CONCURSO :: MpA 1997-1999 :: APENAS RECORDAMOS:: LA ESPERA :: CUADERNO DE VIAJES :: BRIAN ENO

INDICE   MUSICA PARA AEROPUERTOS


APENAS RECORDAMOS
IV

por
Rafael Pérez Castells

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El 
viajero despierto

El olor de los aeropuertos
A veces el gusto no es mío
El tacto también cuenta
El sonido de los lugares
Visiones del viajero
Final
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EL TACTO TAMBIÉN CUENTA

 

"El tacto se practica sobre todo en la cama y siempre con una piel de por medio, pero aparte de este hecho exquisito ¿qué otras cosas tocamos, que permanezcan en la memoria? Porque tocar, lo hacemos continuamente; la ropa es roce constante que rápidamente se olvida, y si hay alguna prenda que se nos hace presente durante la jornada, pasa a las perchas del fondo del armario o a un contenedor al uso. Desde que nos levantamos, andamos tocándolo todo: el cepillo de dientes, el jabón, el billete de metro, el filtro de un primer cigarrillo, siempre tenemos algo entre manos, pero pocas veces memorizamos su tacto, simplemente sostenemos las cosas, sólo a veces las acariciamos y la caricia es la base de la memoria del tacto. Alejémonos de la piel en esta conversación, porque una piel que se recuerda, hace olvidar otros tactos útiles.

...Kimpo en Seúl. Se acuerda que olía a ajo, pero ya hemos hablado del olor, ahora nos preocupa recordar lo que tocaron mis dedos en otros viajes. Entre los que vivimos de hotel en hotel, éste es un truco muy útil para adaptarse al cambio: recordar sensaciones anteriores para ponerse en situación lo más rápidamente posible. Y yo soy un ser ordenado, que almacena sus recuerdos en las carpetas de un disco imaginario con los nombres de los sentidos. Allí está el eslabón que me faltaba: la lencería de los teléfonos. En todas las casas, despachos y bares con clase de Corea, se viste a los teléfonos con algo así como unas braguitas o un traje de bautizo; en el país del plástico, su tacto parece descarado y el gesto de coger un teléfono adquiere cierto erotismo.

En México el tacto de la piedra es árido, pero atrae el ensueño de civilizaciones perdidas y esa aridez siempre se puede matar, tomándose un trago de pulque, antes de iniciar la escalada de una pirámide. Allí, en la cima de una de ellas, conocí a un maestro que contaba la historia de los dioses aztecas a un grupo de niños, y vi sus caras de asombro al oír cómo nació Teotihuacán, también - probablemente gracias al pulque - imaginé a otros niños no muy diferentes, nacidos en aquellos días en que los estucos de la Avenida de los Muertos tenían vivos colores. El tacto de la piedra es árido en otros sitios, pero para mí la piedra es más árida en México, o por lo menos eso es lo que recuerdo.

La tierra de ustedes también es seca y al tacto cuartea las manos, pero en otros lugares de su país, es verdad que el verdor es insultante y la humedad recibe entre las sábanas. La memoria táctil debe ser como una lengua invisible de camaleón, que va tocando y guardando la esencia de lo que toca, pues bien, la lengua invisible del viajero reconocerá España por la dura hoja de las encinas o las acículas quebradizas de los pinos al cruzar un bosque, por la fría superficie de una botella de vino y la suavidad de una mesa de pino añoso sobre la que tanto gustan echar órdagos y envites - nunca he entendido esta extraña afición a una partida -, y perderlo - menos, todavía, el placer de la derrota -. También la reconocerá por el pan. En eso se parece a mi país: el pan entre las manos, la harina blanca sobre las hogazas, la vítrea superficie de una barra bien tostada, sin embargo en su tierra abundan las tahonas o boutiques del pan, que ahora las llaman. 

La antigua Albión debió de ser suave y húmeda, como una joven vikinga, aunque ahora se encuentre asediada de construcciones. El que llega allí por primera vez creerá que a las yemas de sus dedos les están esperando los tallos de césped en Hyde Park. Pero en Inglaterra hay otros tactos, que se imponen a los sueños, quizá el más familiar sea el del mango de un paraguas o el de las solapas de una gabardina, y es que se suele tener mala suerte y siempre que se llega a estas latitudes, el tiempo está de perros y lo que queda en la memoria es el continuo quitar y poner de las prendas, y su tacto húmedo. 

En Japón todo se hace a ras del suelo, se come sentado en él, se duerme sobre él, es cama y mesa, pero también es suelo por donde se pasa. Esa presencia absoluta del suelo, lo hace símbolo de intimidad y así el suelo merece todas las atenciones y limpiezas. La primera vez que dormí sobre el suelo de una casa tradicional me olvidé de los otros tactos del Japón. La piel de ese suelo es el tatami. Es piel de cañas de arroz, suave, acolchada y hace que la superficie de un dormitorio sea una cama sin fronteras, con muchas posibilidades para las parejas imaginativas. Esa primera noche, quizá de forma accidental, - y sin pareja - mi mano resbaló del futon hasta el suelo, posándose sobre el tatami. Pasé un buen rato recorriendo pensativo los trenzados de caña." 

El tacto suele estar dormido cuando andamos despiertos y despierta cuando nos vamos a la cama, pero mi viajero era avezado y prestaba atención a este durmiente y promiscuo sentido, del que extraía enseñanzas inesperadas sobre la naturaleza y las costumbres de otros lugares.

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