Me pregunto qué hago aquí, en mitad de la noche
rodeado de gente extraña que desea estar en otro lugar, igual que yo.
Al menos ya tenemos algo en común. ¿Qué hacemos aquí? ¿Por qué
esperamos? A ratos todo me parece absurdo, esta espera sin sentido. Me
siento ridículo después de haber corrido de un lado para otro con el
temor de haberme olvidado un objetivo o una de las películas en el
hotel, o en el taxi, rebuscando en los bolsillos apresuradamente un
montón de liras para pagar al taxista con el temor de llegar tarde o
de haber perdido el pasaporte, para luego encontrarme con esto. Se me
hacía extraño ver tanta gente en un aeropuerto a estas horas de la
noche. Ni siquiera sé por qué elegí este vuelo de madrugada en vez
de viajar por la mañana como las personas civilizadas. Claro que
entonces no hubiera llegado a tiempo al laboratorio para revelar las
fotografías. Siempre llego tarde. Esta vez tendré que vender las
fotos a otra revista a no ser que esperen un mes para sacar el
reportaje de los volcanes. Tal vez este retraso inesperado sea mi
salvación porque tendré un pretexto. De otro modo dudo de que
hubiera llegado a tiempo a coger el avión. Casi me ha aliviado el
comprobar a la carrera que en las pantallas había escrito, junto a mi
vuelo, delayed. Sin embargo un poco más tarde he caído en la
cuenta de que todos los vuelos estaban retrasados, no sólo el mío.
Por eso hay tanta gente. Perderé la conexión de mi próximo vuelo en
Milán. Ya llevamos aquí dos horas. La gente se ha quedado dormida en
los bancos, los asientos, las esquinas. Sólo hay abierto un buffet en
el que se han debido de acabar ya las existencias. Lo que más abunda
son los turistas, algunos duermen sobre sus mochilas, despreocupados.
Y mendigos que han venido aquí a dormir porque empieza a apretar el
frío. Y perros vagabundos de miradas lánguidas, nunca había visto
tanto perro vagabundo, se acercan a ti desesperados en busca de
cualquier migaja. Yo no puedo dormir. He tomado algunas fotos de
personas durmiendo pero ahora me siento culpable, un poco inmoral.
Creo que les he robado un instante de intimidad que les pertenecía;
aunque no he podido resistirme ante esos dos niños, o ante la pareja
de ancianos arrugados y enjutos que parecen salidos de un pueblo de
Sicilia. No sé muy bien qué ocurre. Por los altavoces han repetido
varias veces que se trata de un problema técnico, un fallo en las
comunicaciones, creo, y que los aviones no pueden despegar. Pensaba
que algo fallaba en la torre de control, pero esto va más allá. No
funciona internet ni los teléfonos móviles. He visto ya unos cuantos
hombres de negocios encorbatados desesperados por no poder usar su
móvil o su ordenador portátil para pedir auxilio al exterior. Cómo
me alegro de ser fotógrafo en momentos como éste. Aunque la verdad
es que esto se está haciendo demasiado largo y ya empiezo a tener
sueño. Se me han terminado los carretes así que ya no haré más
fotos. No sé qué hacer con la cámara. Debería dejarla en la
consigna por si me quedo dormido, pero luego tal vez haya mucha cola
para recogerla cuando la situación se normalice. Espero que no
pasemos aquí toda la noche... Cómo saldrán las fotos... el Etna, un
gigante amenazador nevado, algunas fumarolas humeantes, esta semana
estaba en calma... el Vesubio, demasiado civilizado hasta que se
desprende de sus ataduras como un rebelde furioso, demasiadas nubes
para mis fotografías; pero el Stromboli... con sus estallidos como
fuegos artificiales y el magma brillante en la oscuridad. Casi me
parecía ver a Ingrid Bergman ascendiendo por su ladera al anochecer
en aquella película de Rossellini...
Elena
Buixaderas