PREMIO INTERNACIONAL DE RELATO PATRICIA SÁNCHEZ CUEVAS

PRESENTACION · CONTACTO · PRIMERA EDICION



La cuenta atrás
por Rosendo Sánchez Gómez


Accésit
1ª Edición Premio Internacional de Relato Patricia Sánchez Cuevas

 

 

DIEZ

Algunos dijeron que se parecía a Julia Roberts aunque yo nunca llegué a encontrarle la semblanza. Tal vez tuviera un cierto aire de femme fatale en el que todos creyeron adivinar un turbio pasado inconfesable nada más verla. Puestos a encontrarle un parecido es posible que me recordase en algo a Uma Thurman, uno de mis iconos cinematográficos por aquella época en que en las carteleras acababan de exhibir Pulp Fiction. La cuestión es que no pude apartar la vista de aquella mujer desde el primer momento en que apareció en el patio de la escuela. Era esbelta, casi demasiado delgada para haber sido madre recientemente,— según supe más tarde—, y sus gestos denotaban una gran seguridad en ella misma. Se presentó con naturalidad y prodigando simpatía al cuadro de profesores que a la hora del recreo charlábamos despreocupadamente junto a las escaleras del comedor mientras ejercíamos una relajada vigilancia sobre los alumnos de primaria que correteaban por todas partes.

— Ha sido una suerte que me hayan trasladado a Barcelona —dijo dirigiéndose a mi—. Me encanta esta ciudad.

Nos puso al corriente de que había estado de baja maternal en el colegio que tenía la congregación en la cercana ciudad de Manresa y que al reincorporarse a las clases le habían propuesto ocupar una vacante en Barcelona, en la escuela del barrio de San Gervasio, que aceptó sin dudar.

NUEVE

Todo el mundo empezó a admirarla desde el primer momento. Se ganó a los hombres con simpatía y un cuerpo de modelo de pasarela, y a las mujeres con inteligencia acompañada de buenas maneras. Era poco menos que perfecta, o por lo menos así me lo parecía a mí.

Tardé algunos meses en invitarla a cenar. Me solía quedar hasta última hora de la tarde ocupándome de las actividades extraescolares de las que era coordinador y aquel día, al salir del aula de música, casi tropezamos en el lóbrego pasillo de la planta baja.

— ¿Todavía por aquí?— pregunté esforzándome en aparentar indiferencia.

— He conseguido dejar a mi hija con unos vecinos y me he quedado para corregir unos exámenes con un poco de tranquilidad. ¿Y tú?

— Yo soy un caso patológico de amor al trabajo — dije con cierto sarcasmo, ya que en realidad me quedaba hasta última hora porque nadie me esperaba en casa ni en ningún otro lugar.

Aceptó mi invitación y nos fuimos juntos a una hamburguesería próxima donde degustamos unos bocadillos de dudosa calidad regados con cerveza servida en vasos de cartón.

A pesar de lo poco romántico del lugar, antes de acabar el postre nos estábamos besando con la pasión de quien no ha tenido compañía en muchos años y al menos en mi caso así era.

OCHO

Me ilusioné con aquella mujer como nunca en mi vida. Me parecía increíble que alguien como ella me hubiera escogido entre todos los hombres sobre la Tierra para compartir su lecho, para disfrutar su cuerpo, sus besos, su risa, su compañía… Sí, me había enamorado de aquella profesora suplente como un quinceañero.

El idilio duró prácticamente hasta final de curso; en la escuela intentamos al principio que nadie se diera cuenta, pero la realidad fue que no supimos disimular y pronto todo el cuadro docente estuvo al corriente de nuestra relación.

Los hermanos no lo vieron con buenos ojos y hasta el director me llamó un día a su despacho para advertirme seriamente sobre que no consideraba oportuno que hubiera relaciones entre el profesorado que fueran más allá del estricto compañerismo.

Pero nada podía detenernos. Era lo mejor que me había sucedido jamás y no estaba dispuesto a renunciar a ello. Ni siquiera por una supuesta responsabilidad profesional.

Empecé a frecuentar el apartamento donde vivía con su hija. Después de toda una vida solitaria, de pronto había alguien que me esperaba al acabar con mi trabajo diario y esperaba ansioso el fin de la jornada para ir en su busca y salir los tres juntos a dar un paseo por el barrio o a cualquier sitio. En realidad, el sitio era lo de menos.

— Lo importante es la compañía, —me decía mientras me dejaba abrazarla.

SIETE

Al acabar el curso ella regresó a Manresa con su hija.

Me quedé solo de nuevo en Barcelona durante unos días mientras preparaba los bártulos para mi viaje de cooperante a Guatemala. Cada verano en los últimos años mis vacaciones estaban comprometidas con la organización del colegio para ayudar en la misión que la congregación tenía en aquel país centroamericano. No podía cambiar de planes sin haber avisado con antelación, así que me resigné a mi suerte y prometí que escribiría a menudo.

En Guatemala me reconfortaba el anhelo de que el verano pasaría pronto y esperaba con impaciencia que volviéramos a estar juntos al empezar el nuevo periodo escolar. Escribí unas dos o tres cartas a la semana, a pesar de que ella me respondió tan solo a una, pero no me importaba nada más que hacerle llegar mis sentimientos. En una de las últimas incluso me atreví a insinuarle casi una propuesta de matrimonio. Tanto la echaba de menos.

La misión estaba en plena selva; casi no había agua corriente ni electricidad. Por supuesto no disponíamos de ordenadores ni conexión a internet. Sólo un teléfono en el pueblo más cercano, a ochenta kilómetros de distancia, permitía entrar en contacto con el siglo veintiuno. Allí pasábamos los días comidos por los mosquitos intentando trasmitir a los niños indígenas algún conocimiento sobre una civilización ajena a ellos. Siempre me he preguntado si no sería mucho más digno dejarles en su ignorancia para que no puedan comparar su vida con la de los otros pueblos que están más allá del océano y no crearles falsas expectativas. ¿Nos creemos más felices que ellos porque estamos rodeados de comodidades? Aquel verano me di cuenta de que la felicidad no está en los objetos que poseemos sino en las personas que tenemos a nuestro lado.

SEIS

El tren del estío pasó raudo y la siguiente estación llegó sin demora. El siguiente curso estaba a punto de empezar y mi regreso a Barcelona había supuesto un duro golpe: ella no contestaba a mis llamadas.

Decidí presentarme en Manresa y me acerqué con el coche hasta su domicilio. Llamé insistentemente al interfono de la escalera sin ningún resultado y harto de aguardar opté por caminar sin rumbo por las calles con la esperanza de verla aparecer entre los transeúntes. Se me hacía extraño no tener noticias de ella. Por fin, cansado de recorrer la ciudad regresé a su casa y decidí esperar aparcado junto a su puerta hasta que apareciese.

Empezaba a anochecer cuando otro vehículo se detuvo junto al mío. Allí estaba ella, sonriente, más bella que nunca, ocupando el asiento junto al conductor. No me había visto, así que abrí la puerta de mi coche para salir a su encuentro. Menuda sorpresa se iba a llevar, pensé. Sin embargo, quien se llevó la sorpresa fui yo: ella se había abrazado al conductor del vehículo y ambos se besaban con tanta pasión que aquella escena resultaba obscena para mis ojos. Volví a entrar en mi coche completamente abatido, me temblaban las manos y mi corazón latía a un ritmo desbocado. Respiraba agitadamente, intentando entender lo que sucedía, pero solo notaba que me faltaba el aliento mientras la cabeza empezaba a dolerme de un modo horrible, como nunca me había dolido.

Esperé hasta que terminó aquella despedida que se me hizo eterna y cuando ella salió del vehículo y entró en su casa no tuve fuerzas para seguirla.

CINCO

Aquella noche regresé desolado a Barcelona. Las lágrimas no me permitían ver con claridad la carretera, aunque milagrosamente conseguí llegar. En mi mente sólo una palabra que se repetía sin cesar definía la situación: puta, puta, puta,….

¿Cómo había sucedido aquello? ¿Había hecho yo alguna cosa mal? ¿Por qué razón no me lo había dicho? En mi mente se agolpaban las preguntas. Necesitaba hablar con ella. Necesitaba respuestas. No podía dormir. Según pasaban las horas me parecía más increíble aún que ella estuviera con otro. ¿En qué le había fallado yo? La llamé por teléfono una vez más.

— ¿Diga? —al fin su voz sonó al otro lado.

— Soy yo —acerté a decir con voz trémula—. Te he ido a ver esta tarde y no estabas en casa Te he estado esperando… ¿hay algo que quieras decirme?

Ella pareció meditar la respuesta.

— Lo siento, —dijo secamente—, las cosas han cambiado. Estoy con otra persona. He vuelto con el padre de mi hija y lo nuestro ha terminado.
— ¿Así sin más?
— Así es como debe ser. Tienes que entenderlo.

Y colgó el teléfono tras despedirse con un simple “adiós”.

CUATRO

No era justo. Nosotros nos queríamos. Era evidente. Ella me quería. ¿Cómo podía volver con aquel individuo que la había dejado nada más saber que estaba embarazada? Aquello no tenía ningún sentido. Estaba completamente seguro de que ella me quería a mí y sobre todo no tenía ninguna duda de que yo la amaba a ella.

Cogí otra vez el coche y me dirigí de nuevo a Manresa. El abatimiento había dado paso a la rabia. Ella tenía que entrar en razón. Aquel tipo no era bueno para ella ni para la niña así que yo me ocuparía de convencerla. Una conversación cara a cara sería lo mejor. Así se daría cuenta del error que estaba cometiendo.

Llamé al interfono varias veces con insistencia hasta que contestó.

— ¿Qué haces aquí? —me increpó— ¿sabes la hora que es? Vas a despertar a la niña.
— Tenemos que hablar. Te estás equivocando. Abre y déjame subir.
— No. Vete. No tengo nada de que hablar contigo. Ya te lo he dicho todo por teléfono.
— Abre de una puta vez, —mi voz había subido de tono y algunos vecinos se habían asomado a las ventanas.

La puerta se abrió y subí las escaleras de dos en dos hasta el segundo piso. La puerta estaba entreabierta y ella me esperaba en el rellano.

— Por favor, vete —me dijo casi sollozando en cuanto me vio aparecer en la escalera resoplando y con los ojos enrojecidos por la ira.

TRES

Entré en su casa dando un portazo. Estaba irritado y confuso. Ella me miraba con los ojos bañados en lágrimas mientras atemorizada huía de mis intentos de abrazarla.

— Por favor, vete —repetía continuamente mientras se apartaba de mi.

El hombre que había estado con ella en el coche entró en ese momento en el salón desde la habitación contigua.

— Así que estabas con este tipo —dije señalando al sujeto mientras mi mirada enfurecida se dirigía hacia ella y de mis labios brotaba la palabra “puta” lentamente, como si cada una de las dos sílabas fuese un abecedario completo.

El amante se acercó a mi para intentar sujetarme los brazos y arrastrarme hacia la salida, pero sus gestos los interpreté como un intento de agresión, así que me defendí golpeándole en la cabeza con lo que encontré más a mano y que resultó ser un contundente jarrón que se rompió en mil pedazos a causa del impacto; el hombre cayó al suelo desvanecido mientras algunos fragmentos del recipiente le habían cortado la cara que sangraba profusamente.

— ¡Le has matado, hijo de puta! —gritaba ella horrorizada— ¡ Le has matado !

La niña se había despertado con el griterío y empezó a llorar desde la habitación. La madre se dirigió hacia ella para cogerla en sus brazos. Intuí que intentaba salir corriendo del piso con la niña pero me interpuse en su camino cerrándoles el paso en la puerta de la habitación.

DOS

Al verse acorralada con la niña en brazos se acercó de un salto al perchero que había junto a la cama y sacó una pistola de entre las ropas del hombre. Deduje que el amante debía ser un policía o un vigilante jurado. Me quedé petrificado observando la pistola con la que me apuntaba. Nunca había visto una de cerca.

— ¡Déjanos salir! —me gritó sin dejar de apuntarme con el arma.

No sería capaz de disparar, pensé. Ella me amaba. Tan solo estaba nerviosa por la situación. Me aproximé a ella mientras la veía retroceder con la niña hacia el balcón de la habitación que estaba abierto de par en par.

— Tenemos que hablar —le dije mientras me acercaba a ella con el brazo extendido para quitarle el arma.

El disparo sonó como un trueno y al instante un dolor agudo se apoderó de mi abdomen. Instintivamente le propiné un empujón con todas mis fuerzas mientras ella soltaba la pistola como consecuencia del golpe y perdía el equilibrio precipitándose contra la barandilla del balcón. El tropiezo de la cadera contra la baja barandilla sumado al peso de la niña en los brazos provocó que la pequeña se soltase del abrazo de la madre y ésta al intentar sujetarla en una última tentativa desesperada se precipitó al vacío tras la niña.

Oí los gritos de ambas mientras caían, después un golpe sordo y por último un silencio, sólo roto por las sirenas de las ambulancias y de la policía que cada vez sonaban más cercanas.

UNO

He recogido la pistola del suelo. Me duele mucho el vientre mientras intento taponar con mi mano la herida de la que no para de manar sangre. Estoy sentado en la habitación mientras trato de entender qué es lo que ha sucedido. Yo sólo quería estar con ella y todo ha salido mal.

No tiene sentido. Nada tiene sentido.

Nunca he usado un arma, así que supongo que lo estoy haciendo correctamente. He introducido el cañón en mi boca y estoy apuntando hacia el paladar donde supongo que la bala al atravesarlo alcanzará el cerebro.

Estoy decidido. He iniciado una cuenta atrás : diez nueve, ocho… es curioso lo que se puede llegar a recordar en tan solo diez segundos…, siete, seis, cinco, …. al llegar a cero apretaré el gatillo…., cuatro, tres, dos,…uno.

Ha llegado el momento.

CERO.


© Rosendo Sánchez Gómez


 

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