I N V I E R N O
LA DERIVA DE LAS PALABRAS
La primera palabra de la Odisea es “andra”, que en el texto original griego significa “hombre”, y en la Iliada, en cambio, es “menin” que significa “cólera”. De alguna manera los comienzos de los libros marcan el devenir de la narración y esta toma su curso fiando cada vez que puede el mando al autor pero no siempre sucede así. Cuántas veces los personajes toman vida propia y escriben un libro paralelo, ajeno y a su libre albedrio. Esta deriva de las palabras podría haber desembocado en otra cosa muy distinta si Gabriel García Márquez no hubiera comenzado escribiendo que “El coronel Aureliano Buendia habría de recordar la remota tarde en la que su padre lo llevó a conocer el hielo” cuando escribió “Cien años de soledad”, tampoco Antonio Tabucchi hubiera conseguido convertir a un sudoroso y orondo periodista portugués que escribía necrológicas para El Lisboa y que comía omelettes a las finas hierbas y limonadas, en un héroe contra la dictadura de Salazar si Tabucchi no hubiera comenzado la declaración, que en definitiva es su novela “Sostiene Pereira”, con esa frase con la que igualmente acaba el relato como es: “Sostiene Pereira que le conoció un día de verano. Una magnífica jornada veraniega, soleada y aireada, y Lisboa resplandecía”, ni tampoco el capitán Ahab hubiera rozado la locura persiguiendo a una enorme ballena si en “Moby Dick”, su autor Hermann Melville, no hubiera decidido darle un comienzo tan portentoso como el de “Llamadme Ismael”. Así la obra cumbre de la literatura universal como es “El Quijote” logra, como ninguna otra obra literaria, colocar al lector ya desde la primera frase en el centro de la narración con la inigualable apertura de “En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, rocín flaco y galgo corredor”.
Navegar con decisión por las historias sin tener que sellar con cera los oídos, como recomendó Circe a los navegantes que pasaban frente a la isla, requiere el desafío de Ulises, atarse a un mástil ante el enloquecedor canto de las sirenas, y evitar que el diletantismo y la deriva de las palabras se adueñen de las historias. Acompañar de la mano a la primera palabra y entregarla a la última página, como cuando Odiseo y Palas Atenea firmaron la “eiréné” como última palabra de la Odisea y que griego original significa “paz”.
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