PREMIO INTERNACIONAL DE RELATO PATRICIA SÁNCHEZ CUEVAS

PRESENTACIÓN · CONTACTO · SÉPTIMA EDICIÓN



 

LA CITA

por Cristina Garcia Pimentel

Primer Premio categoría Nacional

7ª Edición Premio Internacional de Relato Patricia Sánchez Cuevas

 


Ilustración de Felipe Guadalix

 

Son las seis y cinco y no aparece. Me lo temía. Al principio era puntual; ahora siempre llega tarde. Podría disimular que ha perdido el interés. Yo alcanzaría a entenderlo. Tan sólo hace dos meses que nos conocemos. No iba a esperar nada de esto. Han sido unas semanas de pura adrenalina. Nada fuera de lo normal al principio de una relación. Siempre pasa. Empieza con gran fervor y después, el deseo se desvanece y todo acaba.

Él ya tiene casi cuarenta. No querrá perder el tiempo con una mujer mayor que él. Querrá tener familia; es de esperar. Yo no puedo ofrecerle eso. Ese tiempo pasó para mí y, está bien, no pasa nada, lo he aceptado estoicamente. Pero él debería haberlo pensado mejor antes de llamarme para una segunda cita. ¿Por qué llamó? Yo no esperaba tener noticias suyas al día siguiente; sabía que era un error. Los hombres son impulsivos y no miden las consecuencias de sus acciones. Al principio te frecuentan, cegados por un deseo sexual que suelen confundir con amor. Luego, la pasión se les pasa, se aburren; un día, el teléfono deja de sonar y desaparecen para siempre.

A mis cuarenta y seis ya he conocido todas las historias. Sé cómo terminan. Ellos abandonan la cama por la mañana convencidos de que sigo durmiendo, inadvertidos de que escucho cómo se cierra la puerta tras sus pasos. Una vez más, me quedo en casa sola, entre mis cremas antiarrugas y un consuelo de bolsas de ropa de marca y perfumes caros que dejan las tarjetas temblando. Me hago mayor, pero mi espíritu todavía es joven y me exige envejecer con dignidad. Mis amigas me admiran. Todas están casadas y rodeadas de hijos que deterioran su figura y su identidad. Sus maridos ya no las miran; me buscan a mí.

 

Las seis y diez. ¿Para qué me molesto? ¿Para qué se molesta? Podría haberlo intentado por teléfono, como hacen otros.

Disculpe, ¿le importaría servirme otro café, por favor?

Al menos tomaré algo más para no parecer estúpida. ¿Me va a dar plantón? Esto no me había pasado antes… ¡Me va a dejar plantada! ¡Qué tonta, no sé cómo no lo había imaginado! Me tomo el café rápido y me marcho. No voy a malgastar mi tiempo. Mi tiempo se acaba. Puedo tener al hombre que yo quiera. Lo sé. Los hombres me desean, aunque su apetito no sea constante. ¡Qué importa! Tampoco yo busco lo eterno. Soy una mujer independiente. No necesito ninguna figura paternalista a mi lado. ¿Para qué? ¿Para convertirme en una mujer florero? Ese barco hace mucho que ha zarpado, afortunadamente... Me he creado yo misma modelándome a la imagen de la mujer que quiero ser: una mujer sin ataduras. Decidí prescindir de un marido y una familia, al contrario de lo que hicieron las demás. Ellas lo sacrificaron todo para ser esclavas. Podría haberme conformado con cualquiera de los hombres de mi juventud, como hicieron ellas, pero yo quise vivir para mí, no para otros. ¿Y qué si muero sola? A muchas les abandonan sus hijos cuando crecen y todo su esfuerzo resulta en vano.

Muchas gracias, muy amable.

Está hirviendo. ¿Por qué tiene que quemar tanto? Le dejo diez euros y me voy sin esperar las vueltas. Con esa propina nadie me va a juzgar. No tengo ganas de pedir la cuenta; así me ahorro las explicaciones de por qué he dejado el café intacto. ¿Dónde está el monedero? ¿Por qué llevaré tantas cosas innecesarias en el bolso? Todo es “por si acaso”. ¡Qué estupidez! Los “por si acaso” no sirven para nada. Debería haberlo aprendido.

 

No puedo creerlo. Ahí está. Me está buscando entre la gente. Que no me vea. Me cubro el rostro con el pelo y remuevo el café. Que no me vea, por favor. Con suerte, se va hacia el fondo del local y aprovecho para escabullirme. ¿Por qué habré aceptado este encuentro? Ya conozco los finales de todos los cuentos.

¿Se está acercando? Sí, se está acercando. Se dirige hacia aquí. Puedo ver su reflejo en la ventana. No, por favor, no vengas. Por favor, tierra, trágame.

— Perdón por el retraso. Ha surgido un problema de última hora.

¡Valiente cobarde! Seguro que te has pasado media hora reescribiendo una excusa para no venir en un mensaje de texto.

No hay nada que disculpar. Acabo de llegar. Tenía cosas que hacer, pero he hecho un esfuerzo, ya que insististe en que era fundamental que nos encontráramos hoy…

Hoy está especialmente atractiva. Pelo suelto, ojos grandes, cuello largo… Sin embargo, la noto fría. No importa. Es el momento. Tengo que decírselo. No puedo esperar más.

— Sí. Me gustaría que habláramos de lo nuestro.

Me alegra mucho que así sea, porque yo también quería tener esta conversación.

Vaya. Esto me pilla por sorpresa. ¿Se me va a adelantar? Tenía ensayadas todas las palabras, pero esta mujer es imprevisible... Se ha vuelto a poner el perfume que me vuelve loco…

— Ah… veo… Será mejor que empieces tú, entonces.

¿Qué empiece yo? ¡Canalla! Así se quita el muerto de encima. Se lo digo yo y así se exime del sentimiento de culpa. ¿Tampoco va a cargar con eso?

Bueno… en realidad sería más conveniente que comenzaras tú. Al fin y al cabo eres quien me ha citado hoy.

 

¿Qué querrá decirme? No importa. Lo tengo todo organizado. No sé cómo se lo va a tomar, cómo va a reaccionar…

— Como quieras. Aunque he de reconocer que me dejas intrigado.

Cuanto antes tengamos esta charla, mejor. ¿No crees? No me gusta el suspense.

¿Está enfadada? Es una mujer testaruda. ¡Qué más da! Me lanzo y se lo digo. Pero, ¿por qué estará hoy tan guapa? Su hermosura me desconcentra. ¿Cómo iba a empezar? ¿Cómo era? Bueno, no importa, me lanzo a la piscina de cabeza.

— Sé que no llevamos mucho tiempo juntos..., pero tenemos ya una edad y no estamos para juegos, así que mejor es no andarse con rodeos y poner las cartas sobre la mesa…

Antes me ha mirado el cuello y se ha fijado en cada uno de los pliegues que se forman en mi garganta. Tendría que habérmelo cubierto con un pañuelo. ¿Cree que soy tonta? ¿Cree que no me doy cuenta? Lo tiene todo planeado. Está nervioso. ¿Por qué si no iba a estar nervioso? No voy a dejar que me intimide. No le voy a permitir que haga alarde de su retórica para luego marcharse y dejarme aquí plantada.

Estoy totalmente de acuerdo.

¿Cómo? ¿De acuerdo con qué? ¿Lo sabe? ¿Lo sospecha? Es muy perspicaz.

— ¿Sí?

Sí. Por eso te decía antes que yo también quería que habláramos. Estos días que hemos pasado juntos han sido producto de nuestros instintos primitivos. La verdad, me sorprendió que me llamaras el segundo día. No porque no me lo pasara bien la primera noche. No es eso. Lo pasé fenomenal. Bueno… lo pasé bien. Cuando llamaste al día siguiente…, debo reconocer que me cogiste desprevenida y acepté tu invitación sin más . Después hemos seguido viéndonos. Es obvio que había una atracción física muy fuerte entre los dos.

 

¿”Había”? ¿De qué está hablando? ¿Esto es bueno o malo?

— Sí, es cierto. La había y la sigue habiendo. Nunca antes había conocido una mujer como tú. Cualquier hombre caería rendido a tus pies. No entiendo por qué te extrañó tanto que te llamara al día siguiente.

No. No me extrañó tanto, en realidad. Todos llaman… pero no al día siguiente… es protocolario dejar pasar al menos dos días.

— ¿Crees que debería haber esperado más? Disculpa mi atrevimiento. No sabía que hubiera que seguir ningún protocolo para estas cosas. De haberlo sabido, habría esperado el tiempo necesario… De todos modos, eso queda en el pasado.

De haberlo sabido, no me habrías llamado. ¿Crees que no me doy cuenta?

Sólo hace dos meses. Casi es “ayer”.

Se está haciendo la dura. ¿Qué está tramando? ¿Será una mala idea? ¿Debería haber esperado más para decírselo? ¡Las mujeres son imprevisibles! No voy a esperar más.

— Podrá hacer dos meses, dos semanas, dos días, habrá sido “ayer”… De cualquier manera, ha sido un tiempo maravilloso, muy especial. Eres una mujer encantadora, irresistiblemente atractiva y extremadamente sensual…

¿Pero…? Ahora es cuando viene el “pero” y todo acaba. No. No lo va a terminar él. A mí nadie me deja. Tengo mi orgullo y tengo que mantenerlo intacto. Tan sólo ha sido sexo. Esto no va a ninguna parte y no voy a permitir que me humille gratuitamente.

Muchas gracias por los halagos. Yo también creo que han sido unos días agradables. Eres un hombre apuesto y muy atento; muchas desearían tenerte a su lado; eres el prototipo de marido perfecto.

¿Habla en serio? Vamos por buen camino. ¿Se lo digo ya? ¿Me espero?

— ¿Marido perfecto? ¿Eso crees?

 

Está nervioso. No se esperaba que fuera a reaccionar tan bien. Seguro que pensaba que me iba a hundir y que me pondría a gritar y a llorar como una histérica… No me conoce. Piensa que soy como todas.

Sí. Me refiero a que tienes buena presencia y un trabajo estable. Es lo que andan buscando decenas de mujeres.

— Supongo que, como la mayoría, busco una compañera. Una mujer que comparta conmigo la cotidianeidad de los días y los pequeños acontecimientos extraordinarios que para muchos pasan desapercibidos. Nadie quiere estar solo.

¿Y esta perorata a qué viene? Se ha dado cuenta de que lo voy a dejar y quiere pasarme por encima. ¡Ja! Buen intento. ¿Qué sabe si yo quiero morir sola o acompañada?

Claro. Entiendo. Pienso exactamente lo mismo que tú. Por eso…

— Buenas tardes, ¿desea algo el señor?

Qué oportuno, el camarero.

¡Qué señor tan oportuno!

— Sí, un café solo, por favor. ¿Tú qué vas a querer?

Yo todavía no he terminado esto, gracias.

— Disculpa el retraso, otra vez.

No te preocupes. En serio, no ha sido para tanto.

Me has tenido esperando casi veinte minutos nada más. Para ti, mi tiempo será insignificante.

Se ha quedado en silencio. Está mareando el café con la cucharilla. ¿Terminará lo que estaba diciendo? Todo estaba saliendo a la perfección. Me está allanando el terreno. ¿Se lo esperará? No creo. ¿Cómo iba a esperárselo? No hay indicios. No le he dado motivos.

 

Qué silencio tan incómodo. ¿Por dónde iba? ¿Qué estaba diciendo? Que no me mire de esa manera. ¡Basta! ¡Deja de mirarme así! Tengo ganas de besarle. ¿En serio se está acabando? Recuerdo el olor de su piel desnuda, el fin de semana en la playa, el mar, su sonrisa, sus intentos por hacerme reír… ¿Esto está sucediendo? Podría imaginarnos envejeciendo juntos en una casita en el campo, frente al calor de la chimenea. No. ¿O tal vez sí? Sí. No. De ninguna manera. No me gusta su arrogancia ni sus aires de superioridad. Soy una mujer fuerte. Nada me hace daño. Nada ni nadie. No soy de las que se casan y tienen hijos. No. Yo soy de las que disfrutan de la vida en su plenitud. Vivo para mí; para nadie más. Tengo un nudo en la garganta. No llores. No llores. Si se te humedecen los ojos, estás perdida.

Si no te importa, voy un momento al baño.

— Claro. Desde luego. Aquí estaré.

¿Aquí estaré? ¿Y si se va? ¿Seguirá cuando haya vuelto? No importa. No importa. Entro al baño y me tomo un valium . Valium y café; la historia de mi vida. Mi vida. La vida que yo decido. En cuanto salga, se lo digo. Ni siquiera me voy a sentar. Le digo que ha surgido algo inesperado, una urgencia; me voy y ni le contesto a los mensajes, si es que me escribe. Si es que está cuando salga del baño y no está planeando hacer lo mismo. No. Me siento. Mejor me siento y se lo suelto. Así, como salga. Le digo que ya está, que se terminó; no es tan difícil. Él iba a hacer lo mismo. Se lo pongo fácil… pero me adelanto. Si me adelanto, mi orgullo permanece intacto.

¡Qué nervios! ¡Qué nervios! ¿Dónde está el camarero? Ahora que lo necesito, no está. Me parece verle…

— ¡Camarero! ¡Pss! ¡Camarero!

 

Ya viene. ¿Dónde lo he metido? No está en el bolsillo del pantalón… ¿se me ha perdido? Miro en el bolsillo interior de la americana. ¡Menos mal! Qué suerte que haya ido al baño. Está saliendo todo mejor de lo que había previsto.

— Aquí tiene su café. ¿Desea algo más?

— De hecho, sí. Le voy a pedir un postre y un favor.

— En seguida le traigo la carta.

— No, no hay tiempo para eso. Elija por favor usted mismo el postre. Y, tome, tome este anillo. Lo esconde dentro, como en las películas, ¿sabe cómo le digo? Tome, cincuenta euros de propina. Permanezca atento y cuando ella encuentre el anillo dentro del postre… Si me dice que sí, que me lo dirá, por favor traiga su mejor botella de cava y dos copas. Asegúrese de que estén limpias y relucientes y el cava bien frío. Haga como le digo, por favor, es muy importante. Disculpe, ya viene. Es una sorpresa. No sonría, disimule.

— Descuide. Yo me encargo de todo. ¡Mucha suerte, amigo!

Ya viene. Se ha arreglado el pelo y se ha perfumado. Está perfecta. Es perfecta. Sus ojos brillan debajo de sus pestañas negras.

Veo que ya tienes tu café. El servicio es un poco lento en este establecimiento.

— ¿Te parece? Yo, en cambio, encuentro muy atento al personal.

Ya vuelve a llevarme la contraria. Me voy. Me marcho… A la de una, a la de dos y a la de… ¡No! Otra vez, el camarero. ¡Qué pesado, por Dios!

— Aquí tiene, el postre que ha pedido, señor. Pastel de merengue con nueces bañado en una cobertura de caramelo y virutas de chocolate amargo. El especial de la casa.

— Muchas gracias, muy amable.

¿Y ahora ha pedido postre? ¡Qué agonía! ¿Cuánto quiere alargar esto?

 

— Me he tomado el atrevimiento de pedir algo para ti.

¿Acaso necesito que decidan por mí? ¿Quién se cree que soy, una muñeca desechable?

Gracias, pero no tengo hambre.

— Come un poco, mujer. Un pedazo no te va a hacer daño.

Tengo el estómago revuelto.

— Pero, mira, es sólo un poco. Lo compartimos.

¿De qué va todo esto? ¿Quiere suavizarlo para luego clavarme el puñal cuando menos me lo espere? ¡Ni hablar!

Hay otro.

— ¿Qué?

¿Qué acabo de decir? No pasa nada. Va bien. Es la excusa perfecta. No sé qué estoy haciendo.

Eso. Que hay otro. Estoy viendo a otra persona.

— No entiendo.

Sí. Vamos, que estoy de acuerdo contigo en que esto ha sido maravilloso y en que, siendo realistas, no iba a ninguna parte.

— ¿Estás viendo a alguien más?

Claro, ¿tú no?

¡Qué idea tan idiota! Aunque parece funcionar. Le he dejado descolocado. A ver cómo salgo de ésta ahora.

— Yo… No.

— Perdona, pero no lo creo. No puedes tener sólo una. No eres de los que se conforman con una. Ninguno de los dos lo somos. Somos iguales.

 

Se ha quedado de piedra. No se lo esperaba. Le he tirado por tierra toda su arenga de macho comprensivo. Soy una mujer fuerte, independiente. No necesito ningún hombre que me proteja. ¿Qué se ha creído? ¿Que ando construyendo castillitos en el aire?

Vamos, di algo. Los dos estamos de acuerdo, ¿no? Para eso era todo este escenario. Lo cierto es que me alegro de que lo hablemos cara a cara y sin problemas, como adultos. Habría sido menos embarazoso mediante un mensaje de texto. Y, sin embargo, aquí estamos.

— Sí… Aquí estamos...

¡Qué inmaduro! ¡Qué silencio tan incómodo! Pero ya está. He ganado yo. ¿Y ahora qué? ¿Me voy sin más? Tendrá que decir algo, ¿no? Mientras, pruebo el pastel para romper el hielo. No quiero parecer desagradecida.

¿Qué hace? Lleva la cuchara directa al postre, luego a sus labios. Sus labios voluptuosos los está besando otro... Un destello rompe la espuma del merengue. Lo va a descubrir. No estaba preparado para esto. ¿Otro? ¿Por qué iba a haber otro? ¿Otro la acariciaba mientras estaba conmigo? ¿Es algo reciente? ¿Está casada? ¿Habré sido yo “el otro” todo este tiempo?

No prolonguemos más este momento, ¿no te parece? No es muy agradable para ninguno de los dos. Ha sido un placer conocerte y compartir estas semanas contigo. Insisto, me alegro mucho de que podamos haber resuelto esto como adultos y que los dos estemos de acuerdo. Si necesitas algo, ya tienes mi número.

No se lo esperaba. ¡Mira qué cara! Le he dejado atónito en la silla, mirando aturdido el pastel, como un idiota. ¿Creía que iba a dejarme sin más? Ya me conozco todas las jugadas y esta batalla siempre la gano yo.

 

© Cristina Garcia Pimentel

 

Arriba

 

Volver

v o l v e
r


 

Patrocina: copsa                                                                                  Realización: Ariadna-rc.comariadna-rc.com