. Nos miramos por breves momentos. Y ambos, en esa
mirada, nos estamos expresando, tal vez, cosas semejantes. Una leve
sonrisa, mostrada en sus ojos, advirtiendo que no le sonríe a nadie
en particular. Es una sonrisa interior, que se ha exteriorizado sin
quererlo, quizás. "¡Soy feliz!", expresa. No siente miedo
ante el fenómeno que se manifiesta.
Se ha
puesto el cielo intensamente rojo. Muchos lo observan. Y muchos temen.
Es como un manto de fuego que amenaza caer violentamente y abrazar a
la tierra. Hay una paranoia que aumenta. Va creciendo. Lentamente, en
algunos. Con prisa, en otros. Hay un miedo, corriendo hacia el
pánico. La temperatura sube.
Me
levanto de mi asiento y voy, sintiendo que debo hacerlo, a sentarme al
lado de la joven. Veo cierta sorpresa en ella, al verme colocarme a su
lado. De inmediato me sonríe, diciéndome:
-¡Hola!
¿Cómo estás?
Sus
ojos en los míos. Me sorprendo también, ante su actitud y
manifestación. Y también le sonrío. La gente a nuestro alrededor,
está inquieta. Van nerviosos de un lugar a otro. Muchos salen y miran
el cielo, asombrados y llenos de temor. Algunos, muy pocos, observan
el firmamento con alegría, sorpresa y asombro. Cómo si fuera algo
maravilloso. Y en realidad, lo es. Extraordinario, y por ello se
disfruta inmensamente. Aunque al mismo tiempo puede ser el final. El
final de todo. De absolutamente todo. ¿O hay algo más que aguarda?
¿Algo más, más allá de la destrucción y el silencio? Algunos lo
creen, por eso son felices. Se acrecienta el rojo. El calor aumenta. Y
se suceden explosiones en la estrella solar. Despide fuego y éste se
expande. Es un inmenso y terrible manto que quiere envolver a los que
de él dependen. Y hay un viento cálido, que aumenta con lentitud.
Con mucha lentitud. Los anuncios sobre la situación se han detenido.
Hay silencio por parte de las autoridades del aeropuerto. Las voces en
los parlantes, han cesado. La gente desespera por ellos. Los empleados
han desaparecido. No hay nadie a quién preguntar. Un perro deambula
por los grandes salones, mirando a sus ocupantes con interés.
- Ahora
estoy sola. Mi marido se fue. Voy a ver a mis padres- me dice, la
joven.
Me mira
inquieta y pronuncia:
-¿Podremos
volar?
- Sí- le digo, apoyando mi mano sobre la suya.
- Mi amor es inmenso- me expresa, mirándome- El ya no lo quiso-
finaliza, sonriendo.
Se ven
luces, como inmensos fogonazos que sacuden el cielo. La mujer se
abraza a mí. "Mi amor es inmenso", continúo oyendo su voz,
aunque ahora, ella está en silencio.
Ya estamos volando. Alisa, ese es el nombre de la mujer. Se encuentra
a mi lado. La veo dormida. Su rostro está distendido. Sonríe. Es muy
bella. El sol brilla con su inocente y preciosa luz. Está calmo, ya.
Volamos hacia él. Una imposible atracción magnética nos atrae. Y un
absurdo sentimiento de felicidad, nos invade. Podría decirse, que
vamos hacia la inmolación. Pero no es así. LO SABEMOS.
Erasmo
Sondereguer