José Ignacio Cadenas
Pero es el tiempo, ese correoso transcurrir al que José Ignacio Cadenas trata de ajustar las cuentas: -“Nada reprocho a mi pasado/…con el que tengo un pacto”. Son, por tanto, poemas de madurez, esa con la que hoy mira de igual a igual bajo el prisma de la experiencia, de las cicatrices, de la embriaguez, acaso de la humildad: -“Nada de lo que hice, lo hice yo”. La poesía es palabra, palabra en el tiempo como la definió Antonio Machado; en la poesía de José Ignacio Cadenas la palabra poética, es al mismo tiempo, concepto y sentimiento. Sírvase como muestra de ello, los versos que a la demencia senil dedica: -“Maldito tú, caballo negro/incapaz de cabalgar con elegancia”. Es el tiempo como concepto el que predomina su poemario. No en vano la poesía es la manera más honrada que existe para ajustarle las cuentas a la realidad, y así lo hace el autor en sus versos: -“Qué tarde comienzo mis proyectos/qué escaso margen para su final me queda”, y aunque es consciente de que ese alacrán azabache nos cerrará el círculo a todos más temprano que tarde, él pone un punto de humor o de ironía. –“¿Es hoy ya la hora final?/Que nadie se mueva/Organicémonos en orden/nadie se puede colar”. A José Ignacio Cadenas la poesía le viene de lejos, la llevaba quedamente en las venas, tácita y discreta, hasta que el sol, con esa potestad delicuescente que habita sobre las hayas en un parque de Chapultepec, se liberó un día con la aquiescencia, sin duda, del extraordinario poeta León Felipe. Por último, ya que he tenido el privilegio de antologar este poemario, quisiera compartir con el lector también los escenarios del poeta; el frontispicio húmedo del amanecer frente a la ría de Neda, la lluvia conjugando el sol y todos sus verbos, la emoción bajo los efluvios del verano, la turbación ante un trozo de empanada del Rojal y la Luna. Sabemos todas estas cosas, pero no las que sintió al escribir el último verso. © Antonio Polo González |
© Antonio Polo González
|