LA P R O S A


 

Un vaso de agua
porLuis Martínez



--Aquí me tienen. Soy el último comunista en esta culminante ciudad de transeúntes. No importa. Se lo pueden decir a la policía, al FBI o hasta la CIA. Vengan por mis piernas, mis manos, mis huesos. Vengan. No existe ni una lágrima de miedo en este rebosante mar. No saben que sólo la tierra cubre, entierra. El cemento, los ladrillos, las varillas, son opciones inútiles, fútiles. Éstos condimentos científicos no afectan a un hombre de agua, de tierra, de allá, de aquí.
El calor se pinta de humano en los edificios, las calles, los faroles, los automóviles, los transeúntes. El sudor estancado por el palpitante invierno corre libre, como río por los rincones de las calles, las avenidas. La mirada del sol ha empezado a oscurecer los cuerpos mecánicos que van y vienen. Parece que está en cada sombra. De sus garras, no existen escapes. Son las doce.
--Soy un emigrante. No sólo de esta ciudad, de esta nación, de este cuerpo, sino también de esta vida. Camino todos los días por la misma calle, a la misma hora de siempre. Nada cambia. Frío…calor…la misma vaina. De ves en cuando notas un perfil extraordinario, una sonrisa tierna, una mirada acogedora; pero la mayoría de veces sólo notas la mirada insegura de los ojos, la prisa de las piernas, las manos torpes precavidas, el reñir y gemir de los taxis, el escándalo de los comerciantes y el semáforo rojo…verde. Aquí me encuentro, con el hambre en los bolsillos. Estoy en mi "lunch-break". Tengo que apurarme. De la media hora que nos "dan", únicamente me quedan veinte minutos. Llevo en mi cartera gastada, consumida, dos miserables dólares. ¡Y con esta hambre!
Es la hora del almuerzo. El único instante donde se puede respirar, sin mirar atrás, el aire artificial de esta ciudad. Los restaurantes, los "coffee-shops", las "pizzerías", los "Mcdonalds", los "Burger Kings", se deleitan de la inmensa clientela.
Todos buscan refugios. Parecen abejas; perdidos buscan un panal. Aparte de querer vencer el hambre, el sol anuncia, demanda, soledad en las calles. Nadie quiere confrontarle. A esa hora se paga hasta por la poca sombra que se manifiesta.
Sólo un ciudadano le hace frente al rabioso sol de las doce. Lleva un "jean" gastado, consumido; una camisa verde, manga corta, descolorida; unos zapatos débiles, casi muertos; y una mirada de dolor en los ojos.
--Tendré que comerme una pizza. No recuerdo la última vez que almorcé otra cosa. Mirando, tras el cristal de un restaurante, una colmena deleitándose de una espléndida comida, piensa resignado--y pensar que también tendré que pedir un vaso de agua al vendedor. A lo lejos se divisa la "pizzería". Apresura el paso. Sólo me quedan quince minutos.
No es viejo el transeúnte. Parece de unos veintitrés años. Lleva cara de mala noche, de muchas, docenas. En su caminar notas la humildad, la simpleza. En su mirada puedes sentir la muerte del sofocante sol. En su forma de respirar puedes entender que es un ser pensante, un joven de conocimientos. Tal vez sepa demasiado para su bien. Siempre mantiene la cabeza declinada. Quizás carga más de una cruz su rosario.
--Soy mensajero. He pasado frío, hambre, enfermedad y calor, estos últimos cinco años; diariamente. Nunca me dejan hacer otra cosa. Camino y camino unas ocho o nueve horas al día. Así puedo matar poco a poco el hambre que traigo desde que me cortaron el ombligo. De la escuela, ¡qué les puedo decir! El hambre no me deja. Leo lo que el bolsillo me deja comprar. En uno de esos libros fue que llegué a la conclusión de que no puedo ser capitalista. Y que me lleve Satanás por ser comunista. Díganle. No existe ni una lágrima de miedo en este rebosante mar.
Sí, él también tiene su historia, sus sueños.
--¡Rayos!, no me echado ni un bocado cuando ya tengo que salir huyendo hacia la oficina repugnante. [Cinco minutos para llegar.]
El transeúnte camina desesperado; masticando una pizza. ¿Se le habrá pasado la hora? Sí, seguramente. Mientras cruza una calle tranquila, monótona, pierde el control del vaso de agua; y cuando los instintos le guían la mirada hacia el cemento, un automóvil rojo, chispeante, reluciente como el sol de las doce, dobla furiosamente, chocándolo.
En un abrir y cerrar de ojos se forma un gentío. El sol…rabioso…está que chispa. Es evidente. Está muerto. Su sangre derramada humaniza el cemento, los edificios, las caras mecánicas, que lo rodean. [Los cinco minutos han cesado.] La calle ahora está desierta; como si nada hubiese ocurrido; como si estuviese muerta. Los rayos solares, sofocantes, asfixiantes, han plasmado los charcos sangrientos por toda la calle tranquila, monótona. Todo parece haber vuelto a la normalidad.
El sol está impenetrable. De sus garras, no existen escapes. Son las doce y media de la tarde. Hoy nadie pudo evadir sus zarpas. Dudo que mañana pueda alguien lograrlo.
Todos han vuelto, rápidamente, a sus quehaceres.


Luis Martínez. Resido en la ciudad de Nueva York, E.E.U.U. Nací en la República Dominicana. Estudié Filosofía y Ciencia Políticas en Hunter College (La Universidad de la Ciudad de Nueva York): graduado con un B.A. en junio de este mismo año. Publiqué una colección de poemas, titulado Espejismo, en junio de este mismo año (A poet born Press, June '99). Empezaré mi maestría en educación en febrero-2000 (concentración: enseñanza a grados k-8: Estudios Sociales (historia). Escribo prosa y poesía en ambas lenguas (inglés y español).

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