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Ensayando la vida/Partimos al alba

por Eduardo Escalante

 

Ensayando la vida

Cada canción que escuché me dijo que esperara.
El pájaro parpadeando en el barro sucio
Era sólo una palabra varada.
Hizo mis latidos cardíacos desgarbados aturdidos
y teniendo lugar.
Me enredé en los ritmos que elegí,
seducido por golpes y lentejuelas. De tanto
doblar, todo se rompe y gimoteé ante
el cebo que colgaba sin aliento.
Ahora, después de tantos años, doy la vuelta
y veo el brillo a la deriva en mi estela
y mezclándose con la suciedad. Mis sueños sin luz
se empujan alto en el estante. Están envueltos y atados,
no puedo ver y contemplar el dolor,
y lo que me ataba al suelo.
Reuní puñados de cenizas, oscuros
como la tinta china,
los martillé en la médula y en este cráneo grueso,
suficiente para exorcizar la gentil maldición
de los sueños. Sí, apunté por misericordia,
pero vino solo cerca como construir una jaula
alrededor del corazón.
Empujé el cuerpo para ser dejado
conmigo mismo. Necesitaba un lugar para abrazarme
hasta que cada hoja se sacudiera plateada.
Ya lo había hecho y era humano.
Prediqué, encogiéndome de hombros,
“Sentir, que veinte años no es nada”.

 

Partimos al alba

EN LA PEQUEÑA ajetreada
galaxia del jardín,

donde los claveles
son todos de color rosado brillante

y toman el sol como planetas
en la luz de la mañana.

Miras
el camino bajo un cielo
no siempre prístino.

Los ojos escuchan
los tonos altos y bajos para comprender
lo imperfecto perfecto,

aunque los zapatos gimoteen.

Sin tocar
la repetición y sin control remoto
y sin encender una luz roja.

Se omite el escape gutural
de un largo túnel
y las malas hierbas.

Se presiona el suelo
en el orden preciso. Nada se traduce
en una inclinación.

No hay tiempo para doblegarse
a las fluctuaciones de las estaciones,
es batalla de voluntades.

La cara fresca mirando
al frente
con instintos gruesos.
 
Cada día eligiendo
los botones anaranjados y alzados hacia
algún rincón del universo o de este suelo

 

Jugamos
el juego “a ti te toca”
sin canturreo solipsista.

Parece ayer
y son veinte perfectos finitos.
Veinte.

Se siente,
veinte años
no han sido nada.

 



© Eduardo Escalante

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