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Aeropuerto Benito Juárez, Ciudad de México (México) (I)
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Aeropuerto de Cancún (México)

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Cancún 2000

Aeropuerto de Cancún (México)
18:00:00 (-6 GMT, 31.10.00)


Sofía sintió alivio cuando las puertas corredizas del aeropuerto se cerraron tras ella. Miró a su alrededor buscando el mostrador de Mexicana. Al localizarlo jaló su maleta con ansiosa. Entregó los documentos a la encargada. Revisó su boleto, la hora de embarque sería a las 18:40 puerta B. Comparó la hora en su reloj con la del vestíbulo: 17:50. Nerviosa recorrió con la mirada a las personas que llegaban. Sentía que cada minuto que tardaba el avión en partir, la ataban a su pasado. Decidió moverse hacia un snack alejado de las entradas. Pidió un café, y se sentó a esperar. Sacó un cigarrillo. Una mano sosteniendo un encendedor abierto se acercó a su boca, ella levantó la cabeza lentamente, el miedo era más quemante que la llama ofrecida. Sus ojos se resistían a pasar más allá del brazo, una voz con acento extranjero la tranquilizó. Su rostro terminó el viaje enfrentándose al recién llegado. Era un hombre delgado, como de cincuenta años, piel blanca. También tenía la mirada cansada. Sofía inhaló profundamente el sabor y, mirándolo fijo, agradeció el gesto. Él, sin pedir permiso se sentó a su lado. Permanecieron sin hablar mirando cada uno sus pensamientos. La gente se movía alterada, empujándose, queriendo ser los primeros en la fila de cada sala de embarque. Sucedía algo a lo que ellos dos, permanecían ajenos. "De qué huyes", creyó Sofía escuchar que le decía. "De un mal amor", pensó responder. Él la miró con ternura y tomándola de la mano, la besó. Ella no reaccionó, era tal la suavidad de aquellos labios, que sintió por cada poro recorrer una emoción olvidada. La miró a los ojos y de forma inaudible iniciaron una conversación en la que todo a su alrededor, quedó fuera. Él regresaba a un país donde nadie lo esperaba, donde el sol se ocultaba al mediodía, y las personas habían olvidado como amarse. Vino a Cancún buscando calor, pero no lo había encontrado porque traía demasiado frío dentro. Ella le habló de sus sueños románticos atropellados en una cama de hotel. Ahora intentaba huir hacia una vida nueva, pero tenía miedo que algo sucediera y le impidiera subir al avión. Siguieron conversando. El café en las tazas parecía aferrarse a los bordes a pesar de las repetidas veces que era bebido. El reloj perezoso no se movía. Sofía y su compañero seguían deshilando las madejas de sus vidas. Un grito de: ¡al fin hay línea! Los regresó a la realidad. El ruido de los altavoces en confusión babilónica comenzó a urgir a los pasajeros que abordaran. Sofía miró al reloj de la pared y al de pulso: 21:50. ¡tres horas habían pasado sin darse cuenta! Una azafata pasó corriendo dando la noticia de que los sistemas del aeropuerto ya funcionaban. Habían estado paralizados sin razón aparente. Él la miró, le tendió la mano. Ella se la estrechó. Dejó su maleta. Abordó por la sala C, rumbo un país donde el calor de su cuerpo abrigaría a otro, que le había ofrecido amor.

 

Laura Hernández

 

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