índice del número


Crónica de un Pueblo Cualquiera

por Oscar Alberto Pérez Flores y Omar Antonio Ponce Carrillo

 


Un pueblo cualquiera
San Baltazar Campeche es un población con aproximadamente 80 años, cerca del centro de la Ciudad de Puebla. Fue una de sus primeras Juntas Auxiliares, y como tal, sus inicios se dieron como muchas otras partes de la urbe: en forma de latifundios, que cachito a cachito eran vendidos por sus dueños y comprados por particulares, los cuales adquirían lotes de modestos 200 m para hacerse de una vivienda futura; que por lo general, se hacía de adobe o tabique, y en ocasiones se construía por las mismas manos que pagaron por él.

Conocemos los datos de San Baltazar, pero no es fácil describirla; peor aún, casi nadie la sabe ver. Hablamos pues de unos kilómetros cuadrados de tierra situados en la ciudad de Puebla, que colinda con San Manuel y otras colonias. Está delimitado además por otras insignias urbanas como el Instituto Pereira o el Instituto Oriente.

Aquí los contrastes son comunes: pobres y ricos, analfabetas e ilustrados, edificios grandes y chiquitos; cualquier objeto encuentra su antagónico a menos de 100 metros de distancia. Tan usual es esto que quienes caminan en sus calles recuerdan del diario lo sublime y lo grotesco, e inclusive lo observan con indignación, externando que tanto o no les avergüenza, y automáticamente es seguido por un "ni modo, aquí vivo, que le voy a hacer".

Muchos niegan vivir en mi San Baltazar, renegando todo lo que lo conforma, muchos otros afirmamos de manera indiferente: "yo vivo en San Baltazar". Particularmente no puedo negar vivir en "Sanba" como se le conoce de cariño, pues este lugar es el que desde hace 20 años llamo mi hogar.

Entonces, ¿qué es San Baltazar Campeche? Es mi hogar desde hace años, un lugar poco común que cambia constantemente, cuyas calles son viejas y sus rostros son efímeros. Sanba es un desmadre, es un tanto raro, pero único. Es un lugar del cual se pueden escribir muchas cosas. Es una gran pintura de infinitos detalles, muchos han intentado verlos todos, pero antes de acabar pasa el tiempo y se crean nuevos. Y citando a Flaubert diremos que entendemos que "cualquier cosa es interesante si se le observa lo suficiente".

 

El devenir
Con el paso de los años esos terrenos se trasformaron en casas como estaba planeado, pero lo impredecible fueron las formas que éstas tomaron; y mientras unas se tornaron en vecindades, otras se convirtieron en departamentos e inclusive en casas residenciales. Todo alterado de su sentido original.

Samba se conforma por una población olvidadiza, y si volteamos a verla en unos años, ya no percibiremos los viejos rostros que se anclaban desde un inicio a la localidad. Por cada colono o anciano que muere, nacen otros cuatro niños, y se cortan paulatinamente los lazos con el origen.
Muchos de los que se van, salen en la mañana a sentarse sobre una roca. Ahora que el tiempo ha pasado y sus ocupaciones quedaron en el pasado, tienen por costumbre salir a la calle, asoleando cada arruga de su cuerpo, observando con meticulosidad la vida de los ajenos, y una vez regresando con su familia hablan, vociferan o critican al otro en base de sus observaciones hecha en el día. Es así durante un par de años hasta que la más fea venga a bailar sobre la cama del anciano y se lo lleve a contar pecados a San Pedro. Es hasta ese día en que un viejo colono fallece y sus murmuraciones terminan. Todo esto son los relevos generacionales, desde las nuevas costumbres hasta el culminar de la muerte. Con la muerte de los viejos mueren los estigmas y las ideas que rodeaban al difunto, así la población olvida a un personaje particular y postran su mirada en aquél o aquellos que dejó detrás el muerto, y entonces se repite entonces el ciclo de observaciones y prejuicios. Así, sus colegas de generación quedan atrapados en un pueblo diferente, donde los viejos poco a poco se extrañan más de su colonia, y los jóvenes que son muchos, se vuelven los personajes insignia de ésta. Ellos entonces mandan al olvido a sus antecesores, es decir, toman el lugar de sus sendos padres o abuelos, haciendo voltear los reflectores hacia ellos.

Conforme pasaron los años la modernidad hizo su trabajo. Negocios cerraron para abrir otros, antiguas casas ahora rentan sus habitaciones. Cambian entonces los apodos, nombres, fachadas y todas las cosas con las que se identifica una persona. Los niños que antes jugaban desnudos en la calle ya han olvidado las calles de tierra, cambiaron los pañales de tela por ropa de adulto. Aquellos que en el pasado jugaban corriendo ahora lo hacen pero hacia sus trabajos, mientras se despiden de sus infantes; los cuales algún día olvidarán a su vez las calles de concreto, y se volverán en su momento parte de un nuevo relevo generacional.

 

Las luces de la fiesta.
Cada día tres de mayo, los habitantes y los aledaños a la calle con el mismo nombre (Tres de Mayo) celebramos a ésta. ¿Cuál es la razón de esto?, no lo sabemos, pero es una excelente excusa para sacar a la familia, novia o amigos a pasear.

En la fecha ya indicada, la mañana y la noche se emplean en celebrar. Como toda festividad mexicana, ésta es precedida por una misa y sermón, ya que la noche se torna en risa; puesto que para la noche, puestos informales de comida y juegos llenan las avenidas con luminosos rótulos, aglomerando gente en ellos. Desde que las festividades inician una semana antes del tres de mayo, se crea una simbiosis entre la vía pública y los puestos: los negocios establecidos se ven opacados por los coloridos puestos, y durante una semana esto se vuelve el paisaje típico en San Baltazar. Los puestos iluminan todo, especialmente rostros sonrientes que se acercan a comprar; y cuyos dueños llenan sus estómagos con poco dinero. Los compradores son varios: niños, padres, adultos y ancianos, todas las personas salen y se amontonan como en pocas ocasiones, para lograr disfrutar de una festividad poco común.

Son los puestos ambulantes los que emiten esa luz cálida tan particular de la festividad, aunque hay otra fuente de atención que de igual forma ilumina todo lo que se encuentra en su alcance. Estos son los Toros, figuras taurinas hechas de papel maché y carrizo, llenas de cohetes y pirotecnia, y llevadas por voluntarios. La idea es similar a la de los toros reales, es decir uno tiene que correr despavorido o ser víctima de los mismos. Afortunadamente, fallar en esta festividad no desenlazara en la muerte, sino en ropa con olor a humo y ligeramente quemada.
De esta forma, los toros se tornan en el punto fuerte del evento, en el que muchachos y niños participan de él corriendo despavoridos. Mientras lo hacen se ríen, sus frentes se llenan de sudor y su rostro se llena de varios colores. Es un placer efímero de ver, mientras los puestos duran toda la noche, cada toro es consumido rápido por sus intestinos de pólvora.

El día tres de mayo los rostros alegres toman además otras tonalidades: las de los focos y cohetes azules blancos, amarillos y demás. Son el brillo de las luces nocturnas en la festividad. Ello constituye uno de los pocos momentos en que la comunidad se une y se comparte la felicidad que de esta emana, y en la que la diversión de los pequeños hace que las calles se vuelvan suyas.

Puede que en la mañana de día cuatro de mayo sea hora de barrer los pedazos de basura, trozos latas y papel quemado. Pero en la noche del tres las luces que iluminan a todo lo que tocan son las dueñas del lugar; aquellas que vemos cada año, y recordamos nostálgicamente cuando se van, aquellas que simbolizan tan bien dicha festividad.

 

La sonidera
Sonido que explota en tus oídos de forma contraria a como lo hace Mozart, que creía en la armonía. Con un estruendo fuerte y arrítmico tus oídos encuentran moléculas disruptivas poco placenteras, tornando el escuchar en un castigo. ¿Qué es eso?, es la sonidera, que a una calle de mi casa se postra para molestar a todos aquellos que no gustan de aberrantes géneros musicales, donde el vulgo se junta para bailar y embrutecerse con diferentes tipos de sustancias. Pese a sonar pedante u odioso, no es fácil tolerar una festividad que para empezar no es una fiesta por consenso, y que por otra parte es el origen de diferentes acciones que van desde los molestos sonidos hasta los peligrosos combates con armas. Para mí suerte, estos eventos son irregulares, de ser constantes su cronista ya viviría en otro lugar, o se hubiera pegado un tiro.

Quienes participan en estos eventos son mayoritariamente gente de edad adolecente y chavos rucos. Los adolescentes buscan en su inmadurez hervir la sangre de sus cuerpos y sentir el desenfreno, mientras que el chavo ruco solo busca alguien que lo pele; en otras palabras, va a ver a que le pica. Aunque en general lo que buscan todos, independientemente de su edad, es alguien con quien bailar, después besar y de ser posible copular, formando así una curiosa mezcla de parejas dispuestas a cotorrear.

Las parejas son variadas, desde parejas reales hasta encuentros casuales. Conforme pasa el tiempo, las parejas y todo lo envuelto en la sonidera se deforma más y más, volviéndose grotesco por el tinte que toman las acciones. Efecto de bebidas servidas en vasos de plástico de colores rojo, azul y en su mayoría transparente. El alcohol y otras drogas recorren todo el lugar, empleando el cuerpo humano como móvil de tragedias.

He aquí los contrastes y contrarios antes expuestos. Aquí se a ama a la sonidera o se le odia. Como sospechará el lector, yo la detesto por lo que representa, lo que implica en parte simple mamonería mía.

Y al día siguiente a pagar el pato, ya que se tiene que recoger la basura, soportar a los aun borrachos, y empezar de nuevo la limpieza de un evento no solicitado que pocos disfrutan. Aun entendiendo el espíritu festivo, es algo que yo como humilde cronista de los hechos, encuentro molesto y sin sentido. Por esta opinión me catalogan como soso o aburrido, pero prefiero eso a estar en un evento que poco entiendo y aún menos disfruto. ¿Pero qué hacer ante la situación? Sólo me queda cantar por momentos para liberar el coraje y recitar con ritmo: "que te valla bien, que te valla bien, ¡que te valla bien! Quédate con él, él era mi amigo y ahora ya no lo es".

 

Los ojos de un pueblo
Todos los pobladores que se mueven diario a través de su colonia observan exactamente lo mismo. Pero es la forma de observar lo que los hace tener su propia visión, su propia interpretación. Eso da a cada persona una forma particular de relatar su vida.

Cada persona ve diferentes cosas y se vuelve poeta, cada raya puesta es un posible verso; entonces, ¿qué poemas crea cada quién? Todos se detienen a contemplar de forma diferente, todos son protagonistas de su propia historia, y al igual que las novelas, yo he elegido a mis tres relatantes, a mis tres protagonistas, a mis tres visiones, a mis seis ojos.

La primera es una mujer de edad avanzada, octogenaria, que se acerca a los noventa años; y que posee aun gran lucidez y habilidad de comer y moverse. Posee una independencia que muchas personas de menor edad quisieran tener. Sus ojos son verdes, su piel es clara, y cuenta con una cabellera característicamente plateada, como signo de su edad. Esta encantadora dama, Margarita Flores Lino, ha vivido en San Baltazar por más de 70 años. Conoció la ciudad antes de que fuera ciudad. Observó como las casas eran un montón de pastizales. Contempló como se erigían éstas de forma paulatina, y antes de dejar el país durante veinte años, observó los inicios de las construcciones más grandes. Hace apenas un año regresó para ver un paisaje cambiado pero aún familiar. Importante hablar de esta dama y relatar lo que sus cansados ojos han visto. Puede ser la opinión más valida sobre San Baltazar, ya que ella vio al pueblo como un infante y ahora es una población adulta.

Nuestro otro narrador es un muchacho mecánico, que hace poco se le categorizaba de malviviente y vicioso. Conocido por sobrenombres de "el gordo" o "moe", este sujeto responde al nombre de Víctor X. En sus 16 años ha visto las partes nocturnas y obscuras de Samba, esas que muchos ignoran o deciden simplemente no ver. Pero él durante mucho tiempo las experimentó como normales, producto de un descuido a temprana edad y minina dirección paternal. Ahora que ha dejado la bebida y los estupefacientes, ve el mundo con ojos más vivos, sin ojeras, persiguiendo la meta de dibujante y por ahora con secundaria trunca. Se limita a trabajar en el taller mecánico como chalan de su abuelo.

Ahora a quien finalmente quiero presentarles es a una mujer con la que tengo un sentimiento que mi corazón hace latir, como no me sucede con el resto de las mujeres que viven en este estado, tal vez en el país o inclusive en el mundo entero. Su nombre es Ariadna Hernández Muñoz, y con suerte algún día llevará mi apellido paterno como su apellido de casada. Ella observa su alrededor desde una ventana a 3 metros del piso, desde una perspectiva de joven y culta. Tal vez su añoranza pueda parecer inocente, la de llegar a lograr grandes cambios, la de ser escritora, artista y por ultimo madre. Puede que ciertamente sean los resultados de la inmadurez, pero en sus ojos obscuros se observan aún los destellos de juventud y esperanza que francamente yo ya perdí, y que envido ahora que carezco de ellas.

Aunque por momentos me llamen la atención sus puntos de vista, muchas veces estoy desacuerdo con ellos, pero sus ojos captan los detalles más mínimos, qué la mayoría pasa por desapercibidos.

Estos son algunas de las voces que nos hablan de la localidad, de las percepciones de su día a día; las voces que relatan un paseo a través de sus sentidos y de su vida.

Parque multiusos "La Coyotera"
Allá en el lejano sexenio de Felipe Calderón, existió un programa social llamado "Vivir Mejor", cuya intención era crear diferentes actividades tanto para la recreación social como para el mejoramiento de la calidad de vida. Uno de los cambios fue la renovación de parques públicos. Con dicha orden de corte panista se alteró la estética de los parques en nuestro país, creando una imagen de las áreas públicas muy diferente a la que originalmente tenían.

En el parque principal de la colonia en que vivo se llevaron las mismas medidas, cambiaron los viejos juegos de fierro por otros de plástico, se usó pintura nueva en las canchas, y se crearon novedosas estructuras. Todo esto ocasionó un ligero cambio de aire en la colonia, un sutil toque de renovación.

Desde ese día los niños salen más seguido a jugar al parque. Ahora cada centímetro del mismo cumple una función específica. En los juegos se juntan pequeñines a jugar, a veces solitarios, y en otras ocasiones supervisados por sus padres, madres solteras y hasta hermanos poco emocionados. Una estructura de plástico con colores chillones provee de felicidad a los pequeños, los incita a ejercitarse, y les da un punto de socialización con otros más chiquitos. Es una acción sencilla acompañada de gritos de diversión. A veces los placeres más simples son los mejores, y los mejores los más inocentes. Veo entonces como el parque y sus juegos alimentan los espíritus infantiles, antes de que éstos crezcan y se vean enfrentados al mundo gris de los adultos.

La segunda parte que les quiero contar son los aparatos de ejercicios situados junto a las jardineras, entre la calle San Francisco y la cancha de futbol. Como es obvio, dicha área tiene como objetivo ejercitar a la población, quemando la grasa que tanto nos sobra a los mexicanos. Dichos aparatos de tipo sencillos son hechos de fierro, recubiertos con pintura blanca y azul, y sirven para quienes no pueden pagar un gimnasio o son demasiado codos para pagarlo, como su servilleta.

Hay otra sección del parque de la que les quiero contar, me refiero a las zonas verdes con pasto natural y bancas de madera, que son empleadas de formas poco ortodoxas como fumar, fajar o llevar al perro a darse la vuelta. Admito que en varias ocasiones yo las he ocupado para "pistear", y un par de veces para desestrezar a mí perro con el olor de pasto maltratado. Es triste por momentos relatar esto, pues habla de la nula cultura cívica que poseemos.

Ahora, a diferentes horas del día se reúnen diferentes personas, en diferentes formas. En las mañana corren los atletas, al medio día las familias se reúnen a jugar, y a las ocho de la noche los adolescentes y jóvenes juegan futbol en la cancha principal, juntando a muchachos de diferentes tipos, desde curiosos hasta pandilleros, que utilizan las canchas como un lugar para fumar y tomar.

Cuando el parque se vuelve un estadio es el día domingo, con las ligas infantiles; cuyos espectadores se arremolinan para hacer las competencias de barrios, familias, niños etc. Es un juego poco claro y de mínima trascendencia. Es un entretenimiento poco común, pero es el entretenimiento que no cuesta ni un quinto. Para el que tiene menos, esto constituye la única opción de paseo.

Para todos hay un poco, o poquito, es un lugar un tanto pintoresco. Tal vez el más cuidado entre toda la colonia. Es el bien común que todos utilizamos.

 

El hambre y los recuerdos
Cada noche puedo sentir mis sentidos despertar, mi instinto animal que no se ha borrado de mis genes despierta para atraparme y actuar de manera irracional, que me ataca al igual que el momento en el que soy presente del sexo o de la barbarie, actuando por los impulsos palpitantes en mi piel. Y es que me siento estimulado por un aroma en específico: el de la carne. La carne de los muchos restaurantes, fondas o taquerías nocturnas de San Baltazar Campeche. La carne que se prepara de diferentes formas y especias para poder seducir a los que pasan, y que yo, como la bestia encerrada que soy, no puedo escapar de ella.

La jaula es mi bolsillo y el instinto primitivo que despierta es el del hambre. Como animal repto a la ventana para ver como las brasas se mueven y tocan delicadamente la carne que gira en un aparato semi-circular, tostando a la perfección los jugosos costados de un cerdo muerto.

Puestos, puestos de comida es lo que sobra cuando el sol se va, cuando su hermana la luna se apodera de los cielos en conjunto con las estrellas. Salen entonces olores de locales y puestos, estimulando a los transeúntes con jugosos trozos de carne, vegetales, frutas, platillos, postres. Todo se ve de colores llamativos, cada pedazo de comida es atrayente en su propio estilo. El estómago busca el alimento, y por ello la voluntad de muchos consumidores se ve quebrantada. Así es, el alimento es lo que nos relaciona con nuestros instintos animales, lo que nos remonta al pasado de irracionalidad y desenfreno, consumiendo por consumir y nada más.

Tanta comida, de diferentes formas y sabores, hay tacos, chalupas, hamburguesas, y papas. La cantidad es innumerable, y todas y cada una de ellas fuera de mí alcance. No es mi voluntad tanto para no comer, es más bien mí incapacidad de obtenerla, a causa de mí bolsillo vacío.

Eso me hace recordar las sensaciones que mi paladar prefiere, es decir, comida específica de puestos específicos. Las hamburguesas "Los pericos", los tacos "El pariente", la comida chatarra de las tienditas, y a veces los esquites que tocan fuera de mi casa. Todos las sensaciones regresan a mí paladar como el frio viento que trae recuerdos de lo que una vez fue y de lo que ahora no es nada.

Vienen a mí memoria recuerdos de hace tiempo, como cuando tenía seis años y probé "Los Pericos" por primera vez, siendo el primer comensal que se deleitó con su sabor. Fui de los primeros en saborear la carne bien azada al carbón con recetas sencillas y o clásicas del mundo de las hamburguesas. Desde esa vez, en cada ocasión que paso por dicho lugar añoro su sabor particularmente ahumado. El dueño conocido como Paco hijo, es el vástago de otro dueño de local, Paco padre, quién tiene una carnicería enfrente del parque de La Coyotera, y desde un inicio surtió el negocio de sus hijos con buena carne para sus hamburguesas, una de las causas de su gran sabor. Hoy sin embargo la calidad ha cambiado, su sabor sigue siendo bueno pero no el de antes, que entonces poseía esmero y cuidado en los detalles. Creo que la causa del declive de la misma es que no hay más empleados dispuestos a hacer su trabajo, y que el dueño ahora con más de treinta años, ha descuidado el negocio que empezó en la década del dos mil, y que una vez añoro como a su propio hijo.

Ahora mí local favorito de hamburguesas ha cambiado, no presenta la misma añoranza que me representaba de más joven. Francamente he encontrado otros lugares que ahora tienen mayor calidad en los alimentos, mejor cuidado en su ejecución y de precios más accesibles; e inclusive he aprendido la receta para mis propias hamburguesas en casa.

 

Cabellos de plata
Fue hace 50 o 60 años cuando Margarita Flores Lino piso por primera vez esta tierra. En esos tiempos no existían casas, y había un enorme paisaje de pasto de vivo color verde. En los alrededores se observaba la naturaleza; en la lejanía casas pequeñas y aún más lejos la colonia San Manuel. Esta tierra que fue su segundo hogar, después de su pueblo, se convirtió en una morada para el resto de su vida.

Hoy con casi noventa años se levanta en el mismo lugar, ahora convertido en una residencia. Su cuerpo se ha envejecido y su piel se ha tornado ahora blanqueada por falta de sol. Es en esta edad que me cuenta su historia, de cómo los ancianos de hoy eran niños cuando ella llegó. Una vida hecha que vio crecer a San Baltazar. Margarita es una de las últimas fundadoras vivientes de la junta auxiliar, la cual se entristece al escuchar el nombre de sus amigos que ahora moran en el panteón municipal y ya no deambulan en las calles.

Llegó a Sanba con unos cuantos años de casada, con dos hijos adolescentes y un infante. Su marido compró en ese entonces varios terrenos con el propósito de construir su vivienda, y hacer una nueva vida en la ciudad. Al principio empezó vendiendo diferentes mercancías en el centro, mientras su marido vendía paletas heladas, lo cual puede parecernos poco; sin embargo, para los que vienen de un lugar con más pobreza resulta una oferta inigualable, una oferta laboral importante. En esos tiempos, eso bastaba para alimentar a varios hijos, y de paso construir una casa que hasta el día de hoy está en pie, recia como el primer día.

Pasando los años ya con más monedas en el bolsillo, Margarita se convirtió en la matriarca de su hogar. Cuidó varios hijos de diversas edades, apoyada por su marido y por su hijo mayor Antonio Hernández. Había eventualmente cambiado los puestos modestos entre las calles del centro, por un flamante puesto en el mercado Zapata; pese a toda la venta era buena. Vendía diferentes tipos de cosas: jueguitos, bisutería, ropa, zapatos.

Todo surtido por los negocios de la lagunilla de la Ciudad de México, a la cual tenía que ir seguido para surtirse de mercancía.

Cuando sus hijos crecieron, éstos también se volvieron padres. Muchos de ellos construyeron junto a la casa original de su madre, creando un núcleo familiar fuerte, donde abuelos, hijos y nietos convivieron durante mucho tiempo de manera sencilla, y con niños por doquier; en donde los primos eran criados como hermanos, y los tíos cuidaban como padres. En donde la abuela ponía las direcciones a seguir como matrona de la familia.

A la llegada de los ochenta empezó la migración de su estirpe a la tierra de la libertad USA. Al final ella cedió también. Una vez más se transportada a otro mundo, donde era extranjera por ganar dinero. Ahí permaneció 20 años, regresando a México en el 2015, cuando sus nietos tenían hijos o inclusive nietos. Volvió a su casa cambiada. Eligió regresar ya que decidió que México, y en especial San Baltazar Campeche, sería su hogar definitivo, y donde pasaría el resto se su vida, pese a tener que dejar a varios de sus hijos en USA. Es ahora que se levanta con los rayos del sol, despreocupada por la hora, con casi noventa años y con frágiles huesos, para disfrutar del día que pasa más lento que antes, para ver como vuelve a crecer el pasto del jardín en el que cuida el perro de su nieto, para resumir su vida en una frase sencilla: "fue pobre, pero muy padre".

 

Ojos cafés
Un día como hoy una señorita se levanta a las seis con siete a.m. A las seis y diez manda un mensaje a su novio. Seis treinta desayuna, y a las siete entra a su secundaria. Regresa alrededor de las dos, y en su casa se hace cargo de los deberes del hogar, en conjunto con sus obligaciones de estudiante y de su labor consigo misma. Cerca de las doce p.m. revisa su celular por última vez, se despide de su amado por mensaje y apaga la luz. La vida de esta persona es usual, al menos por el horario que lleva, lo que no es normal son esos ojos cafés, grandes de un color claro, que se vuelve más obscuro conforme avanza a la pupila. Dichos ojos ven como los míos, mediante la refracción de la luz, pero con percepciones distintas. A veces mis ojos ven cosas pintorescas, mientras que los suyos repudian dicho objeto. La dueña de tales ojos es Ariadna Hernández Muñoz, señorita de quince años, y probablemente mente brillante en el futuro.

Nació el día 25 de Septiembre del año 2001, y empezó a vivir en San Baltazar desde hace 8 años, a la edad de 7. Llego aquí como todos los niños que se mudan, sin idea o consentimiento del cambio dado en su vida, posible razón por la cual carece de un sentido de pertenencia a San Baltazar.
Desde que llegó, el mayor contacto que ha tenido con su localidad es hablar ocasionalmente con los vecinos, para después regresar a su propia casa; lo que no constituye una señal de comportamiento impropio o de tozudez, más bien resulta un el ambiente social poco idóneo para una señorita que no ve "La Rosa de Guadalupe" o que se interesa poco interesada por el futbol.

Considera a parte de sus vecinos de forma un tanto irónica, mientras que los chicos y señoritas de su edad, al menos sus vecinos, le parecen agradables. Sus padres o abuelos los percibe como seres irritantes, prejuiciosos y chismosos. Es difícil tener agrado por una persona que procura acompañar cada palabra que lanza con algún veneno, con la intención de lastimar. Personas que se provechan de la juventud, para hacer comentarios y juicios, y cuyas víctimas de corta edad difícilmente pueden defenderse.

Cada vez que escucho su boca emitir palabras, con una voz tranquila y para algunos exasperante por su tono bajo y siempre tranquilo, percibo verbos con elocuencia, con una estructura lingüística que mucha gente desconoce de su léxico, impresionando a las personas de poca o mucha cultura. Cada vez que un destello de su mente sale al exterior, puedo hacer reminiscencia de mí persona a su edad. Cuándo el pensamiento propio se empieza a formar, creando ideas tal vez ridículas para los verdaderos eruditos, pero que poseen la semilla de pensamientos variados, no es simplemente intelecto lo que desborda en su forma de ser, es también creatividad y un carácter fuerte. Aquel que la trate, debe hacerlo con guante de seda, para así tener una relación tranquila y semi estable con ella; quiénes no, pues no.

Ari sueña muchas cosas, en eso ojos cafés puede verse el brillo de la juventud, ahí encuentra uno las aspiraciones por varias cosas. Percibo en ella hambre por el futuro, un sentimiento que en parte envidio por ya no poseer tal espíritu de juventud. Busca escribir, cantar, componer, tener un cargo político, ser actriz y por ultimo ser madre. Puede parecer risible, casi imposible, pero quienes crecen sin sueños crecen sin nada.

Aunque pueda parecer exagerado o demasiado pasional, presiento en el futuro de esa señorita, que por el momento puede ser vista como inusual o extraña, la potencia de la grandeza. ¿Qué tan grande puede llegar a ser?, sólo ella lo decidirá.

 

 


© Oscar Alberto Pérez Flores y Omar Antonio Ponce Carrillo


74ariadna