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Poemas
porUlises Vite Navarrete

 

 

AQUELLA TARDE TOMÉ EL PÉTALO DE UNA ESTRELLA

que pasaba por la vértebra del horizonte

y con él limpié mi frente desnuda,

la cavidad macerada de amor en mi hígado y mi apéndice;

entonces aprendí el idioma antiquísimo del aire,

que es el idioma predilecto de las cornejas y los pichones,

de los frutos que están ansiosos por caer

para engendrar su propia música,

y de los escarabajos sin sueño.

 

Medité con los pies bien dentro de la tierra

mi constitución en el mundo.

 

¿Soy la hormiga o el león?

¿Soy el canto que nace en la lengua de un navío

o el mar que besa el navío?

¿Soy el atardecer que muerde el pasto

o la hora que muere en el ojo de la mujer más ligera?

¿Soy el hombre con piedad de árbol

o el jilguero que se prende fuego en mitad de la noche?

 

Nunca obtuve respuesta,

por eso dormí varios años en el mismo sitio.

Se extendieron mis raíces como en un abrazo fraterno

y las aves hicieron nido en mi boca;

mis cabellos fueron más verdes que nunca;

y mi corazón se derramó por todas partes

de manera que los ríos fueron mis venas,

cada pájaro una neurona con inevitables ansias de vuelo,

cada escarabajo una lengua para palpar el horizonte,

y las flores fueron multitudes de oídos

para atender el himno de las abejas.

 

¿Cuánto habrá durado mi descanso?

No estoy seguro.

De cualquier forma, ni siquiera en sueños

dejé de amar la luna;

hermosa y grandilocuente,

tan blanca como un hueso que jamás se quiebra,

lavó mi copa con su beso dulce como el amaranto

y cuidó mi crecimiento a través de los días.

Fecundé también con alegrías a las muchachas

que tomaron el fruto estelar de mis brazos,

así es que  todas ellas salieron cantando

con los pechos descubiertos,

sangrando sus muslos majestuosamente para darlos a todos;

y antes de encontrar caricia en medio del camino

algunas fueron bellísimas magnolias,

y otras, plateadas golondrinas

para adornar la cabellera recién lavada de la noche.

 

En la hora incierta, sin embargo,

fui hombre de nuevo.

Mis raíces volvieron a algún lugar de mí mismo

que aún desconozco,

las aves se marcharon de mi boca en una migración inevitable;

extravié mis pensamientos, y mi hidrografía

en que la dulce primavera enjuagaba sus ropas,

terminó por secarse.

Tuve que estirar mis piernas todo cuanto pude,

también los brazos y los cabellos.

 

Ensayé mi respiración y mi canto.

 


SENTADO SOBRE EL HOMBRO DEL MUNDO ,

ocioso como un gato que ronronea metáforas para el porvenir,

el día mira pasar las olas que nacen bajo sus pies.

Pone especial atención a los niños

cuyo juego consiste en dar nuevos colores al arcoíris,

al perro que corteja galantemente a una estatua,

y a los geranios.

 

Hay guijarros que florecen de forma espectacular y soberbia

después de un sueño larguísimo,

y ansiosos por compartir su elocuencia

con los transeúntes despreocupados,

alzan un rezo que glorifica las hazañas de su estirpe.

(El viento los corona con flores purpuras, rosas, o amarillas.

Entre tanto la esperanza, en su paso por los malecones,

mece sus pechos cálidos,

y en su cuello repleto de anémonas celestes

terminan de escribirse los primeros pensamientos del hombre.)

 

Ahora bastan dos palabras y un manojo de yerbabuena

para enjuagar los corazones.

 

 

REFLEXIONES DE UN ESCARABAJO

 

I

Toma tu corazón,

y lávalo con la espuma del mar.

Pon en tu riñón la algarabía de los crustáceos,

y no te conformes únicamente con abrazar el reflejo del sol.

 

II

Me gusta ver cuando estás recostada en la yerba

porque tu silueta hace recordar

un harpa majestuosa, un harpa celeste

que va trazando sobre la vértebra del universo su propia sonrisa,

constelación milagrosa a la cual rezan los hombres.

 

III

Reconozco que en cada una de mis células,

también late el universo.

 

IV

Recuerdo que llegué de muy lejos;

de una estrella que nadie ha nombrado.

Estrella salvaje y espontánea donde caen las frutas amablemente,

y el cielo se viste de cigarras en acto amoroso.

 

V

Tus labios, rojos como una estrella

sonrojada por las presunciones del creador;

tus labios con un aroma mistificado .

Sí, quiero besarlos.

 

VI

¿Ves? Soy incierto como un gato surrealista

persiguiendo una madeja de poemas

sobre el tejado.

 

VII

En torno de mí

orbitan los ruiseñores con estallido de arcabuz,

y cada uno de ellos tiene su propio clima.

 

VIII

Si fuera girasol tendría una aurora

para acelerar cada beso.

 

IX

Te muestro un instante la luz;

luego, te arranco los ojos.

 

X

Sueñas con la mujer de pies de cristal

que alguna vez bendijo tu mano

y ató a tu corazón el vuelo de los pichones,

así como las travesuras de los gatos agradecidos.


SI YO ME ATREVIERA ,

si tuviera en la camisa un botón más de valentía,

te diría que no puedo apartar mi voluntad de tus ojos,

que muero por arrojarme en ellos

como el náufrago se arroja contra la arena

para besarla igual que al oro.

Dispuesto a todo, germinaría en tus pupilas,

me volvería etéreo

o seria como el incendio

que consume la tranquilidad de los cardos.

 

Sí, voy a nacer mil veces en tus ojos,

y cuando mires de nuevo la noche,

cuando intentes descifrar su constitución milagrosa

sentada al pie del árbol,

sonará mi voz con su alta frecuencia ascendiendo en vértigo

por tu corazón.

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LA HORA ESTALLA

arrojando su propia inteligencia en la locomotora

que anuncia el nacimiento de una flor.

 

El beso estalla derramando su propia elocuencia,

en tanto un leopardo estelar clausura por un momento

el horizonte.

 

Mis ojos de cocodrilo estallan igual que una piña

comunicando a las hormigas su entendimiento.

 

El fuego en la hoguera arroja su propio sol;

la gota escupe su propio océano

con pronunciamientos de batalla;

la flor arranca de sí misma una constelación

para morir sin culpa. 

 

 

HE AQUÍ DE NUEVO  tus ojos.

Como astros sin cruz, ni congoja de hombres,

se dibujan sobre la espuma de las olas,

en el gran pétalo definitivo de una estrella,

y en la mirada de una virgen que está madurando

peras entre sus labios.

Igual que dos estorninos esperanza

vienen a ofrecer sus encantos:

el abrazo materno de los girasoles y el agua estelar

que hace florecer al mundo.

(El mundo entero descansa en ellos.

Con mirar las nubes, el sol, ríos y bosques,

los pones en tu vientre cálido.)

 

Tienen la alegría de los parques,

y la risa incuestionable del viento.

(En ellos se leen los amores del Mar con el Cielo.)

En ocasiones sin embargo me parecen terribles:

como dos liebres encendiendo astutas luminarias

en el pecho de la tierra,

pasan con vehementes notas cargadas de aire y fuego

sobre mis manos, surcando mis cabellos, 

o durmiendo mis pulmones con su luz definitiva.

 

Opacan sin duda cualquier brillo.

De noche igual que un millón de estrellas,

centellean mi piel desnuda, la queman.

 

 

EN OTRA VIDA  debí ser un pirómano chulísimo;

y de ser así, yo prendía fuego a la costumbre,

al sermón del domingo,

y a los falsos amigos.

(Bastaría un pequeño chispazo para desatar

la extinción de mis pertenencias y ser un hombre libre.)

 

Seguramente también pondría a crepitar el corazón

de alguna dama exquisitamente recatada,

me abrigaría en la combustión de sus senos

y crecería en la consumación de sus ojos.

 

Y cómo dudar que viajé a través de los incendios

que se tragaron grandes ciudades,

y todo con tal de mostrar al hombre

la fragilidad de su ingenio.

 

Pero, no hay de qué preocuparse, esto fue en mi vida pasada.

(Soy ahora un hombre muy bien portado.)

 

 

© Ulises Vite Navarrete 4 de octubre de 1990 en D.F. México. Estudiante de Pedagogía. Publicaciones en revistas digitales como Letralia y Palabras diversas. Mi primer libro de poemas “El escarabajo y el jilguero” se encuentra en proceso de publicación.
Miembro del Directorio REMES: redescritoresespa.com

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