Mar de fondo
porJosé Manuel Alfaro Basilio
Oculté el oído en una caracola que
presumida y orgullosa de su cuerpo calcificado
se dejaba mecer por el oleaje oceánico que,
impregnada de olor a brisa marina y a cianofíceas,
retozaba sin conciencia entre gruesos granos de arena
que arropaban los restos del destino desafortunado
de su ocupante desaparecido,
y que a modo de memoria de su inquilino
le obsequiaba a los paseantes descalzos, su vestimenta coloreada.
Resguardada tras la vitrina de mi paraninfo,
culminé su destierro de los fondos arenosos para apagar la vehemencia de mi sentimiento por la belleza y los testigos impotentes,
y de por vida –la mía-
su descanso eterno entre cristales esponjados de miradas curiosas.
Con ella, las señales de sus paredes impregnadas.
Sí, empapadas, de esencia de marinos muertos en la mar,
de náufragos matados por el hambre y la sed,
de voces desesperadas en las noches hipotérmicas,
de plegarias de socorro a las estrellas,
de gritos en el silencio profundo del miedo.
También de ruidos de hélices de perseguidos, de turistas,
de pescadores, de mercantes,…
de todo aquello que se mueve antinatura sobre el líquido manto de las aguas fronterizas.
Y, como no, de los alaridos de las ballenas sacrificadas.
Yo impávido, me refugio en la arenas movedizas
de la ingravidez de mi ahora explorador,
en la belleza de la roca socavada que mira al sol en un descanso de las arremetidas del mar,
en la meticulosidad del cangrejo que limpia sus pinzas nerviosas,
en el canto al aire de las gaviotas que alegran la mañana de los tristes.
Cuando vuelvo a la caracola
solo escucho el latido de mi corazón,
mar de fondo de las olas escarlatas de mi cuerpo.
Cuando miro a la caracola
solo veo una gota de agua gris azulada deslizarse fuera de su cavidad
hacia el abismo del suelo arenoso,…de la supervivencia.
¿Quizás una lágrima?
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