El jardín de las delicias. Jheronimus Bosch, El Bosco
por Juana Corsina

Te miro benevolente
y me devuelves sombras.
Mientras, el  pasado de un retablo
construye futuros imperfectos.

 

Un dramatismo estrepitoso de particular nobleza
se agita en el apocalipsis del tercer día,
tormento y misterio, símbolo de la moral.

Nacer a la vida y morir
es onirismo en el delirio de crear y ser creado.
De vivir sin perecer
sobre el agua y el juramento,
donde las alimañas persiguen
la circunstancia del hombre.

Tres de tres en un todo,
el porqué de la lujuria
y el fin de la rendición.

Bestia inhumana del jardín de la muerte,
dentro de un sueño despierto de poder y creencia,
de placer y falsedad;
es un paraíso imaginado
sobre un trozo de egolatría.

Dios y Hombre,
nacer y azar.

Secretos del averno
en el interior dormido.
Burlas sobre madera de paisajes planos,
con seres fantásticos.
Inacabado mundo de infinitos sueños sin paciencia,
con ceguera que oculta la ignorancia,
la mendicidad,
la devoción,
la prudencia;
y una paz limitada que sólo Dios conoce.

Eterno purgatorio en los afectos del enemigo
como símbolo original del divertimento.
Venimos del animal y al animal volvemos.

Espectros y monstruos
bajo la ingenuidad del espíritu,
donde una esfera de luz frena las tinieblas
adquiridas, bajo el desenfreno
de las fracturas del hombre.

 

Y de nuevo nacer y morir,
incertidumbres de regreso
en la orgía donde las fieras restituyen al hombre,
para sufrimiento del último paso,
el paso que defiende la soledad.

 

Por eso:

Te miro benevolente
y me devuelves sombras.
Mientras, el pasado de un retablo
construye futuros imperfectos.

 

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