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Aeropuerto de Madrid Barajas (España) (I)
Aeropuerto de El Altet, Alicante (España) (I)
Aeropuerto de El Prat, Barcelona (España) (I)
Aeropuerto de Berlín (Alemania) (I)
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Aeropuerto de Madrid Barajas (España) (II)

Aeropuerto de El Prat, Barcelona (España) (II)
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Aeropuerto de Berlín (Alemania) (II)
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Berlín

Aeropuerto de Berlín (Alemania)
01:00:00 (+1 GMT, 01.11.00)


     Llegar. Llegar porque es en el regreso donde los viajeros y los amantes pueden parecerse. El parpadeo de los rótulos más escondidos. La resonancia amortiguada de los pasos. La madrugada que trae el retorno de las salidas. En este aeropuerto el fantasma de los otros pasos, aquellos que no se dan en la cinta transportadora, recorre pasillos bajo el parpadeo de los rótulos. La espera.

     Llegar a la sala de los bostezos, donde los ojos postergados, abandonados sin el repliegue de mareas, ni siquiera de la lucidez, te observan y ofrecen. Café. Es malo y desde lo más íntimo del estómago la resistencia es parecida al paladeo de más arriba, a la vacilación cuando se mira el panel donde todavía no aparece el número esperado.

     Llegar al aeropuerto de Berlín a medianoche y pagar el taxi son actos, son consecuencias. En el esqueleto de los actos, el sudor, el cuerpo que queda atrás, lo seco del sudor, el murmullo de los ceniceros repletos. Los actos sin consecuencia, los crímenes. Entrar y permanecer en la cinta transportadora a lo largo de cincuenta metros. Deslizarse entre los parpadeos de los luminosos tras el plástico de anuncios perfectos.

     Llegar es detenerse frente al panel que informa sobre los vuelos y elegir cualquiera que no salga nunca de Berlín. El matiz de las conversaciones en la lengua de los sistemas, de los cristales. La espera, la madrugada. El deseo es culpable de los retrasos y las cancelaciones. En el vestíbulo del pequeño apartamento la mujer se despereza lo omitido. Lo húmedo del sudor resbala hasta el suelo sin pasos que puedan resonar y ser murmullo entre los actos ofreidos.

     Llegar. Llegar porque es el juicio en el que son invocados los viajeros, cada uno por su nombre, cada uno detenido sobre el camino que se mueve. El cambio de estado en la casilla apropiada. El anuncio de la salida que parpadea un instante. La inmovilidad frente a los ojos que ofrecen. La mujer en cuclillas, con las rodillas tan altas que es difícil prever las consecuencias, los actos, la espera.

 

Juan Manuel Navas

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