PREMIO INTERNACIONAL DE RELATO PATRICIA SÁNCHEZ CUEVAS

PRESENTACION · CONTACTO · QUINTA EDICION



HOY EL SÁBADO

por José Martínez Ortega

Primer Premio categoría Construcción

5ª Edición Premio Internacional de Relato Patricia Sánchez Cuevas

 


Ilustración de Francisco Palacios

 

Hoy es sábado en la Venta el Calavero. Se hacen chanzas y burlas sobre la estatura, la nariz, los andares, la forma de llevar el sombrero o el tamaño y la forma de cada culo. Los mozos llevan una semana agachados sobre las cepas y lo que más se recuerda de cada uno, son las posaderas.

Se oyen comentarios y propuestas:

—Oye, ¿hacemos un baile este sábado por la noche?

—¿Un baile? pero si no sabéis bailar.

—¿Cómo que no? Yo bailo como una trompa.

—Bueno, pero ¿y la música?

Hay que preguntarle a Andrés si sabe quien tiene una gramola por aquí.

—¡Oye! yo conozco al Juanino de Yecla, que sabe tocar el acordeón—. Toca como los ángeles.

Hay otras cuadrillas en las fincas cercanas del puerto: La Casa Peñas, La Boquera, La Casa las Oliveras , La Casa los Hernández , La Casa los Pinos, Carboneras, La Casa el Cabezo , La Casa de Don Silveiro. Se comenta la conveniencia de avisarles, para organizar el baile.

Los mayores frenan:

—¡cuidado que podéis encontraros con algún destalentáo, y luego tenemos disgustos!

—¡Va! ¡Si sale un destalentáo se le da un trompazo, y listo!

—¡Bueno, haced lo que queráis pero ojo al Cristo, y que no se diga que no lo he advertido!

Desde la comida todo el mundo anda muy agitado. Las mujeres van del cuarto de aseo a las habitaciones circulando deprisa. Cada vez va un grupo distinto; toallas sobre las cabezas, moños provisionales, melenas empapadas, algunas se van peinando al tiempo que pasan a la carrera por el porche.

Se oyen risas, conversaciones apresuradas, gritos de emoción, bromas de los hombres, carcajadas…

Es sábado por la tarde. Los novios de algunas vendimiadoras van llegando, vienen en bicicleta y con sus mejores ropas, los pantalones sujetos con los cogedores para no mancharlos con el aceite de la cadena.

Poco a poco todo el mundo se va transformando como por arte de magia.

Los cabellos limpios y peinados de manera primorosa, las barbas bien afeitadas, labios pintados de rojo. No sé de donde las han sacado, pero por primera vez los hombres lucen camisas blancas y zapatos, han desaparecido las anchas blusas, las sayas largas, los pantalones con peto y tirantes, las albarcas y los alpargates.

—¡Ha venido el Juanino!

Los jóvenes y los chiquillos salimos en tropel a recibir al recién llegado. Es un pariente lejano de mi madre, muy popular y conocido por todos, dicen que toca el acordeón como los ángeles.

—¡Ha venido!, ¡Ha venido el Juanino!

Sin duda hoy va a ser un gran día, mi madre y las mujeres mayores llevan ya dos horas cocinando, se juntan las dos mesas grandes y se organiza una gran cena. Patatas, cebollas y longanizas fritas, grandes fuentes de porcelana llenas a rebosar de tomate frito con conejo, huevos revueltos con tomate, bacalao con tomate, tortillas de patata, varios platos de aceitunas, tres barrales de vino…

Hay, colgados y dispersos, seis candiles con doble torcía, bien llenos de aceite y tres carbureros que iluminan la estancia.

La gente está alborozada, mientras cenan hablan en voz alta y todos a la vez con gran barullo.

En un extremo de la sala, sobre unos bancos de madera traídos de la bodega se han colocado unos tablones y sobre ellos una silla, formando un improvisado escenario.

Avanzada la cena, aparece el Juanino en el tablao, recibiendo un acalorado aplauso de todos los presentes.

El músico se sienta en la silla y abre un maletín de cuero del que saca un bellísimo acordeón rojo como la sangre y con botones negros y teclas blancas y negras. Se ha producido un silencio expectante.

La luz de los carbureros y los candiles se reflejan sobre el acordeón con grandes destellos. El Juanino se coloca las correas sobre los hombros, yo estoy muy cerca de los pies del músico, no puedo apartar la vista del acordeón, jamás había visto nada tan bello y tan brillante como aquel instrumento.

De pronto el sonido de la música inunda toda la casa, el Juanino acaba de lanzar al aire un alegre pasodoble que deja a todos boquiabiertos.

Los más jóvenes reaccionan los primeros, como impulsados por un resorte, pero también los mayores se lanzan al centro de la estancia y comienza el movimiento acompasado de los bailarines.

A mí se me ha puesto cara de beber en botijo. Boca entreabierta, mirada perdida al infinito…No salgo de mi asombro. Me parece que todos se han vuelto un poco locos.

Mis ojos van de los pies de los que bailan a las manos mágicas del Juanino que recorren agilísimas el teclado de aquel asombroso acordeón que se encoge y estira ondulando su cuerpo como un gigantesco gusano, siento por dentro una incontenible emoción, me dan ganas de saltar y bailar como todos los demás pero mi timidez me lo impide, me quedo debajo del músico con mi nariz a la altura de su pie derecho que taconea las tablas al compás del pasodoble…

Mi tío Juan de Yecla baila dando saltos y giros vertiginosos, tiene sesenta años y parece un chiquillo con gorra. Su chaleco se mueve como si tuviera vida propia, los demás se apartan cuando le ven venir como un torbellino, tratando de evitar un atropello.

Mi prima Concha, con su pañuelo verde al cuello, está guapísima. Baila con su novio Pepe, dándoles envidia a las otras chicas. Paca, saca a bailar a su marido, tirándole de los brazos. José, que le gusta poco el baile, se resiste como si le llevaran al patíbulo, pero al final cede. Las mujeres que no tienen pareja, hacen pareja entre ellas pasando por delante de los hombres que, presos de timidez, no saben cómo abordarlas. Los más decididos cambian de pareja constantemente.

Una de las chicas más bellas viene a sacarme a bailar. Tratan de que los chiquillos no nos sintamos desplazados, pero yo me arrugo como un gusano, me pongo rojo como la grana, quiero que me trague la tierra; es tan guapa y la he admirado en silencio tantas veces, que siento una rabia interna feroz por ser tan pequeño. Al acercarme a ella siento un estremecimiento que me aturde, sólo le llego poco más que a la cintura, sus senos se me ponen delante de mi nariz y yo aturdido ya no sé dónde mirar.

Poco a poco sube la temperatura del ambiente y todos ríen a carcajadas, los ojos brillan como el vidrio, el vino y la música del acordeón van venciendo a los tímidos y el baile se hace frenético.

El Juanino pasa del pasodoble al tango sin detenerse, de ahí a la polka, después la raspa, luego un bolero, otro tango y otra vez al pasodoble, su frente se llena de gotas de sudor y el acordeón suena que da gloria.

De improviso, el Juanino, ataca una jota y el revuelo es general, el chaleco de mi tío Juan parece que va a caer al suelo de un momento a otro, algunos saltan como canguros con estilo grotesco, otros con elegancia insospechada.

La fiesta continua durante horas, nadie se cansa, solo el Juanino, que suda como un carretero, se seca el sudor de la frente con la manga de la camisa, pero sigue y sigue tocando como un jornalero.

Al cabo de dos horas las parejas mayores se van rindiendo, se atenúan las energías de los jóvenes y el Juanino que sabe de esto, toca el último pasodoble.

El aplauso es prolongado, sincero y total, los rostros cansados rebosan alegría y felicidad. La noche ha sido memorable para todos yo soñaré muchas noches con ese acontecimiento. Nunca olvidaré esas imágenes.

Los novios se despiden con arrumacos a hurtadillas, las novias se agarran a la bicicleta tratando de prolongar el momento.

—¿Me das un beso?

—Nena, ¿no ves que hay ropa tendida? Los chiquillos están mirando.

—¿Vendrás el sábado a verme?

—Sí pero no sé qué sábado, porque el próximo tengo compromiso con la otra.

—¿Cómo?

—Pues claro que vendré tonta.

—¡Adiós Dolores! ¡Adiós Andrés!

—¡Adiós! ¡Adiós! Hasta otro día…

Poco a poco se apaga el fuego. Algunos candiles se están apagando por falta de aceite desde las cuadras vienen las toses de mi padre que da el último sustento a los animales.

Mi madre va colocando cada cosa en su sitio, la mesa vuelve al centro de la estancia con el porrón sobre el tapete de hule, como si nada hubiera ocurrido hoy. Los gatos se acercan al calor de las últimas brasas de la chimenea.

La noche negra, como boca de lobo, envuelve la casa de La Venta el Calavero y todos los fantasmas de nuestra desbordante imaginación vagan por los solitarios campos de viñas y olivos centenarios. La oscuridad y la soledad más absoluta se adueñan de todo el valle del Puerto, desde la Boquera a las Moratillas. Desde la sierra de La Serrata, a la de Salinas.

Ha vuelto el silencio. El silencio total, que solo rompen los gritos desgarrados de alguna lechuza, el ladrido de un perro temeroso de la negra noche o el silbido intermitente de alguna racha de viento que pasa a través de las rendijas de las viejas puertas…

 

© José Martínez Ortega

 

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