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Para Ariadna en sus primeros veinte años

por Xavier Llamas

 

Los amigos Polo y Pérez Castells viajaban juntos por el mundo llevando la buena nueva de un ignaro y remoto mineral que, bajo sus múltiples formas, parecía servir para casi todo. Los dos, de estirpe científica, devenidos en promotores y negociadores, extrañamente añadían a sus indudables dotes una pasión por las letras, por el espíritu y por la inteligencia comunicativa.

Necesitaban una forma inmediata, efectiva y eficiente para la propagación de sus inquietudes. De acoger y robustecer con las herramientas de la modernidad lo que fluía de sus activas mentes y aquéllas de, en breve plazo, creciente número de colegas y cómplices en el delito de la creatividad literaria.

A su vera estaba el guru cibernético, respondiendo al nombre de Pedro. Y sobre esa piedra edificaron Antonio, Rafael y Díaz del Castillo con cinco otros artífices, el edificio ahora veinteañero, bautizado Ariadna, la de la cabellera al viento, símbolo de la vasta dispersión que sus páginas lograban y siguen logrando en el ciberespacio. Veinte años no es nada, lo son todo. En este diciembre tenemos a la vista el número setenta y siete, si lo quisiéramos cabalístico. 

Me regocija y siento soplo de nostalgia al recordar cómo fue muy al principio que tuve generosa acogida en su seno. Mi inconstancia se encargó de solamente seguirla a la distancia y ahora agradecer la oportunidad de poder felicitar a Ariadna, a sus creadores y setecientos cincuenta colaboradores, deseándoles viento de popa por otros veinte y los que sigan.

Diciembre 2017

 

 


© Xavier Llamas

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