Ariadne boreal
porÁngel Fuentes Balam
Sé juiciosa, Ariadna...
Tienes orejas pequeñas, tienes mis orejas:
¡Mete en ellas una palabra juiciosa!
¿No hay que odiarse primero, si ha de amarse?...
Yo soy tu laberinto...
Nietzsche.
I
Recorro el laberinto de tus ojos,
mineral explotando hacia la tierra.
Viajo, laberinto de mí mismo,
a un triste páramo de espejos excluyentes.
Caigo en el drenaje de las ecuaciones
inamovibles,
preso de una sonoridad pretérita
en la que habita Ella encapsulada,
oruga asfixiando mi garganta.
Deslízase hasta el reino de mi pecho,
instala su acre absolutez sobre la arteria
principal del corazón.
Ariadne,
yo no soy el héroe que esperabas.
No emergí glorioso
asesino legendario
del Minotauro.
No tejiste para mí
el hilo de plata, ni otorgaste
la corona
de luz
para resucitar hacia lo externo.
Yo no navegué fiero y constante hasta tu isla.
El amor dilatado no brilló en tu seno;
ni siquiera tus manos dibujaron el espacio
en el cual pudiere estar mi ausencia.
No soy aire,
cada partícula se diluye mía,
se oprime hasta constreñirse,
traga su propia esencia:
Desparece o se esparce.
El cuerpo va secando
(el cadáver se impone),
adhiérense a él los gusanos del tiempo;
gusano será cada caricia,
los besos habrán de triturarme,
arrancará mi piel esa palabra
y de la no existencia, la carroña me instituye nuevamente.
Desierto soy.
Derramo en dunas la arena.
La amargura expandida
revuelco.
Soy un cerdo que se unta en sí mismo.
Arremolino
una melancólica sustancia
grano por grano.
Molécula a velocidades espantosas.
La materia explota oval:
Furioso y lacónico mercurio.
Soy inmenso cuando te lleno de mi cuerpo,
feroz marejada que se estrella en el útero.
Palpita mojada la carne,
es dócil. Me ilumino.
Convulsiono y me agiganto
vomito la semilla del ser nuevo.
¡Ah, que te intoxico del ajenjo!
Las paredes de tu cueva se corroen,
lloran estalactitas prostitutas.
He dejado mi espíritu
por mil años adentro.
Mi semen se esparce en la galaxia
cuando eres polvo de tu polvo,
olvido del olvido,
madre absoluta de la nada.
Mi semen cae blanco y puro;
cae en la boca de Dios, él se lo traga.
Dios se come a Dios.
El circuito jamás debe interrumpirse
Somos dioses con los ojos tristes,
guerreros cuyo nombre ha sido erradicado por los siglos;
esperamos la frontera del sueño, en línea oriente horizontal.
Legañosos concurrimos día a día tras las máquinas;
caminamos iguales, vestimos igual,
sufrimos por las mismas cosas.
Todas las naciones son solamente una:
El país de las lágrimas perpetuas.
Ariadne,
déjame ser tu esclavo,
ser el tigre extraño que acaricias sin miedo.
No cantemos jamás como el cuervo deforme de la vida,
no seamos iguales a nosotros mismos.
Tú y yo guardamos el secreto de todo lo que existe,
allí,
en la íntima ribera del sueño compartido,
navegando el cuerpo de otro siempre,
hundiendo el ancla, herrumbrosa y oxidada, del deseo,
en la piel de nuestro amante.
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