Que el fuego recuerde nuestros nombres
La realidad, definitivamente, es el punto de partida y también el punto de llegada. Se pueden atravesar distintas veredas, pero todas arrancan y concluyen en ella. Este extenso poema supone un acercamiento a lo real de Antonio Orihuela distinto al que suele frecuentar, alejado de su ironía e inmediatez habituales. En Que el fuego recuerde nuestros nombres , el poeta ubica al yo poético en una posición más distante en su punto de observación, con una serenidad escalofriante, que ejecuta una retrospectiva de los hechos que construyeron sus días, su forma de pensar y de sentir desde la desolación de la derrota ante la inminencia del desastre: “estoy agotado / y el mundo se ha vuelto viejo y polvoriento / (…) / así que adiós / (…) / os regalo este saco de huesos y estos ojos azules”. A partir de ahí, presenta un largo recorrido de despedida, sostenido por un pesimista “Todo caerá” que es el eje del discurso. Mediante la continua anáfora “Adiós...”, al mismo tiempo que consolida la peculiar cadencia y ritmo y la especial intensidad del poema, Orihuela rememora todo lo que ha constituido la vida del siglo XX, aludiendo a referencias concretas, despidiéndose de ellas. Sin embargo, lo que a priori podría ser un texto autobiográfico, individualista, gracias a la amplitud de la mirada del poeta supera la perspectiva personal, la cercana, y se convierte en un condensado repaso a la historia y cultura de la segunda mitad del pasado siglo. La reconstruye, en un contexto de última vez, para anunciar su irremediable destrucción, su relatividad ante la inminencia de la muerte. Así, consigue trascender su resignación inicial y se convierte en una despedida metafísica, en un “todo caerá” (explícito en los últimos quince versos) que se enlaza con el tema clásico de la muerte, la cual arrasa con todo sin concesiones, con igualdad e idéntica frialdad. Pero en el trayecto levanta un sugestivísmo edificio. No son, por tanto, sólo interesantes sus conclusiones, sino también cómo horada el camino. En ese sentido, es muy significativo que apele a hechos colectivos, a acontecimientos históricos o a personajes de relevancia, fuera de su esfera exclusivamente particular (aunque aún hay sitio para su “Adiós monstruo que vivías debajo de la cama, / adiós nervios, miedos, inocencia, almohada”). La vida que recorre Orihuela es la vida de los habitantes del mundo, porque entiende que tiene más semejanzas que diferencias con el resto de personas, y que todos partimos del mismo magma. De este modo, también aquí de nuevo plantea que se difuminan las barreras entre la vida privada, inconexa, aislante, egotista, y la colectiva, abierta, enriquecedora, generosa, y que todo afecta a todos (por lo que puede actuarse sobre lo concreto para incidir en lo global). Y es que podemos participar en su recorrido precisamente porque hacemos nuestras sus referencias; porque nos ponemos a la par del yo poético mientras camina, y así sus recuerdos son también los nuestros y los de todos los que nos rodean. De esta manera, el poeta también aquí recoge las interpelaciones, las alusiones directas al lector que caracterizan otras obras suyas. No hay en esta ocasión preguntas retóricas que descuadren al público o ironía que precise de su colaboración, tan habituales en sus poemas, sino que se le invita directamente a enriquecer el texto compartiéndolo, exponiendo las piececitas que lo sustentan con el fin de que el lector añada otras o las dé la forma definitiva. Por tanto, no es todo ese discurso un mero juego referencial. No busca el guiño cómplice del reconocimiento del lector. La severidad y la contundencia de la despedida es el ancla que permite no interpretar el texto como un banal ejercicio lúdico, y la desoladora conclusión que vertebra el poema es incapaz de dar pie a ello. El poeta abre sus puertas, pero él continuará igualmente solo su marcha si nadie desea acompañarlo, y el rastro seguirá poseyendo la profundidad y la reflexión que en sí mismo contiene. De Que el fuego recuerde nuestros nombres destaca sobre todo su intensidad, que se mantiene de manera continua. Probablemente, una de sus bazas es el aporte continuo de información, que, como hemos dicho, alude doblemente al lector, y, del mismo modo, le resitúa en la plataforma emocional desde donde va descendiendo la voz del poema. El ritmo, construido en verso libre sostenido por la anáfora y por los paralelismos, tan propios de Orihuela, también contribuye a no dejar relajarse al lector en ningún momento a pesar de su extensión. Es significativo, por otro lado, que, a pesar del tono y sentido del texto, incluso del distanciamiento inicial, los versos contienen la habitual crítica con buenas dosis de síntesis inherentes a Orihuela. La alternancia de sencillas alusiones culturales, valoraciones más descriptivas, con conclusiones contundentes y disidentes de otras referencias potencia en gran medida la fuerza sus condensados análisis críticos, y conjugan un mosaico ante todo no complaciente con lo establecido, y que, de nuevo, apela a que el lector contemple y enjuicie la realidad, y no sólo asista a ella como espectador. Así, resulta especialmente remarcable que el poema ofrece múltiples lecturas: una filosófica, base de todo él; una cultural, como recorrido por toda una experiencia vital (que es personal-colectiva, como he indicado); una puramente lírica, de la impresión individual del autor sobre el mundo; otra crítica sobre la sociedad global (pues enjuicia de manera disidente el conglomerado que forma el statu quo ). Esa polivalencia es que la sustenta las grandes obras de la literatura. Que el fuego recuerde nuestros nombres es, por tanto, un libro que avanza en la poética de Antonio Orihuela (además de su poesía experimental y visual y su poesía de la conciencia), que revela nuevas capacidades técnicas y expresivas del poeta, aunque coherentes en todo momento con sus propuestas, y que demuestra que la capacidad crítica de la poesía es cuestión de gesto en el poema, de posición, de actitud vital que empapa toda creación por encima de pretendidos encasillamientos estéticos.
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© Antonio García-Teresa |