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Los Elementos
Extracto del libro inédito, "La sinéresis del agua"
por
Antonio Polo González


I

 

Traigan los pájaros peregrinos (1)
para que encuentren el rastro,
las oropéndolas amarillas
           que anunciarán los mares.

Deduzcan de la entropía
el calor cedido por los cuerpos libres,
el saldo de la gran explosión cósmica,
el electromagnetismo residual,
           las sopas de metano.

Al principio todo fue sonido,
la incandescencia azul de los astros
y después el frío, la solidez, el silencio,
           la blancura.

Las cuatro formas del agua
serán los estados de ánimo del universo.
La sinéresis como resultado terapéutico
de un psiquiatra que hubiera tendido
en el diván  a todos los elementos
           y los hubiera hecho unirse.

Las ráfagas de plasma
quieren ser libres,
estar sujetas a leyes de la materia
que adulan la libertad,
leyes que el código de Hammurabi
                       desaconsejaría.

Son los fluidos de la creación
los que están esperando
imponerse en el espectáculo
de los bólidos siderales.
Quieren apresurar el calendario,
adelantar la hegemonía de la materia,
pero ahora son elementos
descompuestos, separados
           de una misma naturaleza.

El agua tiene sus formas prescritas
y no lo sabe,
posee la disciplina sólida del hielo,
la algarabía fluvial de los neveros,
la ensoñación algodonosa de las nubes,
la descomposición eléctrica del plasma,
y todos los elementos
se manifestarán ordenadamente
y no lo sabe,
desearía disolver el lapislazuli
de las galaxias en cada una de sus formas
naturales,
y no lo sabe.
taponar los barrancos de los cráteres,
obstruir los valles en donde
la navegación será posible mucho más tarde,
y no lo sabe,
sellar las sembraderas
que en otro tiempo
hicieron crecer las cuarcitas,
obstruir los canales con el hielo
de la umbría del vacío,
             y no lo sabe.


El agua apenas sabe nada
porque no ha intuido el concepto
de reunión,
la sinéresis elemental
y democrática
de las reacciones químicas,
porque apenas sabe que ella existe
todavía como elemento
           y no como lluvia subterránea.

 

Tiene el agua el exoesqueleto
del triángulo isósceles
           que forman tres átomos elementales.

Da vergüenza decirlo (2).
El agua tiene en la abundancia
el desprecio de cosa rutinaria,
de hecho consumado,
de nadería frívola,
abobada y transparente.

Da vergüenza decirlo,
alguna vez será su opulencia,
su propia multitud,
la redundancia de sus estados
lo que procurará
su propia muerte,
y llegarán a concurrir
de nuevo sus estados
en el lodazal hediondo de los puertos,
en el glacial sucio de los polos
que dejará de enfriarnos
y se albergará la hediondez
de los trópicos
en el mismo instante,
en el momento del óbito
en el que la sed
será la única esquela
que encontrarán de nuestro
monárquico desprecio.

 

II

 

Soy del sur, vengo del sur (3).
El paisaje más antártico
de las noches
es una planicie
de hielo blanco
           y auroras boreales.

Los paisajes del día
son como preguntas
que se han quedado frías,
y lo que parece una respuesta
en realidad es el aliento del sol,
la sublimación
de glaciar primitivo,
           el hálito primigenio de la vida.

A medida que los paralelos
son devorados por el frio
la espesura blanca de la nieve
           oculta los granos de la tierra virgen.

Allá abajo hay algo pendiente,
un brote de soja rudimentario y desvalido,
una plenillanura de helechos diminutos,
un bosque primitivo que aún no se ha proyectado,
la monarquía embrionaria de las monocotiledóneas:
           enea, yuca y azucenas.

Capaces de abrevar la savia mineral,
los líquenes también participan
en la fiesta que está por venir
y por la que se extienden diplomáticos
           el tiempo que sea necesario.

Sobre el permafrost adolescente
el cielo sigue vacío,
espera a las palomas,
a los pájaros nocturnos(4)
           con ojos de ópalos.

El glaciar sabe lo que sucede
en todas direcciones,
sabe que hay burbujas
de aire presas bajo sus pies,
aire que nadie ha respirado todavía,
así como extensiones del mar
que mueren y nacen(5) tantas veces
sin que hayan conocido a los peces,
ni a las fieras marinas
por las que el capitán Ajab
                       rozara la locura.
Los monstruos no han desarrollado
tentáculos todavía,
tienen armaduras, si,
como las esfinges tienen una patria,
y un pedestal que consideran arrojar
al fondo del abismo.

La vida que empieza a formarse
es simple todavía,
no tiene consciencia,
asume los cambios
con  indiferencia mineral
mientras lo que está por llegar
         se anuncia con insistente anticipación.

La gran nube de polvo
que enfriaba la Tierra se habrá disipado ya
y la luz empezará a abrazar los colores:
el azul con esa intensidad galáctica
que imprime fulgor a las estrellas,
como el añil al blanco de las sábanas
de las lavanderas andaluzas,
azul como esa ola que irá creciendo
cada día que pase y que cada embate
contra las rocas será un estallido de luz.
El amarillo con su aliento a azufre
que lo impregna todo
se habrá depositado sobre las mariposas monje
y ordenará a los volcanes
su combinación con las limonitas,
señalará a las futuras generaciones
su compromiso con el hierro
         y su sabiduría con la elocuencia del oro.

Tiene el color verde un protocolo
orgánico en el ciclo de Krebs,
por eso no le molesta el ambiente
obsceno del monóxido de carbono,
porque a este color solo le interesa la luz.
De todos los colores,
el verde tiene una embajada
como de edificio vegetal
y ventanas de clorofila,
un negociado en ese sol de membrillo
            que en realidad es un ojal abierto.

Al verde le llueven por las mañanas
pétalos anacarados
como en un acto de paz
a veces caen plumas,
pero  al río de esmeralda
que se adueña de las tardes,
no se le puede exigir
que se detenga
         en todos los meandros.

El verde todavía no es un color,
no conoce su longitud de onda
ni por qué debe ser más cauteloso,
solo sabe de la manumisión
de las aguas,
y del vértigo que sintió
en el último instante
         cuando el sol lo tocó como al descuido.

Pero a los colores
aún les falta la palabra.
Palabras que sean definitorias
como luciérnaga, orquídea,
eclosión, espera o catálisis.
Palabras y signos de puntuación.
Al color y a la sinéresis
les falta aún la ortografía
de las estaciones,
del advenimiento,
           de la perseverancia.

No se puede expresar
la génesis del agua
sin la protección
de los enlaces covalentes,
nada que ocurra allá abajo
podría suceder sin la intromisión
de la química
Para hacer agua
son necesarias
las palabras, los enlaces,
los colores
y esa regla del octeto
cuya tendencia a organizar el caos
pondrá a nuestros pies
           la magia de la vida.

 



(1) Traigan/los pájaros peregrinos/los animales advenedizos y podados/que pueblan el cielo/con sus bandadas grises. Del poema “Mundos” Pgna. 38 del poemario “Vidas y oficios” de Raúl Rivero.

(2) Da vergüenza decirlo. Del poema “Da vergüenza decirlo”
del poemario "Completamente viernes" de Luis García Montero.

(3) Soy del sur, vengo del sur. Esquina del Atlántico y del Plata, mi país es una planillanura suave, templada, una historia de puertos, cueros, tasajos, lanas y carne. Discurso de José Mújica Presidente del Uruguay en el LXVIII Período de la Asamblea General de la ONU iniciado el 24/09/2013

(4) Los pájaros nocturnos picotean las primeras estrellas. Poema 7 del poemario “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” Pablo Neruda

(5) El mar que muere y nace en un reflejo. Del libro “Libertad bajo palabra” p. 21 de Octavio Paz.

 

Descarga aquí en formato pdf el poema con las notas completas Parte I y Parte 2

 

 

© Jesús Urceloy

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