Ya teníamos que estar en el aire, y en el aire es
precisamente donde estoy. Aquí sentado, junto a estos personajes de
la película Gandhi. La verdad es que no me importa mucho. Todo
lo contrario. Me siento afortunado por poder compartir este momento al
lado de gente que nada sabe de mí, ni de mi vida, ni de mis líos de
coco.
Una hora y media llevo esperando esa voz de la
megafonía que diga que estamos preparados para embarcar. Bueno, eso
es un decir, pues tampoco me iba a enterar, porque yo de indhi, ni
papa. Son ya las cinco y media de la mañana. Estoy en un lugar
que pasa de extraño a íntimo por momentos. Indira Gandhi se llama
este sitio. Esa sí que era una mujer con carácter. ¡Oye!,
impresionante su casa museo. Ese día estaba yo muy sensible y sentí
como ella recorría lo que fue su casa, su despacho, su sala de estar
y me contaba cómo sabía que aquella mañana uno de los suyos la
traicionaría...
¡Uf! Se me va la mente. No me gustaría que
pasarán estos minutos. Me siento libre, solo y acompañado. Una vez
que llegue a Francfort esto se acabará. Allí si naces de una manera,
si estudias una determinada carrera, si sigues por un camino, ya
está; no tienes nada más que hacer. Predeterminado e indeterminado
para siempre. Las etiquetas, el encasillamiento o la estigmatización
–¡cómo me gusta utilizar esa palabra!-... No sé qué me pasa. No
sé por qué vuelvo, no sé qué hago aquí sentado, esperando mi
enésima ejecución. ¿Y esto es la vida? No, damas y caballeros, esto
no es la vida. Me hace gracia la gente que viaja a la India para
esperar encontrar algo que no pueden lograr en cualquier parte del
mundo, en su ciudad, en su barrio. Eso de la "Historia
Personal" que decía Paulo Coelho en El Alquimista. Una
tontería, la historia de cada uno está ahí, en cada uno, y no en un
lugar. Cada cual debe seguir sus señales, sólo imperceptibles para
ese cada cual...
¡Joder, no anuncian el embarque! Tengo tantas
cosas que hacer cuando llegue. ¡A ver cómo me han salido las fotos!
Seguro que bastante bien. Ha valido la pena el viaje y ese rollo que
gusta tanto ahora en Europa. Sí, lo de los budas, las reencarnaciones
y eso. Seguro que coloco mis fotos enseguida... El pelo me ha crecido
bastante y, quién sabe, con lo morenito que me he puesto durante
estas semanitas seguro que voy a ser la bomba en Alemania. ¡Eh! No
está mal ese indio. ¿Pero qué digo? Estoy en un aeropuerto,
esperando volver a casa y yo fijándome en lo que no debo. ¡No te
digo! –jaja-. Tendré también que hablar con Jens y decirle que
paso absolutamente de él. Es inútil malgastar más el tiempo en una
historia de ese tipo.
Tengo hambre y no me quedan ni 100 rupias. No debí
darle en un arrebato de generosidad esa propina al nene del rick-saw.
Me trajo volando la verdad, aunque pasé más miedo que emoción en
ese chisme... Voy a echar de menos este país y esta gente. Me he
sentido pleno. Las miradas oscuras de sus ojos, transparentes al mismo
tiempo; esa sonrisa continua; el movimiento de izquierda a derecha de
sus cabezas para decirte sí, entre musical, cómico y ambiguo. Eso
sí que es tener un patrimonio de cojones, y no, nosotros, que
pensamos más en tener casa, coche, vacaciones y nos matamos cada día
con las miradas. Ya nos están llamando. Venga... ya queda menos para
estar en casa.