MUSICA PARA AEROPUERTOS

Vostok
por Pedro Díaz Del Castillo

 

 

Vostok 1961-1968

Yuri Gagarin tiene la nariz sobre el cristal de un ojo de buey prestado por el destino. Observa con emoción el paso de una Tierra, yaciente y viajera. Otro frente, esa borrasca y esa enorme y blanca nube que cercana, se extiende sobre una Europa de cartón y lápiz. Más allá, la negrura de una mar que sol perdido, decapita el continente y la blancura de los hielos árticos.

Yuri Gagarin se esfuerza por divisar Smoliensk en la brevedad del vuelo y sólo alcanza a imaginar aviones en travesía. Aviones que cruzan Siberia, vibrando con la locura del nuevo ingenio arrancado a la naturaleza.

Yuri Gagarin adivina sus nervios terrestres y aquella solitaria espera en el aeródromo tras ciento ocho minutos de vuelo y un impacto que aún conmueve sus huesos. Se imagina recordando como desde el exterior, alguien abre la escotilla, como sus ojos contemplan la sonrisa y las lágrimas de una mujer que ha sufrido aquella órbita. En los huesos el dolor del beso de los Cielos con La Tierra y en la mejilla una caricia robada en el pasillo que le conduce al rincón de cuarentena.

Yuri Gagarin piensa en los aviones, en el frío hielo que cubre un horizonte casi curvo y en su pequeña nave que arde sobre la pista, en soledad, en silencio. Se imagina contemplando el cielo cercano en el recuerdo, y las estrellas aún más reales desde su órbita. Yuri se mira a los ojos y clama el perdón por la muerte de los sueños, por el amargo sabor del tiempo interrumpido.

Yuri Gagarin, lejano, se despega del cristal y se mueve, aún sin peso, hacia la escotilla de proa mientras desliza su visor hasta oír cierre. MECANISMO DE APERTURA ACTIVADO reza ahora en la pantalla, y un cálido destello avisa de la fuga inmediata del futuro.

Yuri Aléxeievich Gagarin me contempla ahora desde el cénit. Está quieto y pensativo, pero sonríe con la mirada sabia y contenida.

 

 

Orbita (15702 bytes)Vostok 1998

Yuri G. observa todas aquellas naves con el vientre abierto y las entrañas extendidas sobre asfalto y hormigón. Equipajes y cargas. Trozos de geometría etiquetada con un destino en ocasiones incierto. Yuri G. contempla el gris del horizonte y se imagina con un visor ámbar ahumado, sujeto a un sillón de estrellas, sintiendo el ímpetu y la furia de los fuegos infernales.

Yuri G. se contempla lejano desde un apogeo solitario y escucha mensajes de una radio lenta. Nunca fue muy rápido en la respuesta y el retardo impuesto por la distancia, camufla la placidez de sus ideas. "Muelle tres para el 3521 de Iberia. Ocho treinta. Copiado 21, corto."

Yuri G. al volante, pone fuego en las toberas y saluda:

- ¿Hacia dónde Yuri?

- A Copenhague. Tierras llanas, gente amable y fríos mares.

Ahora norte helado, más tarde el tibio trópico. Portando almas, deseos, ilusión y miedo.

De un mundo a otro.

El pasaje, en pie a sus espaldas, no sonríe, sólo espera con gesto neutro, a veces pesaroso, la llegada al lugar en que el viaje comienza. Gentes que le observan, que contemplan en silencio su propio movimiento entre las naves. Yuri G. percibe su impaciencia en silencio, con destellos de mirada hacia el espejo.

Yuri G. calcula la trayectoria precisa para no golpear el reactor de ese cuatro siete que cercano, dificulta la maniobra de aproximación hacia la nave. Setenta minutos y es tiempo de encender la tobera de popa para corregir la reentrada. Envuelto en un velo de fuego cayendo hacia una Tierra sin paisaje, y el calor que le sofoca en el infierno, de vuelta a casa.

Yuri G. se aproxima a la nave y se detiene junto a ella. En silencio espera un gesto, una señal para liberar aquellas gentes. Las puertas se abren y con prisa, huyen hacia la escalera que les dará acceso a los cielos. Observa el abordaje, uno a uno, escaleras arriba, sin mirar atrás. Las puertas se cierran. Fuego tibio en el asfalto, y el aire enrarecido que vibra y eleva ondulantes plegarias de un agosto madrileño. Yuri Gagarin Animado (17 Kb)Retornando.

Yuri G. se observa en el descenso. Rugiente caída libre que aparta las estrellas y atrae sobre sí toda la llanura siberiana. Vida y muerte de paseo moscovita, la multitud que le aclama, y el saluda con timidez añorando la soledad de las estrellas. La soledad de una órbita que vale una vida.

La soledad del retorno hacia una casa triste en las cercanías de Barajas, y el recuerdo de esos libros manoseados y leídos una y mil veces, en esperas del servicio. Libros que hablan de cosmonautas solitarios de la vieja Rusia, de viajes estelares, de ciudades aún más allá de Copenhague y de gentes transportadas por naves diferentes a la suya. Personajes que le hablan al oído y le describen La Tierra desde lejos.

Yuri Aléxeievich Gagarin le observa desde el cénit mientras la Vostok orbita ya vacía. La Vostok vuela hoy junto a su nave, ésa en la que transporta a diario un pasaje que no le mira a los ojos y algún que otro sueño repleto estrellas y de cielos.

 

© Pedro Díaz Del Castillo
Cleveland Octubre 1998

[pdiazc@arrakis.es]

 


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