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Mitología de las aceras
porJaime González Arguedas

 

 

Cosmogonía

Al principio era el asfalto,
un mar oscuro y viscoso
más antiguo que los dioses.
Aletas y colas de monstruos
oleaginosos surcaban
el vaivén aletargado
de las olas.
El aire estaba confuso
y vacío.
Un abismo de tinieblas
se extendía hasta el último
rincón en el firmamento.

Pero
un día,
cuando no existían aún los días,
descendió el Espíritu y lo impregnó todo
y el océano de brea,
tímidamente, fue replegándose.

Impunes e indefensos emergieron
tejados, bloques de pisos.
Empapados de penumbras
se miraban atónitos.
No comprendían.
No comprendían.

El asfalto, poco a poco,
iba encauzándose en calles
como si respondiera todo a un plan
concebido por una inteligencia
preclara.
De las aceras desnudas
pronto brotaron, absortas,
colillas y botellas de plástico;
farolas cabizbajas que soñaban
con los años en que fueron luciérnagas.
Y en los cruces germinaron fosfenos rojos
verdes y amarillos, burlas de semáforos
apenas recién nacidos.

Y alguien vio que era bueno,
pero no suficiente,
y comenzó a llenar de caprichos
el adusto semblante de la creación:
chimeneas humeantes aquí y allá,
bares, desagües de zinc,
supermercados, ratas, papeleras,
multitudes y anuncios de Coca Cola,
móviles y letreros marchitos;
y horadó con sus manos en la tierra
un laberinto de ecos de sombras
y trenes con destino al olvido
para que bajo el suelo el resplandor
de las nubes albergara su imagen inversa

Entonces un tornado de esperanzas
fecundó el plácido asfalto,
y alumbró baches y hierbas,
robles, sauces, parachoques,
impaciencias, atascos y premuras,
nostálgicas bandadas de palomas
enfermas y tapas de alcantarilla.
La creación, sin embargo, carecía aún
de sentido.
Por eso, las entrañas de la tierra,
entre dolores de magmas incandescentes
y vapores de sabor a sulfuro
engendraron furiosamente los automóviles.
Como animales furtivos,
salieron, recelosos, de sus guaridas
y crecieron y se multiplicaron
y poblaron las calzadas,
hasta entonces tan inútiles,
de enjambres de ruidos de motores
bocinas, intermitentes y tubos de escape
y ya nunca las avenidas se sintieron solas.
Mas era todavía necesario
que alguien le diese nombre a cada especie
ya fuera su tacto de óxido
de escamas de ladrillo
o de piel de ballena de plástico
y fue por eso, solo por eso,
que apareciste tú,
anónimo ciudadano.

 

Mitología

Cuando el carro de Apolo
se esconde tras el horizonte,
llueve una promesa de revelación sobre Berlín
y sus tristes habitantes salen a las calles,
con la esperanza de vivir eternamente, al menos, por una noche.

Surgen entonces las ninfas de alquiler y esquina,
y los centauros de uniforme
que vigilan a lapitas de acento extranjero
y a faunos en gabardina
con los bolsillos llenos de regaliz.

También se ve un sinnúmero de Odiseos,
de empobrecidos recursos,
que hastiados de no ser nadie a la luz de un monitor,
de soñar con Circes y Calipsos en bikini,
descienden cada tarde al inframundo,
en busca de la ruta subterránea
que los lleve al tálamo
—recién frío, recién abandonado—
de Penélope,
la cual,
cansada de hacer y deshacer el tapiz de sus desengaños,
se ha largado con el profesor de yoga.

En cuartos oscuros
Dánaes con bigote
esperan una lluvia dorada
y no faltan los Aquiles
con rouge en los labios,
que vestidos de mujer
buscan la gloria sobre un escenario,
ni las pizpiretas Helenas
de cascos ligeros
que entre dieta y dieta,
hablan de sexo, porque no ya no se atreven a hablar de amor.

Pululan asimismo los Dionisios de mal vino
manchados de vómito y soledad,
y hermosas bacantes embriagadas
que consuelan al menos pensado,
sin olvidar a esas medusas que fueron musas,
que ahora rebuscan en la basura,
que ya nadie mira a los ojos.

¡Oh, ciudad de mitologías endebles,
donde cada noche
se entrega una virgen,
se redime un villano
y se rinde un héroe!

Sicarios de la nostalgia

Cuando cometes el error
de confundir el tiempo con el espacio
y vuelves adonde fuiste feliz
y nadie sabe que has vuelto.

Cuando aquí mismo recién
ocurrió todo hace ya tantos años.

Cuando ya solo restan
ojos de vidrio y viento,
que aguarden expectantes tu regreso.

Ecos de ola de mar,
fantasmas errantes
de estrellas extintas,
sicarios malditos de la nostalgia.

 

 

 


© Jaime González Arguedas (Madrid, 1977) es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid. Desde hace más de 17 años vive en Berlín, donde trabaja como redactor de informativos en el canal de televisión alemán DW Latinoamérica. Anteriormente dio clases de español en la Universidad Técnica de Berlín y ejerció de editor y corrector para diferentes editoriales como Cornelsen Verlag  y Raabe. Como autor ha colaborado en la revista de Historia Antigua Gerión y ha participado en la elaboración de cerca de una decena de libros para el aprendizaje del español como lengua extranjera. Además ha publicado 6 novelas policiales escritas a cuatro manos bajo el sello de Lextra entre las que cabe destacar  La oveja negra y Las trece calaveras, obra esta que ha sido también impresa en Rusia. Actualmente está preparando un volumen de cuentos titulado El cristal que nos mira.   

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