í n d i c e  d e l  n ú m e r o

 

La cárcel del infierno
José María Mijangos

Madrid, Ediciones Vitrubio, 2020

por Álvaro Muñoz Robledano

carcel


José María Mijangos no resuelve sus escritos por defecto, ni mucho menos.

Ni puñetera falta que le hace.

Cuando los críticos se refieren a él, sacan a relucir el comodín de Valle-Inclán y el espejito mágico del Callejón del Gato, que parece hecho de perejil de tanto como se usa.

Y tengo para mí que no es ese el mejor arrimo al que la escritura de Mijangos puede aspirar.

Cuando lo leo pienso en Josep Pla, un Josep Pla aún peor encarado, aún más bebedor y aún más sabio, que hubiera comprendido que la moderación no sirve para enfocar el momento que nos ha tocado. La observación sí, y Mijangos observa con una perspicacia para los detalles y una capacidad de análisis para delimitar el conjunto que no encuentro en la mayoría de los pensadores y en muy pocos escritores de los que se tienen (y a los que tenemos, lo que es peor) por capaces de explicarnos lo que sucede. Pero Mijangos, me da a mí, sabe que la ironía y la elegancia son los nuevos disfraces de los esclavistas, y que la única manera de limpiarse de la mierda es revolcarse en el barro. Y al barro se lanza.

Al barro de las tablas de El Bosco, para ser exactos.

Los matones de crueldad exagerada, los borrachos sin fondo de estómago ni hígado, los bares de mugre multicolor, espesa y con vida propia, las furcias de edad de arqueólogo, no son sino la versión alucinada de los tipos con que se componen los tratados sociológicos, del mismo modo que los culos tocadores de gaita, los hombres-pez o las sardinas con patas se corresponden fielmente a la antigua cultura proverbial con la que se dirimía la vida en aquella Europa, a la que esta se parece cada vez más.

Alucinación es igual a expresión. Exceso es igual a exactitud. El trazo grueso muestra la figura mejor que la pincelada tenue. La mala fama del trazo grueso se debe, por lo general, a que odiamos la figura que nos enseña, que suele ser la nuestra. Si el trazo es ágil, violento, tiene textura, impregna el papel y golpea a quien lo contempla, puede colegirse que Mijangos anda detrás.

Y si el lector es aficionado a la filología, o no soporta pasear lejos del canon, bien puede localizar a los clásicos a los que José María ha violado con maña y descaro. Quevedo, por supuesto; el Arcipreste, cómo no; también Larra, Zola, Dickens, Burgess… y un par de pullas dirigidas a Azorín que me ha parecido encontrar, tan crueles como secretamente admiradoras del genio echado a perder.

Que no estemos escribiendo más libros como los que escribe José María Mijangos me parece grave. Que no los leamos, imperdonable, aunque perfectamente comprensible. Por más que finjamos, no nos suele gustar saber de nosotros mismos.

 

© A.M.R.

 

©Alvaro Muñoz Robledano Nació en Madrid en 1965. Se licenció en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid. Ha publicado los libros: “Fotografías junto al pecio” (Málaga 1991), “Hoteles” (Madrid 1996), “Cuartel de Invierno” (Madrid 2000), "Salvoconductos" (2006) ganador del III Premio Café MOn. Colaborador de ariadna-rc desde sus comienzos donde ha publicado su "Breve historia de la lucha de clases" (2003) y "Notas para un tratado de botánica de la oscuridad" (2007) junto a Pedro Díaz Del Castillo.

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