PREMIO INTERNACIONAL DE RELATO PATRICIA SÁNCHEZ CUEVAS

PRESENTACION · CONTACTO · PRIMERA EDICION



Siempre
por Ernesto Navarrete


Accésit
1ª Edición Premio Internacional de Relato Patricia Sánchez Cuevas

 

 

Las 06.30 h era la hora que arrojaba el parpadeo del despertador de la mesilla de noche donde Silvia siempre despertaba. La casa estaba en absoluto silencio y la penumbra se rompía exclusivamente con los destellos del neón verde del despertador. Hacía ya tiempo que Silvia había notado como el color se le había ido de su vista y ya sólo distinguía grises y blancos, aunque no le había dado demasiada importancia y era ella la que con su imaginación le ponía colores a los objetos.

Alex, su marido, continuaba dormido aunque ya sabía que estaba dormitando pues pronto saltaría de la cama para atacar un nuevo y duro día de trabajo.

Lo primero para Silvia era hacer la ronda por los dormitorios de sus hijos y verificar que todo estaba bien. Laura , la mayor, contaba 18 años y su dormitorio era un verdadero torbellino de papeles, fotografías de amigas y amigos, ropa por los suelos y un inacabable catálogo de CDS. Dormía siempre con la música encendida y no pasaba una noche sin haber leído una buena parte de sus libros. Siempre leía dos a la vez.

Silvia apagó el CD de El Canto del Loco y cerró la puerta para que disfrutara de la media hora de sueño que todavía le quedaba. A continuación se asomó al dormitorio de María, su preferida, tenía una forma de ser que se alineaba con ella desde que salió de su vientre, desde pequeña hicieron una simbiosis permanente que hasta sus hermanos respetaban, no tenía que cruzar palabra con ella para saber lo que tenía que hacer o decir, raramente discutían y entre ellas mismas se admiraban y respetaban. Últimamente María había cambiado algo, la notaba un poco mas seria pero no triste, pensaba que serían los primeros cambios hormonales de una niña que se iba convirtiendo en mujer, sus 15 años se dejaban ver ya y de cualquier modo la alegría de sus ojos revelaban una felicidad plena en permanente complicidad con su madre. Silvia recogió la ropa tirada por el suelo y apagó el móvil que señalaba 15 mensajes recibidos. Últimamente se escribían textos ininteligibles con un tal Juaco, hecho que no disgustaba a Silvia.

Continuó hasta el final del pasillo y pudo observar cómo Sergio se había quedado dormido con la luz encendida. Su cuarto era el más ordenado debido a que con sus 10 años todavía el orden del padre se veía reflejado en su cuarto, Unos cuantos Warhammer desperdigados por la mesa y tres pares de zapatillas de deporte eran los únicos elementos de desorden, apagó la luz y cerro la puerta.

¡Empieza el día ¡ expetó Silvia y con ánimos renovados comenzó sus tareas, esas que siempre hacía con humor y la alegría propia de una madre que sabe que todo está como debe de estar. Su primer desayuno siempre lo hacía en soledad, le gustaba disfrutar de su pequeño momento matinal ya que luego, cuando todos se levantan, la casa se vuelve un remolino de idas y venidas, de prisas sin destinos, quedándose al final sola y con todo hecho unos trapos.

Encendió la radio y saboreando su primer café empezó a pasar revista de las “tareas” que el día de hoy le iban a exigir. Sería un día importante en la vida de Laura ya que mañana tenía que presentar su redacción literaria en el Colegio y llevaba ya varios días atormentada por cómo estructurar el escrito. Para María las tareas de Silvia se tenían que centrar en educar cómo comenzar a tratar estos temas escabrosos de los primeros amores. La esquiva tristeza que Silvia detectaba a fogonazos en María tenían que ser los primeros males de amores y ella tenía que ayudar a su hija en cómo entenderlos y manejarlos. - Será una buena conversación pensó Silvia – como queriendo disfrutar de estos momentos que toda madre ha estado esperando desde que le ponen a su hija en sus manos dentro del paritorio.

Respecto de Sergio las funciones de madre se reducían mucho, su joven edad y su imaginación ilimitada hacían que velar por él se redujese a controlar sus movimientos y controlar que éstos no conllevasen peligro. Sin embargo había algo nuevo en Sergio, eran meses ya los que Silvia notaba un cambio en él. Su alegría se había encogido algo y su vida interior parecía haber florecido con fuerza, llevaba tiempo observando cómo Sergio disfrutaba en soledad y a veces incluso le vio reír estando sólo. Los amigos seguían contando con él y con ellos Sergio también disfrutaba, pero había algo que había cambiado en Sergio, parecía cómo si se divirtiese consigo mismo mucho más que antes. Silvia sabía que eso no era malo pero le intrigaba no saber cual era la causa de ese misterio. A lo largo del día de hoy esa sería su tarea maternal para Sergio.

Alex entró en la cocina y aún algo dormitado se puso el café en el microondas y sonrió como sólo el sabe hacerlo. Sacó la ropa de los niños del tendedero, puso más alto el sonido de la radio y comenzó a organizar la ropa del día de cada uno. A por ellos –exclamó– y con la alegría de un niño más comenzó a despetar a los críos con chistes y canciones. Era la señal, pensó Silvia, del comienzo del día. Se levantó de la silla ya con su primer café dentro y corrió a su dormitorio para arreglarlo. La cama, el armario, la ropa, el baño… todo seguía el orden de un rito no escrito que terminaba siempre con la limpieza especial del marco de plata donde una foto del matrimonio recordaba una estancia en una playa de Andalucía. Curiosamente esa fotografía siempre aparecía manoseada en sus bordes y todos los días Silvia se atareaba en dejarla nuevamente limpia. Nunca había conseguido saber quien era el que manchaba el marco y sin embargo todos los día ese marco había sido tocado. Observando la fotografía Silvia y Alex parecían felices tumbados en la arena con un mar al fondo que tenía que ser de un azul perfecto. Eso imaginaba Silvia ya que su problema del color lo suplía con la fuerza de su mente.

En un santiamén la casa se había quedado vacía, Alex cogió a todos, les dio un repaso militar sobre su aspecto. Limpieza, peinados, ropas, mochilas y una vez aprobada la revista se despidieron con la misma alegría con la que se habían levantado.

Quince minutos de trasiego por la atormentada circulación de Madrid y ya estaban en el colegio. Silvia se quedó con Sergio y se despidió de Alex, las demás se reunieron con sus respectivas compañeras de colegio y la familia se desperdigó para sus propias tareas pero con ese cordón invisible que tiene el sentimiento familiar de estar juntos aunque alejados. Silvia acompañaba a Sergio por el pasillo, le veía sólo aunque tranquilo, volvía a estar en esa especie de trance que últimamente había despertado la curiosidad de Silvia, pero no hacía nada. Entonces comenzó a hablar con él. Sergio le indicó que estaba descubriendo lo que significaba la amistad y que debido a ello habían existido una serie de contratiempos que le habían hecho daño. Sus amigos Manuel y Nacho habían comenzado a estrechar amistad con otros chicos de la otra clase y él se sentía desplazado. No es que se hubiese peleado con ellos, pero sí tenía un sentimiento que no podía describir, que le enojaba por dentro y le hacía sentirse mal. Silvia cogió a Sergio de la mano, se detuvieron y le miró a los ojos:

—Sergio, comienzas a percibir los sentimientos que dan valor a la vida misma. La amistad con alguien no significa la posesión de su voluntad. Es precisamente lo contrario, la amistad sincera expresa precisamente la libertad de estar juntos porque así lo queréis, lo que a uno le hace feliz es ver al otro feliz. Tu amistad con tus amigos debe permitirte disfrutar de la felicidad de ellos. Cuando transmites que eres feliz al estar con ellos es por que ellos son felices al estar contigo y también debe ocurrir cuando ellos o tú estáis con otros. Entonces, cuando te sientes feliz porque tus amigos se lo han pasado bien, y lo trasmites con sinceridad, entonces estas disfrutando de tu felicidad y ellos, ellos, también disfrutarán de la tuya.

Sergio se quedó pensando un rato en silencio. Continuaba cogido de la mano de su madre y entonces dio un pequeño respingo como entendiendo lo que Silvia le había dicho.

—Entonces mamá.. Si yo me hago sentir bien porque mis amigos se lo estén pasando bien con los otros niños. ¿Ellos serán felices por mí?
—Así es. Contestó Silvia.
—Entonces mamá. Si yo me lo paso bien con otros niños, ellos no se tomarán mal ¿No?... y también serán felices al verme pasármelo bien ¿No?
—Así es. Reafirmo Silvia.
—¡Gracias mami!

Sergio salió corriendo al patio y comenzó a corretear y jugar con sus compañeros de tal manera que a Silvia le resultó imposible poder darle un beso de despedida.

El día era fabuloso, con un sol que empezaba a brillar con fuerza y un cielo que Silvia se imaginaba de un azul celestial.

Laura seguía angustiada con su redacción. Nada parecía agradarle, no era capaz de darle forma al texto que había escrito y cada vez que lo volvía a leer era como empeorar la situación. No se sentía bien y la responsabilidad de ganar el concurso literario le iba pesando cada vez más. Ello era debido a que en su familia había existido en la anterior generación una escritora de cierto prestigio y de la cual había leído toda su obra. Ella se veía como su tía abuela y deseaba comenzar su carrera de escritora sin desmerecerla, sin embargo el género narrativo de su antecesora no le iba nada bien a Laura y por mas que se empeñaba sus texto no le resultaban nada agradables a la lectura y de ahí su angustia.

Silvia cogió el texto y lo leyó en voz alta, Laura se sonrojaba cada vez que un pasaje le resultaba cursi y poco menos que se lo quería quitar de las manos de su madre. Silvia continuó hasta finalizar el texto y tras una pausa dijo

—¡Laura, es perfecto!. Precioso. Tienes el mismo don que tuvo tu tía abuela. ¡Que suerte!
—¿Tú crees mamá? No estoy nada convencida de lo que he escrito. Le falta sintaxis y la función expresiva no se lleva con el contenido. No creo que pueda ganar y lo que es peor. No estoy convencida de él.

Silvia se detuvo un rato y ojeaba las páginas una y otra vez. Al rato y viendo que Laura se mantenía en silencio le indicó.

—Oye Laura. Has utilizado un género narrativo en este texto ¿No?
—Sí. Respondió Laura.
—Sin embargo has entremetido muchos diálogos entre tus personajes y eso enturbia la lectura…Si lo pudiéramos arreglar.

Laura se quedó pensativa unos breves segundos. Silvia callaba. En unos segundos apareció una pícara sonrisa en la mejilla de Laura.

—¡Mamá, le voy a dar un giro al texto y lo haré en género teatral!. De ese modo me permitiré dar mas contenido a los diálogos, explicarme más y dar continuidad al texto que me resultaba algo farragoso.

Silvia no pudo decir nada y antes de darse cuenta Laura la había dejado y se había puesto como enloquecida en su ordenador de clase a corregir su texto.

—Gracias mami por tu observación. Ahora sí estaré contenta con mi trabajo y creo que podremos acceder siquiera a ganar el concurso.

Era ya medio día y Alex había llamado por teléfono a todos sus hijos. Todo estaba en orden y el continuaba con su trabajo. Los recientes cambios en su responsabilidad le obligaban ahora a viajar más de lo debido y mantenía el contacto con todos a través del móvil. Alex se sentía feliz, siempre había sido un hombre alegre y con una vitalidad envidiable y ahora con todos sus hijos se veía como el patrón del yate y el responsable de llevar a buen puerto este proyecto de familia que habían construido Silvia y él y que por lo visto no iba nada mal.

Cada vez que Alex tenía un hueco en su trabajo se acordaba de todos, también de Silvia. En los viajes fuera de Madrid, donde tenía que dormir fuera, los momentos de hotel eran los mejores para recordarla y para disfrutar de lo bien que estaban hechas las cosas. Los niños estaban educándose como ellos querían, el trabajo permitía el disfrute familiar y el proyecto de vida en común se desarrollaba conforme a lo deseado por los dos. Es verdad que les faltaba tiempo de estar más juntos pero esa merma la solventaban con la imaginación y con el sentimiento de felicidad mutua que ambos disfrutaban. Es lo que ellos definían “sentirse bien” y que como desgraciadamente habían comprobado con otros amigos, no estaba al alcance de todos. Por ello era mayor razón para disfrutar del momento.

Una nueva llamada al móvil de Alex la hace salir de sus recuerdos y problemas en Barcelona le sumergen nuevamente en la vorágine del trabajo que le tendrá esclavo hasta bien entrada la noche.

A la salida del colegio Silvia observa cómo María conversa con un chico de su clase. Iba a acudir a su encuentro pero el instinto femenino le hizo quedarse quieta. Estuvo un rato largo observándoles en la distancia y vio cómo el chico cogía de la mano a María y ambos se alejaban dando un paseo. A Silvia le recorrió un escalofrío por su cuerpo. No necesitaba volver a ver en color para notar que algo nuevo le va a ocurrir a María, estaba siendo testigo de ocasión del primer beso que su hija recibía de un chico. Acurrucada en un portal de la calle y observando a la pareja, a Silvia se le escapó una lágrima que le llegó a mojar sus labios.

Ya de regreso y observando que la tarde se iba echando encima y el color del cielo tenía que estar perdiéndose, Silvia se atrevió a comentar con María lo sucedido. Al principio la niña tenía vergüenza de expresarle a su madre sus sentimientos pero Silvia poco a poco fue abriendo el corazón y ambas comenzaron a expresar sus impresiones sobre el nuevo campo que María comenzaba a descubrir.

Mientras María le explicaba a su madre la conversación que había tenido con su amigo Juaco, Silvia recordaba esos mismos momentos que ella vivió cuando era niña y tuvo su primer encuentro amoroso. A veces Silvia se evadía de la conversación y volvía a recordar sus primeros encuentros, pero María enseguida le espetaba y retomaba su conversación acelerada.

Más de una hora estuvieron madre e hija paseando por la calle y hablando de estos primeros encuentros con el sexo opuesto. Se cogían del brazo, a veces María llevada por su desenfreno se le adelantaba a Silvia y sin parar de hablar continuaba su conversación caminando de espaldas y cogiendo a su madre de las dos manos. Otras se echaba en el regazo de la madre y le expresaba lo feliz que se sentía. De esta manera llegaron a casa.

Eran ya cerca de las diez de la noche y Silvia sabía que ya tampoco había color en la vida real. Las luces de la noche y el cansancio acumulado del día hacían de estos momentos los más propicios para el descanso. Alex había llegado y de inmediato se había puesto a hablar con sus hijos para comentar todo aquello del día que no se habían dicho por teléfono. Para Alex era con diferencia el mejor momento del día. Podía comentar las actividades de cada uno, controlar las emociones de los tres y seguir con rigurosidad las desviaciones que sobre lo trazado con Silvia cada hijo podía tener. Después, la cena y la ropa de mañana. Algo de estudio de los chicos y poco a poco cada uno va cayendo en su sueño.

Alex habla con Silvia de todo aquello que le ha ocurrido en el trabajo, de los niños y de aquellos planes de futuro que ambos sueñan para cada uno de ellos. Poco a poco el sueño comienza a conquistar las voluntades de ambos y la conversación se va apagando. De vez en cuando entre sueño y conversación se adivina una leve sonrisa en los labios de Alex como atisbando nuevas alegrías para mañana. Al final el silencio de la noche domina la casa.

No habían pasado cinco minutos del entresueño cuando Alex se ve sorprendido por la invasión en la cama de sus tres hijos capitaneados por Sergio – ¡Papá, papá que se nos olvidaba el beso a mamá¡- Alex se incorporó riéndose y cogiendo en su regazo a los tres, se acurrucaron en la cama, tomaron el marco de plata que estaba en la mesilla y todos dieron un beso a la fotografía donde Alex y Silvia aparecían en la playa. Nuevamente dejaron el marco señalado de besos y manos.

Finalmente se despidieron y volvieron cada uno a su cuarto. Alex se recostó en la cama y repitiendo una enorme sonrisa apagó la luz y pensó —!Mañana será otro gran día¡—.

 

© Ernesto Navarrete


 

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