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Como
la sangre en un organismo vivo, goza el agua en Armilla de inusual pericia
para anegar los rincones más yermos del alma; gozan las ninfas
y los fontaneros de bula para recorrer abrazados el sistema linfático
de los arrabales, y
gozan todos los habitantes, desde el corazón de la ciudad que en
realidad es un aljibe, cuando oyen el golpe húmedo de lo que ya
nadie duda es un nuevo latido. Tal
vez Armilla sea así por incompleta o por un capricho de
su inventor, pero de lo que no cabe duda es de que está rebosante
y viva.
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