el cofre de ariadna


 

Cebralia

"Mi mente sigue manteniendo un gran número de ciudades que no he visto ni veré, nombres que llevan consigo una figura o fragmento o deslumbramiento de figura imaginada"
Italo Calvino "Las Ciudades Invisibles"

 

Cebralia (99 Kb)

Pasos de Cebra

A Jesús Urceloy que me instó a concebir este relato, y que sólo por el placer de oírselo narrar mereció la pena escribirlo.

De Cebralia sólo conocemos sus pinturas: los murales que cubren las fachadas de los edificios emblemáticos y el estuco teñido de las casas con balaustradas de madera. Pocos hablan de los óleos y acuarelas que presiden notarías y oscuros negociados en la Casa de la Moneda. Que se sepa, casi nadie ha visto el artesonado del Ministerio de Justicia y sólo la guardia de puesto ha vibrado con las policromías que adornan la frontera del oeste. Únicamente unos pocos, acaso aventureros o quizá funambulistas son los que pueden contemplar sin riesgo el reflejo de los faros sobre las bandas fosforescentes de los pasos de cebra. Nada más hay, por tanto, en esta ciudad, pues el resto, es decir, todo aquello que no puede ser plasmado en un lienzo o surge sin conocer la cálida caricia de brochas y pinceles, es devorado por un monstruo que dormita en el vacío.

Los hombres, cuando tienen que cruzar las calles, se sirven de pértigas para alcanzar la acera contraria. No son muchos los que saben medir bien las distancias, y algunos desaparecen entre las franjas pintadas sobre un piso inexistente. Por eso el abismo en esta ciudad está poblado de cadáveres.

Por fin, atraídos por las inverosímiles desapariciones y las multitudes originadas a las afueras de Cebralia, acudieron los zancudos que se decían artistas malabares a las órdenes de Melquíades el Magnífico. Tan pronto como supieron de los muertos insepultos que yacían varias millas más abajo, los artistas recorrieron las calles sobre zancos imposibles. Durante días se dieron a colorear las hornacinas, a asegurar las escotas que unían los navíos en el dique comercial, a pintar de ocre el subsuelo, los parques ausentes, las tardes grises del camposanto, las aceras, los elevados bordillos, las fuentes multicolores, y un ámbito seguro en todos los cruces de peatones. Por eso ahora se puede vivir sin vértigos ni desmayos en la ciudad de Cebralia, y los enamorados ya no tienen que aventurarse por los imbricados callejones de una ciudad repleta de cruces sin semáforos ni lanzar una jabalina cuando declaran su amor a las mujeres del arrabal.

 

Antonio Polo

 

Detalle de las columnas de Cebralia

 

 

De Cebralia.
Para Antonio R. Polo. Por la identidad.

 

POR TRES VECES HE BUSCADO CEBRALIA Y POR TRES VECES HE VUELTO CON LA CONVICCIÓN DEL FRACASO. HE RECORRIDO TODOS LOS DESIERTOS DEL MUNDO, LOS MANGLARES MÁS TUPIDOS, LAS CIÉNAGAS, LAS TUNDRAS.

UNA TARDE, EN BIZANCIO, CUANDO EN SOL CRISTIANO SE SUICIDA TRAS LOS MINARETES, HE CREÍDO ENTREVER, LEJANA, LA IMPONENTE TORRE DEL HOMENAJE. HE HABLADO CON HOMBRES DE PIES DEFORMES, DESTINADOS A LA VALENTÍA DE UNOS ZANCOS, PERO FUE EN PEKÍN, O EN TÚNEZ, O EN LOS SUBURBIOS DE MALABO. EN CÓRDOBA PERDÍ UN LIBRO MITOLÓGICO Y NEGRO, AROMADO DE ADELFAS, PERO EN CEBRALIA SON LOS LIBROS LOS QUE SE PONEN A SECAR ENTRE LAS FLORES. EL OPIO HA ENMARAÑADO MI OLVIDO.

MÁS QUE POR LAS CRÓNICAS, LOS MITOS, MÁS QUE POR LAS CARTAS, LOS VERSOS, POR LAS LÍNEAS QUE ALGUIEN ESCRIBIÓ EN MI ESPALDA, SE QUE ESTOY CASTIGADA A VIVIR, A NO PERDER LA JUVENTUD, A ENTREGARME DESNUDA A LOS CUERPOS, A SER Y NO MORIR. SI ALGÚN DÍA ENCONTRARA SUS MUROS, SI LA CALIDAD DEL SOL DESVELARA QUÉ HICE, QUÉ OLVIDO ME PRECIPITA FUERA DE SUS SOMBRAS, PORQUÉ ESTE CASTIGO SIEMPRE INNUMERABLE.

Anónimo. (h. 1907)
Traducido del inglés por J. Urceloy, sobre una carta sin remitente enviada al poeta Saisei Muro (1869/1962), y aparecida en el libro Love Poems, de 1917, traducido del japonés original al inglés por Yuki Sawa, para el libro Modern Japanese Poetry, Charles E. Tutle Company, Publishers, 1993.

Detalle de Zancudo en Cebralia

 

1. De la eficiencia

Zancudo  

El embajador accede al palacio del Ministerio de Exteriores. Un largo vestíbulo flanqueado de columnas, blanco inmemorial, se extiende desde el pórtico hasta la Sala de Credenciales. Nada mas entrar al portentoso pasillo escucha unos lamentos femeninos y el inconfundible sonido de un látigo. Hacia la mitad del corredor descubre una mujer bellísima colgando de las muñecas de una viga que soportan dos de las columnas y un hombre, tan desnudo como ella, que la azota lentamente, dejando transcurrir varios segundos entre golpe y golpe.

El embajador pregunta al hombre la razón del castigo, insiste varias veces pero no obtiene respuestas.

Tras pasar al Salón, el Ministro aprueba con prontitud sus demandas, firma, corrige, sella. El embajador se maravilla de tan solícito trato. Terminada la gestión vuelve a salir por el terrible vestíbulo, y aunque le causa tristeza el suplicio que aún continúa se detiene un instante, deleitándose en el cuerpo de la mujer, cimbreándose ágil ante ese látigo parsimonioso pero incansable.

Ya en la calle detiene a un paseante y le cuenta lo que ha visto, preguntando qué terrible delito merece tan refinada sentencia.

-Señor -le contesta el ciudadano- en Cebralia todo funcionario tiene el deber de cumplir con fidelidad su servicio. Deben ser prestos, respetuosos, y no retardarse ni entretenerse en banalidades ni burocracias. Reciben salarios fabulosos y llegan a su cargo por voluntad propia. Esa mujer que habéis visto bien pudiera ser la esposa, la madre, la hermana, la hija, o cualquier otro día el esposo, el padre, el hermano, el hijo de algún funcionario de este ministerio. Lo mismo ocurre con quien aplica el castigo y ambos puestos corren designio del azar. No es un suplicio, sino un acicate para que el trabajador ministerial cumpla su cometido lo mejor y con la mayor diligencia. Cuando cruzasteis el pórtico al entrar comenzó el proceso, terminó cuando salisteis, señor.

Horas después odiará al empleado de Correos que con irónica sonrisa parece no encontrar ciertos pliegos, ciertos sobres.

 

2. De la recompensa

Zancudo   Un viajero perdido llega al fondo de los abismos -calles- de Cebralia. Con unos prismáticos, casi al límite de su visión, en el borde de la altísima acera observa el vuelo de un vestido, un pie y una mano blanquisimos, un rostro de mujer extraordinario. Comprende que este es el fin de su viaje y con elementos, piedras, ramas, deshechos, carrocerías, juguetes desvencijados, rotos muebles, cerámicas construye un andamio para llegar a ese borde, encontrar a esa mujer...

En Cebralia existe una calle destinada al suicidio femenino. Bajo un paso de cebra puede verse, lejano, un pequeño andamio que en su última altura sirvió para que alguien escribiera un graffiti en la pared del abismo. Parecen palabras pero escritas en una lengua desconocida. Sólo las mujeres que al caer ven de cerca este graffiti comprenden que las palabras significan "Por ti he vivido". Y que en el fondo del abismo, junto a otros huesos inmemoriales, entrelazados en la poderosa visión de la muerte, renacerán en la eternidad de un antiguo poeta, suicida y viajero.

Todo esfuerzo de amor merece siempre recompensa.

 

3. Del silencio

Los abismos de Cebralia. Detalle.   Es común entre los músicos de Cebralia reunirse en la Casa de la Moneda. Las más veces los días de eclipse. Las menos las noches de luna llena. De todos los edificios de la ciudad quizá -para ojos extranjeros- sea el que más incumple su cometido. No debe sorprenderse el viajero si nadie detiene su paso, si entre las columnatas bajo el gran ábside central escucha el rumor de una voz masculina agudísima o el ensordecedor estruendo de maderas, guitarras eléctricas y timbales. No debe sorprenderse si nadie acude a su llamada, si nadie con quien se cruce presta un mínimo de atención a sus súplicas.

Puede encontrar el viajero pedestales donde hieráticos oboístas, casi en actitud orante, tocan un fa sostenido tras un re menor. Sucesivamente, sin cambios, mientras en otra columna truncada, como un estilita un clarinete copia en el fa un gravísimo sol.

Hay ascensores donde cuartetos de bajos y barítonos en pie, correspondiéndose en cada una de las cuatro esquinas, aplican a una soprano, en el centro, tercas pero suaves notas en boca chiusa que presumen desnudarla.

Hay cisternas donde el agua empapa trombones sin pistón, niños nadando, hombres de torsos oscuros que lentísimos danzan con los pies descalzos, en puntas.

Hay despachos, archivos, cuartos de fotocopiadoras que reciben el alimento de innumerables partichelas para violín, pequeñas aprendices de dirección que lloran la agonía de las notas finales.

Malabaristas que entrechocan en el cieloraso los tipos de acuñar moneda: cajas, xilófonos, glokenspieles: castañuelas, máquinas de viento, relojes: cuchillos de cristal que rozan los cabellos de los que miman el piano.

También puede el visitante asistir a juegos sublimes. En la Sala Oval del primer sótano, de las paredes, como trofeos de caza, asoman las ochenta cabezas de un Orfeón. Mezclados, sin orden, bajos, sopranos, contraltos, tenores. Pero no espere el paseante la armonía de un motete sinó un continuum, un perpetuum móbile de jadeos, lamentos, imprecaciones, deseos, suspiros, gritos: no son estas cabezas sinó elementos de fonación, última presencia de un instrumento vivo que ocultos ejecutantes, tras la pared, tensan, pellizcan, manipulan, acarician, golpean, aman, comulgan.

Todo aquello que sueñes está al alcance de tus deseos.

Afuera, tras los muros, tras las acequias sonoras y los bosques apagados, la ciudad festeja tanto don, tanta gloria.

Tan sólo los guardias, apostados en los alféizares de las ventanas superiores, sentados ante el vacío, tapan sus oídos, cierran sus ojos ante esta música heterogénea, bienhechora.

Y lloran la soledad de tan bellísimo silencio.

 

4. De la identidad

Dos zancudos de Cebralia   Antonino Polo detiene su montura ante la luz roja que cambia a verde que titila en amarillo que vuelve al rojo. Descabalga y ocultando su asombro ante la maravilla, ante las muchas maravillas que le han llevado hasta aquí, pregunta a un motorista. Quisiera el nombre, qué cosa es el vehículo que transporta a este mortal, de qué está hecho el casco que le oculta el rostro, la tela negra de sus ropajes, pero sabe que todo viajero debe respetar las costumbres y los hechos naturales y en todo caso preguntar por lo inasible, por el conocimiento. Por eso pregunta en el más respetuoso latín de sus mayores:

-Cuius hic civitas?

Y no se sorprende, o bien lo hace pero sabe disimularlo, al entender perfectamente la respuesta aunque el idioma del otro le parece absolutamente desconocido.

- Vuestra es Cebralia, señor. Y de todos. Y aún de nadie.

- ¿Quien os gobierna, entonces?

- Vos, Polo.

- ¿Quién sois, pues sabéis mi nombre?

Es ya un gesto furioso, es ya un sueño, un no es posible. Por eso, cuando el motorista se desviste del casco y muestra a Antonino su rostro éste no puede creerse, no quiere saber que el otro es él mismo: idéntico, sin fisuras, sonriente.

- Abrázame, Polo. Ven a casa.

Eso me dije entonces, cuando el mundo era pequeño y el hombre plural.

Jesús Urceloy
Agosto, 1998.

 

Los zancudos no cantan en Cebralia


En Cebralia cantaban los jóvenes mientras saltaban con sus largas pértigas. Sus voces eran agudas o graves según la naturaleza de su salto. De mi estancia en aquella ciudad traigo algunas canciones, algunas de tantas cantadas al anochecer. Porque había canciones para cualquier momento del día, canciones de invierno, o canciones para los días de mucho tránsito. Los jóvenes pertiguistas eran valientes aunque algo estúpidos y cantaban de modo chulesco y a la vez melancólico. Sus voces eran agudas cuando entonaban este canto:

 

 

 

 

 

 

Salto siempre, aunque la Luna
no ilumine mi camino.
Y aunque me muevo deprisa,
nunca desvío mi rumbo.
¡Que sea flexible mi pértiga,
que me quiebre al mismo tiempo
y los abismos recojan
nuestros cuerpos en astillas!

 
Las mujeres eran más precavidas, conocían las calles de Cebralia, y aconsejaban a sus amigos, en su réplica, que tuvieran calma y paciencia para llegar hasta su orilla. Sus voces eran graves, porque sabían de lo inútil de su gesto.

 

Cuando la Luna ilumine
tu camino, entonces ¡salta!
Y no te avergüence el cambio
de rumbo, o el no tener prisa.
¡Que tu pértiga no quiebre
y, otra vez, sea flexible!
¡Que vuelen vuestros cuerpos
ligeros sobre el abismo!

 

Pertiga

Las mujeres de Cebralia tenían largas vidas,- aunque a nosotros nos parecieran efímeras – los hombres morían muy jóvenes, víctimas de bravatas y locuras; apenas tenían tiempo para perpetuar la especie. Por eso, en Cebralia las canciones de amor eran escasas y dolorosas.

 

 

 

 

Venías a mi lecho entre las cúpulas
apoyando tu pértiga en el viento,
mi cuerpo era una anémona abierta
cuando tú ya caías al abismo…

 

El resto de la canción es demasiado triste, demasiado incluso ahora que en Cebralia se puede vivir sin vértigos ni desmayos, y los enamorados ya no tienen que aventurarse por los imbricados callejones, gracias a los zancudos que rellenaron sus abismos. Pero Cebralia es más triste desde que llegaron ellos, porque ni saben cantar, ni han dejado motivos para escribir nuevas canciones, o para cantar las otras, las viejas y melancólicas.

 

Dámaso
Diciembre, 1998

 

 

Pasos de Cebra
Una historia imaginaria

Pasos de Cebra La tarde era fría en Madrid. Jesús Urceloy salió de su guardia con un manuscrito bajo el brazo. "Hasta de los bordillos, o de los pasos de cebra se puede escribir" —me dijo. Ni caso le hice. Yo releía entonces "Las ciudades invisibles" que me regaló Pedro Díaz. Una vez en casa encontré un hueco para concluir la reseña de un libro que debía comentar para Ariadna, y al terminar, ya de madrugada, miré por la ventana: afuera comenzaban a caer los primeros copos de nieve del invierno.

A la mañana siguiente, la nieve lo ocupaba todo, bueno todo no, porque en la mitad de la calle, en donde antes se intuían las desgastadas franjas de un paso de cebra, la nieve no llegó a cuajar. Entonces recordé las palabras de Jesús. Era evidente que allí había un relato. Subí al coche, y emprendí un viaje a Barcelona que tenía pendiente. La magia de Cebralia surgió aquella misma tarde durante un atasco en la autopista. Ocurrió cerca del Área de Servicio del Baix Llobregat, mientras unos operarios trataban de retirar la nieve de otro paso de cebra, por donde probablemente había desaparecido un león, una compañía de soldados en maniobras y una vedette del Paralel.

Antonio Polo.
Diciembre de 1998

Ilustraciones de Pedro Díaz Del Castillo, 1997-1998

 

© ARIADNA

>>>> regresar a Portada
<<<<
regresar al Cofre de Ariadna


a r i a d n a