í n d i c e  d e l  n ú m e r o

 

Idea del miedo
Ricardo Lobato
II Premio de Poesía La bolsa de Pipas

Palma de Mallorca, Sloper 2018

por Álvaro Muñoz Robledano

 

Una intuición es un cruce entre la incertidumbre y una vivencia” dejó escrito el físico Jorge Wagensberg. Antes nos había avisado de que la incertidumbre no es sino la complejidad del entorno. Ante ella, podemos responder escondiéndonos, desplazándonos, resistiéndonos o comprendiéndola. También comprendiéndonos.  Sobre todo, comprendiéndonos. Porque, tras milenios de espejos, de espejismos y de dialéctica, hemos llegado a ser nuestra propia incertidumbre. Somos cuanto hallamos de ininteligible, de extraño, de disonante, a lo largo de un camino cuyo trazado tampoco tenemos, precisamente claro.

Ante semejante panorama, que, lo reconozco, derrocha optimismo, no es extraño que surja el miedo, el instinto que nos impele a negar la realidad, a cerrar los ojos, a correr o a gritar para no escuchar. El miedo fue una ventaja evolutiva; gracias a él pudimos esquivar la extinción   ; hoy es una pregunta más, porque empezamos a comprender que no podemos esquivarnos. Esa es, fundamentalmente, nuestra vivencia. En el cruce entre nuestra historia y nuestra imagen, entre nuestro miedo y nuestro fantasma, surge esa intuición que llamamos poesía.

Y esa intuición no es maleable, no se puede templar o corregir. Ni siquiera es voluntaria. La complejidad nos rodea, nos sostiene, nos dimensiona.  Creemos que trabajamos los poemas, que salimos de ellos y regresamos para modificar su ritmo, su dirección o su rostro. Y no es así. En ocasiones escribimos versos, noble y meritorio oficio, pero que no tiene nada que ver, en realidad, con lo que aquí tratamos. Porque el poema no se escribe: se encuentra. Es un proceso en el proceso de la historia; un bucle en la línea del lenguaje; un objeto tangible que cuestiona la materialidad.

El poeta se niega a hablar. Así vence al silencio.

Cada vez que extrae un poema del magma del sinsentido inicia una rebelión oscura y vacía.

Ricardo, creo, ha asumido tanta contradicción; sabe respirar en ella, infiltrarse en ella. Desde los primeros versos, Idea del miedo se convierte en cuerpo. Prefiere que sean los sentidos, las terminaciones nerviosas, las células, quienes hablen. Quienes nos hablen. A partir de ladridos lejanos, uno de los sonidos más terribles que nos puede llegar desde la lejanía a quienes sentimos pavor ante un perro, el poema inicia un camino en espiral, en ocasiones de bajada hacia la raíz del cuerpo que ha formado, en ocasiones de subida hacia sus ramas, sus extremidades, que lo subvierten a fuerza de información. En cada nuevo recinto, en cada nuevo instante que la espiral del poema atraviesa, expandiéndose o contrayéndose, encuentra los componentes de la corporeidad y de la sensualidad. Lo que quizás no existan sean las instrucciones de montaje. Por suerte para quienes lo leemos, éste no es un poema de Ikea. Que los hay.

el miedo instaura un lugar umbrío, blando, extrañamente acogedor”, escribe, encuentra, Ricardo. Un lugar fundamentalmente ajeno e inabarcable, que es el mismo del día a día o del recuerdo a recuerdo; que puede ser el jardín con escena familiar, el litoral con toda su civilización o la estrecha franja de experiencia que comparten el moribundo y el recién nacido. Asomarse a ellos, siempre desde dentro, porque todos esos lugares son lo que somos, es iniciar un diálogo con el vacío, un diálogo en el que existe el receptor, ese “vosotros” coloquial e irónico que de cuando en cuando sacude el poema, pero en el que el emisor nos hace dudar de su presencia. No es un posible “yo”, sino la posibilidad de un “yo”.

Cuantos tentamos la poesía conocemos ese diálogo que jamás llega a completarse. Ya he apuntado antes que al silencio se le planta cara sin palabras. Porque puede que no sean el enemigo, pero no son, desde luego, el aliado del poeta.

son algo las palabras por de pronto significan y en esto se distinguen de nosotros” escribe, encuentra, Ricardo.

Y puede que ese algo sea la incertidumbre, o un bucle, o el miedo. El miedo en el que nos construimos, el miedo en que encontramos compañía o esos instantes que hemos de abrir a cuatro manos. “Aterrados”, se nos advierte en estas páginas, equivale a “vivos”.

Cada vez que encaramos ese sendero en espiral advertimos el abismo de las palabras. Y doy por cierto que Ricardo Lobato ha atendido y ha puesto en práctica el mejor consejo que un poeta, o un ser humano, que no tienen por qué ser el mismo, puede recibir.

Es de Julio Verne:

Il faut prendre des leçons d’abîme

Y lo ha puesto en práctica como un maestro.

 

© A.M.R.

 

©Alvaro Muñoz Robledano Nació en Madrid en 1965. Se licenció en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid. Ha publicado los libros: “Fotografías junto al pecio” (Málaga 1991), “Hoteles” (Madrid 1996), “Cuartel de Invierno” (Madrid 2000), "Salvoconductos" (2006) ganador del III Premio Café MOn. Colaborador de ariadna-rc desde sus comienzos donde ha publicado su "Breve historia de la lucha de clases" (2003) y "Notas para un tratado de botánica de la oscuridad" (2007) junto a Pedro Díaz Del Castillo.

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