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Elimina la grasa/Infancia, una infancia, una infancia/nni
porTomás Sánchez Hidalgo

 

 

Elimina la grasa

Una canción triste,
para cuando estás solo:
<<Se empieza quemando libros,
y se acaba quemando personas>>,
Heinrich Heine dixit.
Resultó ser, éste, profeta en su tierra,
pues el nazismo comenzó quemando libros,
para rescatar a Alemania del llamémoslo-espíritu-judío,
y terminó decorando, con adornos de papel brillante,
todo un castillo para ellos.
Durante milenios, los libros fueron peligrosos
(estábamos, pues, advertidos):
fueron censurados,
cuando no secuestrados, o directamente prohibidos;
también quemados
(véase L.X. Polastron: Books on fire,
Thames and Hudson, Londres, 2007),
por parte, en el caso que nos ocupa, de los orcos:
los consideraban una amenaza para el Nuevo Orden Mundial.
El amor no puede estar siempre a nuestro lado:
el libro,
escrito a mano o impreso,
en cualquier clase de material,
podía ser muy peligroso:
en sus páginas podían yacer ocultas verdades incómodas;
hoy resulta, estadísticamente, tendencia,
llegar a recrearnos en fotografías
(¿de la policía?, quizá),
sobre diversos crímenes sexuales:
así es como, en nuestra banda,
decimos simplemente Adiós.

 

 

Infancia, una infancia, una infancia

En la playa de aquel verano,
nos dio por pensar que los peces eran espíritus a la fuga.
Absortos,
solíamos contemplarlos sin descanso,
camino del infinito.
Cuando un pez cruzaba nuestros reflejos en el agua,
alcanzábamos la-gran-convicción, entonces: 
formaba parte de nosotros mismos.
El mito de Narciso debe de tener, probablemente,
algún que otro vínculo con todo esto.

 

 

nni

A través de un rayo láser,
me abdujeron unos organismos en technicolor,
y me llevaron hasta una civilización,
completamente simétrica,
con la perfección que tan sólo cabría esperar de, digamos,
la proporción aurea;
vi entonces un Pegaso blanco y hermoso,
desplegando sus alas,
en el medio de un bosque,
rodeado por profundos océanos azules, por nubes,
y, a modo de anómalo complemento de todo esto,
un gato de Chesire con la sonrisa de Brenda,
y, sobre esta civilización,
un paraíso rojo en el que existía siempre Dios,
húmedo, perfecto…
a través de unos algoritmos, técnicamente complejísimos,
emití, entonces,
a esas inteligencias, cartesianas,
tantas reflexiones…
Al amanecer, 
contemplaba aquel paraíso rojo brillante,
sintiendo a Dios, 
una existencia infinita y perpendicular,
aferrada, con firmeza
(mi corazón temblaba):
un inmenso sabor a mar,
y de nuevo el gato de Chesire, sonriente;
tras todo esto desperté, en realidad,
en mi habitación del campus,
un sábado de finales de marzo:
extendí entonces generoso y frenético el verbo,
y, en Brenda
(vistiendo apenas una camiseta de la NASA),
de nuevo eléctricos delirios esponjosos fuertes blandos.

 

 


© Tomás Sánchez Hidalgo 

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