La tarde del elefante
Luis Benítez
Buenos Aires Poetry Ediciones , 2014. Colección Pippa Passes
por Juan Arabia Marzo
Los animales nunca desaparecieron. Empezaron a ser domesticados por el hombre, a ser utilizados y explotados por la industria del alimento. Algunos pocos, los más salvajes y curiosos, desfilan ahora con la mirada perdida en los Zoo de las ciudades. John Berger en La mirada de los animales , si bien reconoce y promueve este tipo de sentencias, no deja de advertir que estos mismos también fueron -en épocas y sociedades disímiles- las primeras metáforas: «lo que distinguía a los hombres de los animales era el resultado de su relación con ellos». Para los griegos, por ejemplo, el signo de cada una de las doce horas del día correspondía con la figura de un animal: la primera era un gato, la última un cocodrilo. Los hindúes, por otro lado, concebían al mundo transportado a los lomos de un elefante.
En esta tradición, lejana a lo que promueve la actual experiencia cotidiana, parecen inscribirse los poemas que componen La tarde del elefante y otros poemas de Luis Benítez:
Condescendiente, tuvo la gentileza
de mostrarme su larga espalda,
la belleza profunda de sus ígneas escamas
todavía ardientes de verano bajo el frío de abril.
Yo me había perdido en mis propias espirales
que rodeaban el campo congelado
e ingenuas, como todos nuestros bobos problemas
creían como mínimo abarcar la superficie
de cuanto repartido por nosotros conforma
la política división de toda la creación.
Ella, una gema indiferente ante mis estúpidos problemas,
me gritó y susurró soy el alfa y el omega y también
esta simple serpiente y cuanto soy en efecto:
me sentí comprendido en el simple ademán de su lengua ondulante.
Entre ambos campos se colocó
la absoluta curva de su signo favorito,
la ávida interrogación que parecía, era:
su magro cuerpo trazó una muda pregunta,
y todo cuanto me rodeaba consistía en la pregunta misma
que el signo de la serpiente cerraba
ante el sapiente dios.
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