La gente de Bartleby me ha malcriado de siempre, y aún lo hace. Muy pocos de sus libros me han dejado un regusto amargo, o me han aburrido, o me han resultado prescindibles. Éste tampoco es el caso. La obra completa de MacGreevy está formada por un libro editado y siete poemas publicados, veinte años después, en revistas. Pero tan escaso bagaje constituye una travesía tensa e intensa para el lector. La presencia del imaginismo de Pound, del collage rítmico y vocal de Eliot queda patente (y debidamente señalada en las introducciones) en cada poema; pero no hay aquí mera imitación del maestro o el discurso automático de una corriente contemporánea, sino la búsqueda consciente de una salida formal para un cuello de botella al que opresión, pobreza, religión y tradición estrechaban un poco más cada vez. Esa tormenta llamada Irlanda, cuya literatura parecía haber sido condenada al exilio. Más allá de tantos tópicos que aún hoy se manejan y nos creemos, MacGreevy supo rasgar el velo de una realidad asfixiante e introducir en ella la sombra, la duda, lo carnal.
Pocos poemas, muy pocos. Más que suficientes para encontrar lo que buscamos cuando buscamos poesía.
© A.M.R.