índice XX aniversario

Sobre el paso del tiempo

por Axel Del Amo

 

                                   

                                             I

Caminaba por Madrid, un día gris de un gris invierno
Arguelles tenía algo como de fotografía vieja, el frío
entumecía los  huesos y cortaba, lejos, desde el fondo del Mediterráneo,
sus muertos nos miraban.
Los obreros sorbían el café caliente, tras el menú modesto en manteles de papel,
lagrimas de lluvia golpeaban los cristales.
Habían muerto los dioses, los poetas, y yo buscaba encinas polvorientas,
aves que se marchan, ventisqueros de memoria.
La crisis vaciaba los bolsillos y los ingenios afilaba
y la vergüenza reventaba las costuras de un país en decadencia.
En mitad de una ciudad grande, habitaba una inmensa soledad acompañada.
Los años habían pasado,  fugit irreparabile tempus,
y yo paseaba, solo, después de veinte años,
las mismas baldosas grises por donde muchos anduvieron, y ya no están.

 

                                                      II

Los recuerdos carcomidos de los días felices
de soles de la infancia, atardeceres morados lejos de casa
con la patina del tiempo barnizando cada instante en mi memoria
en el transitar inexorable de los días y las cosas.
Con las mujeres, como con las editoriales,
conviene ser estoico, había que acostumbrarse
a recibir un no por respuesta.
Y soñábamos, jóvenes, atontados, timoratos
pensando que el futuro, sencillamente, era otra cosa.
Quedan tan lejos, los primeros veranos en pueblo de la Alcarria,
las meriendas de pan y chocolate, las carreras por los olivares
donde mi abuelo se ajaba las manos,
 los inexpertos vencejos que aterrizaban en mis ventanas luminosas
cuando aún no existían la prisa ni las preocupaciones,
sólo esa felicidad  serena, el atardecer tranquilo en un pueblo de la Alcarria,
donde un niño con gafas, coleccionaba pájaros y arreboles.
                          

 

                                                       III

Lejos, muy lejos, en el lejano mar de Salomon, en la remota
Papúa Nueva Guinea, los hombres vivos
acuden a la isla de Tuma a encontrarse con sus amigos muertos.
Allí se abrazan, intercambian regalos, recuerdos de un tiempo muy antiguo
de cuando estaban vivos, de cuando crecían juntos bajo el Sol de Milne Bay,
intrépidos argonautas del Pacífico, hombres, solo hombres.
Reconforta visitar a los amigos muertos
incluso aquellos, a los que nunca llegué  a conocer,
ignorando el suelo donde yacen, transcurridos muchos años
y visitar el pequeño pueblo donde habitan, renacidos, jóvenes,
entregados a una continua francachela.
Y recordar cuando fuimos jóvenes, lozanos, audaces
con estos u otros cuerpos, una existencia atemporal,
donde el olvido y la memoria no existen en el diccionario.

 

 

                                                   IV

El tiempo iba pasando, con ese crepitar sereno
y sin darnos cuenta, se habían ido veinte años.
Los ajados poemas, los desconchados bares
las plazas con estatua y los cines del centro,
el  viejo Madrid de los Austrias, una terraza de Moncloa
donde el horizonte se junta con el Pardo,
la  sempiterna Casa de Campo y el cerro Garabitas
donde transitan las almas antes de abandonar este mundo,
la puerta del Sol y el aire de revoluciones,
las pasiones  juveniles  que ya se fueron
los recuerdos aún calientes
esa placidez extraña
de recordar cuanto   perdimos,
los mares azules con balandros que se marchan,
laberintos de asfalto cotidianos, donde no hallas
el hilo de Ariadna.

 

 


© Axel del Amo

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