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LA CASA EN EL MÉDANO por Ramiro Gallardo
Segundo Premio categoría Construcción Ilustración de Emilio Serrano López
La casa está ubicada justo en el médano, es como una oruga que se expande y se contrae desplegando galerías y terrazas que terminan en la arena, habitaciones con ventanales de vidrio y vistas panorámicas sobre la playa, una pileta que sale desde dentro mismo del estar y vuela como queriendo llegar a tocar el agua del mar. Está hecha en un hormigón inusual, de terminación blanca, y el techo ondulado es una gran terraza revestida en incienso, una madera clara, desde la orilla la casa se confunde un poco con el médano mismo, se mimetiza. De noche parece una lámpara china acostada.
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—El modelo de urbanismo lineal funciona a la perfección: una ciudad alargada construida a ambos lados de una avenida principal a 3 cuadras de la playa concentra comercios e infraestructura, en otra secundaria, a 10 cuadras, se ubican también algunos locales, mayoristas, proveedores de todo tipo e infraestructuras: vivas donde vivas estás como muy lejos a 900 metros del mar y a 300 de una calle comercial. —Sí, pero esta ciudad se extiende creciendo infinitamente ocupando grandes extensiones y agotando todos los recursos de la costa, alterando el paisaje, devastándolo diría yo, sin tener en cuenta los procesos dinámicos que modelan la costa y mantienen la flora y la fauna del lugar. —Eso es cierto, cuando construimos esta ciudad la arena era un problema, intentábamos fijar el médano echando paja de unquillos y sembrando, pero si no teníamos éxito lo arrasábamos. Construimos esta ciudad sacando la arena de la playa, bajábamos los médanos con topadoras, cargábamos camiones y más camiones y con el tiempo el médano desapareció, destruyendo también las defensas naturales contra el mar y las tormentas: los efectos de las sudestadas fueron cada vez peores. La transformación de estas playas inhabitadas en balnearios turísticos fue hecha con total desconocimiento de los procesos naturales: fue una guerra contra la naturaleza. Esta casa es otra cosa, convive con el entorno simbióticamente, como si fuera un organismo vivo: natural y artificial son parte de un mismo ecosistema.
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Pablo aprovechó para descansar: tres días no eran gran cosa pero valían la pena, en cuanto llegase Elena con sus hijas se acabarían las vacaciones. A decir verdad las chicas no lo molestaban, con el tiempo les había tomado cariño aunque hubiera preferido que no vinieran. Podría habérselas quedado Marcelo, pero nada había para reprocharle: Pablo en una situación análoga hubiera intentado lo mismo, evitar hacerse cargo de las chicas, por algo había decidido no tener hijos. De hecho, todo lo que Elena criticaba de su ex de alguna manera lo acercaba a Marcelo y lo alejaba de ella. Ya no la soportaba más. Sie mpre hablando de cosas de la familia, de la charla telefónica con alguna de las arpías de sus amigas, del programa de televisión de la noche anterior. A veces, con suerte, algo de política, pero sus reflexiones no sobrepasaban nunca el nivel de una conversación de café, ni hablar si Elena decía algo delante de otra gente, menos mal que cuando en alguna reunión de amigos surgía un tema interesante ella no participaba. Confundía datos. Y sobre todo meta hablar de las hijas, y de los hijos de sus amigas, y de los hijos de los amigos de Pablo, y otra vez el tema de tener hijos y la negativa rotunda, estaba harto, re podrido. En su interior Pablo deseaba que a Elena le pasara algo, para liberarse, pero no se atrevía a pensarlo de verdad. Por el momento estaba solo y disfrutaba el lugar, la vista sobre la playa vacía, en unos días también la paz de la arena se vería alterada, los veraneantes arruinarían el paisaje con sus sombrillas y sus lonas y sus barriletes y sus putos castillos de arena, pensar que cuando venía de chico no había casi nada, apenas ésta y otras pocas casas, y era ésta justamente la que a él le llamaba la atención, soñaba que la habitaba, adentro de la pileta con la cabeza apenas asomada mirando el mar, o tirado en la terraza con los pies tocando la arena tibia del médano. Ahora estaba acá en este alcázar, fuerte, reducto, todo esto era para él la casa sinónimo de estar consigo mismo y con nadie más, era suya, parte de él, se la había apropiado ya de chico aquella vez que tuvo que salir corriendo.
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Era verano, enero, y con mi primo y el hijo del bañero salíamos a explorar a los médanos, nos metíamos por esos caminos que se forman entre totoras y cortaderas descubriendo pequeños lugares secretos que eran solo nuestros. Esa tarde nos habíamos alejado bastante, y como nuestro balneario era el último llegamos a ver la casa de lejos. ¿Quién vivía ahí?, nos acercamos ocultándonos entre los arbustos hasta llegar a un médano que estaba apenas más alto que la terraza inferior de la casa, y ahí abajo, muy cerca, una parejita de adolescentes (que en aquel momento para mí eran un señor y una señora) se revolcaba de lo lindo, se daban besos con la lengua y se tocaban. Al principio nos quedamos mirando en silencio, después mi primo y el Marinerito –así le decíamos al hijo del bañero porque andaba siempre con una chomba a rayas azules horizontales y cuello blanco– se tentaron pero yo me sentía un poco aturdido, estaba dejando de ser un niño, entonces mi primo empezó a tirar arena para abajo, a la parejita, y ahí estábamos los tres arrojando avalanchas de arena muertos de la risa y de entre los arbustos sale el tipo, furioso, con tanta mala pata –o tal vez por suerte– que una parva de arena le entra de lleno en los ojos y grita un —¡Ahhhh…!— que nos catapulta a salir disparados, pobre tipo, andá a saber si no le habremos arruinado el programita. Lo que quedó del día nos la pasamos escondidos, en nuestra fantasía pensábamos que nos estaría buscando. Y las imágenes de esa pareja apretando no me abandonaron nunca, tantas veces volvió la mano del pibe acariciando las piernas desnudas de esa chica que con el paso del tiempo en mi recuerdo fue cada vez más linda. Y la casa, desde ese día sinónimo de aventura y entrada en el mundo de la sexualidad.
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Hoy el médano cambió bastante pero sigue como acorralando a la casa, de hecho parte de la terraza está tapada por la arena, como si el médano quisiera recuperar el terreno perdido. A Pablo no le molesta, también él se está apropiando de estos espacios, que son suyos por escritura pero que todavía no logra sentir del todo propios. Pasan dos de los tres días de soledad, iniciáticos, la casa ya un poco más le pertenece pero todavía le falta, es como un periodo necesario de adaptación, de mímesis, y entonces llega Elena un día antes de lo previsto, ¡sorpresa!, a las hijas las dejó con Marcelo hasta mañana, lo convenció a vos te parece, no podía negarse a cuidarlas por lo menos un día así vos y yo podemos estrenar la casa te llamé como loca pero se ve que el teléfono no andaba lo tenés apagado, traje unas cervezas Patagonia mi amor de las que te gustan a vos y tengo todo para hacer unos canelones que te vas a chupar los dedos así comés caserito, solos a la luz de las estrellas, este lugar es un sueño, una pesadilla piensa Pablo que no intenta reprimir el sentimiento de odio que sabe incorrecto y eso es lo peor, no puede siquiera quejarse, reprochar, Elena está tan contenta y cariñosa, quisiera que se vaya, ya, ¿para qué vino un día antes? –La casa es divina Pablo, te felicito, lo lograste, y qué noche anoche mi amor, no podés quejarte, soy gauchita yo y vos siempre con esa cara. Voy a barrer un poco la terraza, ¿viste que está llena de arena?, me parece que en realidad debe ser mucho más grande, fijate el largo de esas maderas, para mi que tenés por lo menos tres o cuatro metros tapados por el médano. A Pablo le molestan estos comentarios, cualquier mención relacionada con la casa la siente como si Elena estuviera hablando de él, pero algo es cierto, la terraza está llena de arena, tapada de arena, no será cuestión de barrer nomás. Las dos hijas de Elena son parecidas a ella, pero la más chica es un poco ermitaña, Renata, siempre fue la que le cayó mejor. Parece que la casa le gusta de verdad, rueda por el techo ondulado hasta caer en el médano. Elisa, la más grande, tiene 14 años y es un poco agrandada, mira todo como desde arriba, señala que algunas maderas están gastadas y se queja de que no hay protección: pueden entrar ladrones. Además le molesta la arena, toda la casa siempre llena de arena. Elisa, cómo se te ocurre ponerle Elisa a tu hija si te llamás Elena, da bronca y además una casa nueva hay que mamarla de alguna manera y Gustavo no llegó a hacerlo, tres días se pasan demasiado rápido y para colmo solo fueron dos. Y la casa más llena de arena, Elena lo indica una y otra vez y eso lo enfurece, dejate de joder con la terraza, vos y Eli, me tienen las pelotas por el piso, pero es verdad, del deck de abajo se ven ya apenas unas maderas y eso que van 8 días, ¿cómo harían los dueños anteriores?, hasta en el techo empiezan a acumularse pequeños montículos, como un paisaje natural adentro de otro artificial. Temprano por la mañana son los momentos que más disfruta. Solo. Elena duerme hasta que Eli la despierta: Renata a veces se levanta antes pero no busca a la madre, al contrario, se queda leyendo alguna revista, o sale a tirarse sobre la arena, juega, no se sabe a qué. Apenas lo mira a Pablo, lo saluda, distante, como si no quisiera perturbarlo, ni el desayuno le pide. Él lo aprecia, esta chiquita de apenas 11 años lo entiende más que su propia mujer. Pero cuando están despiertas las tres la felicidad se acaba, otra vez las mismas quejas de la noche anterior, la arena en el cuarto de Eli que dice que le entra por la ventana, ¡qué esperaba!, estamos en verano, si quiere que duerma con las ventanas cerradas y encienda el aire acondicionado, pero a la señorita no le gusta el aire acondicionado, le hace mal, manías que le contagió la madre que todo lo quiere natural, ¡encendé el aire pendeja de mierda! Llora. Al fin y al cabo es una piba, tiene 14 años, y la arena, qué se yo, el cuarto está lleno de arena, si no le gusta que se vaya, que se vuelva a Buenos Aires, que la cuide Marcelo. Discuten. Se encierran en el dormitorio pero las chicas escuchan desde afuera. –¡Tiene razón Eli, entrá a su cuarto tarado, es un médano! Y tratala bien, es mi hija, mi hija entendés. No te permito que le levantes la voz. Se escuchan algunos ruidos. Afuera Elisa llora. Elena sale del cuarto, la abraza, Renata dice que se quiere ir. Dice que no es Pablo, ni la pelea, ni la arena, es la casa. La casa la echa. Se van: Elena las pone en un micro rumbo a Buenos Aires, lo que queda del día es todo silencio, tensión, Pablo se siente culpable. La puerta del dormitorio de Elisa está trabada, no se puede abrir, tanta es la arena que hay adentro. Pero lo cierto es que desde ese día Pablo está definitivamente más cómodo: Elena duerme hasta el mediodía por lo que las mañanas son prácticamente para él solo: sale a comprar el diario y un cuarto kilo de flautitas, prepara unas tostadas con manteca y azúcar, la manteca la pone cuando da vuelta la tostada y en seguida el azúcar para que quede impregnada, y el pan cortado bien fino. Mate, alguno de los tantos recovecos en los que la arena ya está tibia, o si está fresco adentro, del otro lado del ventanal del estar, mirando a los que salen temprano a correr por la orilla. Cuando Elena se levanta él ya está preparando el almuerzo, le gusta cocinar y eso a ella la enamora. Almuerzan tarde, él es bastante parco en la mesa, y por la tarde una linda siesta hasta que el sol deja de quemar tanto y a la playa, al mar. A Elena el mar le gusta, pero le da frío, así que Pablo se la pasa dale y dale con el vaivén de las olas, podría estar horas dejándose llevar por la corriente de acá para allá, después alguna lectura de verano, un policial de Chandler o la última novela de Nielsen y a la noche salir a dar una vuelta, la playa oscura, la espuma de las olas parece fosforescente y allá llega a ver a Elena en la cocina preparando la cena, desde acá la casa apenas iluminada parece un sepulcro antiguo ahora que el médano creció tanto. Elena se va. Pablo no entiende, al fin y al cabo las cosas habían mejorado desde que se fueron las chicas, no habían vuelto a discutir, descansaban y además él estaba cariñoso, habían cogido prácticamente todas las noches aunque él pensara más en aquella piba que conoció antes de venir, ese mensaje de texto lo tenía loco, “extraño tomar un whisky a tu lado”, y Pablo imaginaba que estaba en la terraza, con esta piba, el whisky, apretando tirados en la arena, acariciándole las piernas… ¿Elena habría estado revisando su teléfono?, podía ser, pero no le había dicho nada, y de haberlo leído seguro que se lo echaba en cara. No. Se fue sin protestar por nada, como quien sabe que está de más, que sobra, –te dejo solo con tu casa– le había dicho al despedirse… ¿Irónica? ¿Qué le había querido decir? Aunque había algo de sabio en esas palabras, Pablo no necesitaba otra cosa, apenas le quedaban unos días y tenía que volver a Buenos Aires, a la rutina de todos los días, ¿para qué?, ¿valía la pena?, todo lo que él quería lo tenía acá, en este médano. No necesitaba mucho, de hecho no le molestaba que ahora tampoco se pudiera entrar al otro cuarto, y el suyo también estaba lleno de arena, ¿se habría ido por eso Elena?, no era posible, la casa era hermosa de todas formas, estaba tan bien diseñada que hasta parecía que le quedaba bien esa especie de invasión, era parte del paisaje y se adaptaba, como si se comprimiera, o tal vez mejor: como si se abriera para dejar paso al médano que iba ingresando y haciendo que los espacios fueran cada vez más naturales, qué pensaría el arquitecto que la diseñó si la viera, seguro que se pondría contento: la casa así estaba definitivamente mejor, logrando definitivamente la mímesis buscada desde el diseño. El médano penetraba por las ventanas de los dormitorios, el piso de la cocina cubierto de arena y ya casi todo el del estar, al techo ondulante de madera le salían yuyos de entre las tablas y pequeños arbustos, en la pileta crecían plantas y habitaban los cascarudos. Pablo se levantó esa mañana, último día de vacaciones, los bolsos estaban preparados, ¿cómo iba a irse?, tendría que tomarse un micro, la cochera con el auto había desaparecido bajo la arena. Preparó unas últimas tostadas, el mate bien caliente y se sentó al lado del único ventanal sobreviviente. Casi no quedaban turistas en la playa, además estaba nublado y había mucho viento, la arena pegaba fuerte sobre la piel, adentro de la casa era como un remolino. Pablo miró ese maravilloso espacio con un poco de tristeza pero también con regocijo, sabía que no podría ya volver, la casa desaparecía, era como la caparazón de un caracol que se iba llenando de arena desde adentro, achicando el espacio cada vez más hasta expulsar al bicho afuera. El bicho era él y cuando estuviera afuera el caracol se llenaría del todo. Agarró los bolsos y avanzó hacia la puerta, frenó, tenía sed, volvió a la cocina e intentó abrir una canilla pero estaba seca, en el termo todavía quedaba agua para un último mate, estaría un poco lavado pero chupó de la bombilla con ganas sin lograr ningún resultado, la poca agua que quedaba salía mezclada con arena, escupió, la boca reseca. “La casa me echa de la peor manera para que no la extrañe”, pensó. Volvió hasta la puerta de salida e intentó abrirla pero estaba trabada, la arena del piso estaba ya en unos 50 o 60 centímetros, imposible despejarla, tendría que salir por alguna ventana pero ya no se veía ninguna, estaban completamente tapadas, los vidrios marrones, algunos comenzaron a quebrarse por la presión, no quedaba otra que romper la lucarna, dejar los bolsos y salir. Agarró la silla que tenía más cerca, logró soltarle una pata con un pedazo de respaldo y comenzó a pegarle al vidrio, eran laminados, por el granizo, el arquitecto pensó en todo la puta madre pero un golpe certero parece quebrarlo, y un golpe más, cuidado, caen vidrios rotos mezclados con arena que le llenan los ojos, intenta salir a ciegas pero por el hueco abierto la arena penetra velozmente como en un reloj de arena, la casa lo sepulta. Y desaparece.
© Ramiro Gallardo
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