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Aislamiento preventivo

por Melissa Muñoz




Supe que iba a ser difícil desde el primer día así que para hacerle frente decidí hacer una lista de actividades que me mantuviesen entretenida y me ayudasen a nutrir el cerebro: leer libros, terminar la serie que llevaba iniciada hacia dos meses y no había logrado avanzar gracias a la universidad y la vida social (y algún par de películas más), colorear un libro de hadas que mi hermana me regaló en navidad, arreglar mi cuarto, cocinar cosas que por tiempo no había podido, bailar, ponerme el inútil reto de no depilarme durante lo que esto durase y por supuesto, dar lo mejor posible y adaptarme a las clases virtuales; sin embargo con el paso de los días el positivismo que había logrado, el cual para variar era bastante, me fue abandonando poco a poco mientras la ansiedad planeaba su entrada triunfal luego de un largo descanso.

En mi segunda semana sentía cómo iba acercándose, estuve tratando de controlarla y, a decir verdad, se me hacía bastante interesante, de una forma casi morbosa (como científico experimentando sobre su cuerpo), conocer los límites de mi psicología… Cada vez se hacía más complicado: dejé de ver noticieros, mis comentarios en redes sociales pasaron de la crítica contundente a cosas básicas como “quiero helado” y abusé de las selfies en las historias de Instagram, todo para intentar sobrellevar el aislamiento.

Estoy en la tercera semana de encierro y comenzó a ser intolerable desde todo ámbito esta cuarentena; la falta de sexo (que no es normal en mí), alzó mis niveles de estrés que acompañados de la ilegalidad de salir del reducido espacio que hace el apartamento en el que me he criado durante toda mi vida; permitieron a la ansiedad dar el mejor debut que hasta el momento ha dado en mi cabeza, quebrando lo que quedaba de positivo, transformándolo en una crisis más de miedo que de depresión.  

En este punto mi mente es un lugar digno de una película de Tarantino cuyo personaje principal es el Dr. Hannibal, ambientada por Tim Burton en sus primeras creaciones. Para dar una apreciación precisa podría contar que desde los 10 años he esperado a las horas de la madrugada con el único objetivo de ver películas de terror y no tener que lidiar con el miedo que estas generan a mi familia: esta vez, con Red Dragon, que no es tan sangrienta, me vi obligada a apagar el televisor porque dentro del pánico no hacía más que identificarme con el aclamado Psiquiatra.

He dejado de preocuparme por cómo está el resto: la gente con menos oportunidades que yo, mis amigos, compañeros, profesores y hasta mi familia; comencé a preocuparme a fondo por mi salud mental y nada más. Volví a dejar de lado el celular por largos ratos, me estoy obligando a tomar duchas más largas (por fortuna me obsesioné con los exfoliantes y tengo más de 5 en mi casa) de hecho, estar escribiendo me ha resultado liberador. Con mis pensamientos oscuros decidí usarlos para crear guiones, aunque me debato en cuán necesario sería obligarme a una nueva crisis para lograr el drama y el detalle que me gustaría plasmar.

 

 


© Melissa Muñoz

88ariadna