Desgracia
por Ramiro Restrepo
“…La razón ha descubierto la lucha por la vida
Y la necesidad de aplastar a cuantos me estorban
la satisfacción de mis necesidades.
“Tal es la deducción de la razón. La razón
No ha descubierto que se amase al prójimo,
Porque eso no es razonable”
Levin en Ana Karenina de Liev Tolstói.
Se sentó como hacia siempre, desde hacía mucho tiempo, solo y pidió su media botella de ron con soda. Pedía sus boleros y tangos preferidos y se ensimismaba en sus pensamientos o en su mente vacía, nadie lo sabía porque con nadie hablaba. Terminaba el ron y salía para su casa. Todas las noches el mismo libreto.
Mario, como se llamaba, vivía en el barrio Enciso, llegaba a su casa, le daba un beso a su madre y se acostaba. Antes de dormirse, en su cerebro retumbaba la voz de Mercedes, su antigua mocita que cayó abatida en un cruce de cuentas. Ella tuvo la desgracia de enamorarse de Mario, un jefe de sicarios de una banda más peligrosa que los sicarios de Escobar. Su banda tuvo problemas con un combo de Envigado y en un enfrentamiento murió Mercedes. Él no la olvidaba y se tomaba sus rones para tratar de hacerlo.
Cada noche que llegaba al bar El Último Crucero, era observado por una negra de ojos verdes, que no se atrevía a conversarle porque no veía en él ningún indicio de que quisiera conversar con alguien. Engracia, como se llamaba la negra, lo miraba con ternura al verlo tan solo. Quería saber más de él; le cogió empatía, quería saber más de él y de ser posible acostarse también.
Mario tenía en su prontuario más de dos mil asesinatos, pagó ocho años de cárcel por su entrega a la justicia y vivía melancólicamente, solitario, dependiendo de su madre; toda la fortuna que ganó en sus aventuras con el hampa la dilapidó en trago, mujeres, vicio del duro con sus amigotes.
No conseguía empleo, no sólo porque nadie lo empleaba sino por cuidar su integridad física, le temía a sus enemigos y sólo vivía entre su casa y el bar.
Su madre le aconsejaba que se confesara, que así podía descansar de sus culpas y recuperar la alegría perdida.
—No tengo de que arrepentirme—respondía. Lo que hice lo hice a conciencia, la maldita sociedad en que me crie no me ofreció sino desprecio, desempleo, pobreza, mi padre fue un desgraciado que nos abandonó, tú te tuviste que entregar a otro que resultó un truhan un bribón, un padrastro sin alma que abusó de mis hermanitas. ¿De qué quieres que me arrepienta? El mal lo llevo dentro y no existe fórmula para expurgarlo. Sólo la muerte me liberará del desasosiego.
Mario asistió a la escuela sólo dos años, a duras penas garabateaba escribiendo y leía tartamudeando. Era el matón del grupo y no se amedrentaba ni siquiera ante matones mayores que él. Mantenía unas tijeras con las cuales se enfrentaba a los mayores que intentaban defender a otros niños débiles. En su casa no había ley, su madre no lo podía controlar y en la escuela las maestras eran, además de débiles, incapaces de ejercer cualquier autoridad sobre él. Tenía pocos amigos y eran sus compinches en los robos que hacía a sus compañeros o en los atracos que ejecutaba en la calle. Cayó varias veces en correccionales, pero siempre se escapaba. Creció, pues, sin ley y se convirtió en un gran delincuente.
En la cárcel mandaba una banda que hacía de las suyas: cobraba cuotas de seguridad a los infelices que caían por algún error judicial o, que siendo delincuentes, no tenían los cojones para defenderse solos. Allí, en su celda, recordaba que de niño le gustaba torturar animales como gatos, sapos, lagartijas, cucarachas y perros sarnosos. Allí también pensaba que la humanidad era una mierda, que la maldad era la que había triunfado siempre en el mundo, que él se había enfilado del lado de los ganadores, que en su situación no le había quedado ninguna otra opción, que por lo tanto el arrepentimiento no tenía sentido. Pensaba que lo que llamaban humanidad no era más que una masa, que en ella operaba la ley del más fuerte y que él era uno de los más fuertes porque aún estaba vivo.
El padre de Mario fue en sus años mozos un minero del Bagre, se ubicó en Medellín por asuntos de faldas. Como buen minero que fue cuando trabajaba en su pueblo creía que la riqueza siempre estaba a flor de piel, de tal manera que cualquier pieza de oro que encontraba era dinero que despilfarraba en mujeres y aguardiente, no vivía sino el presente, para él el futuro era mañana y el oro estaba ahí, no era sino batear y tenía su comida y sus placeres. Era analfabeta y así llegó a Medellín, se casó, tuvo cinco hijos en la más absoluta miseria por su vida disoluta y abandonó a su familia tan pronto se enredó con una prostituta de Santo Domingo.
La puta creyó que él tenía plata, pero cuando se dio cuenta de su miseria, lo tiró como a un perro sarnoso sin remedio. Lo último que se supo del padre de Mario fue que lo vieron debajo de un puente, zarrapastroso y cadavérico, acostado y sedado con el pegante que utilizaba ya, en vez del aguardiente. Nadie se compadecía de él y Mario dijo: “bien se lo merecía esa gonorrea”. Su esposa, la madre de Mario, fue más compasiva y sólo fue indiferente con la noticia.
La madre de Mario trabajaba como mucama en una residencia del barrio El Poblado, habitada por gente muy rica, pero prepotente, que fuera de pagarle mal, la trataba con tiranía, lo cual hacía que Mario tuviera más resentimiento contra la sociedad. Ella tenía que madrugar todos los días a las cinco de la mañana para cumplir sus obligaciones y regresaba a su casa a las ocho de la noche. No tenía, pues, tiempo de atender a sus otros hijos, quienes deambulaban robando y pidiendo limosna. Ellos tampoco tenían futuro.
Mario, consíguete otra novia, deja ya de pensar en Mercedes que no volverá—le decía su madre—y continuaba: “esa melancolía no te sirve sino para sufrir, ya no hay remedio, Dios lo dispuso así, deja ya los lamentos”.
—Si está en mi corazón, nadie va a consentirme como ella. ¿Quién va a enamorarse de mí si en el barrio todas saben mi pasado de violencia y delincuencia? Y ¿en esta miseria? Solamente una boba se puede enamorar de mí. Déjame tranquilo que, además, no he conocido ninguna que me agrade como para hacerle la corte y las mujeres, si uno no tiene lana, no lo voltean a mirar a uno, y eso está bien para que van a ser tan pendejas como vos que te enamoraste de ese cabrón de “mi padre”.
En el vecindario se comentaba que la negrita del bar, Engracia, era buena moza y, aunque se dedicaba a la prostitución, estaba sola. Mario oyó el rumor, pero no puso mayor atención. Siguió depresivo como siempre e iba al bar sin parar bolas en la mesera de ojos verdes, de la que había oído que trabajaba allí. A duras penas se daba cuenta que le servía el ron con la soda.
Engracia, empero, se atrevió y fue a visitarlo a su casa. La recibió la madre de Mario.
—¿En qué puedo servirle?
—¿Es usted la madre de Mario?—dijo—. Sin esperar respuesta le dijo: quisiera hablar con él, le veo tan solo y tan triste, que quisiera ser su amiga.
—¿Y quién es usted?
—Soy Engracia, la que trabaja en el bar.
—Pero no creo que usted sea buena compañía para mi hijo. He oído decir que sirve usted de copera y ejerce la prostitución. Mi hijo no necesita más perversión, sino alguien que lo redima. ¿En que puede servirle usted?
—Bueno, soy puta por necesidad y si, además, me gustara soy libre para ejercer esa profesión. Puedo ser más noble que ciertas presumidas de damas, pero que se venden al mejor postor en la clandestinidad. Sólo quiero que su hijo tenga una amiga y pueda desahogar su desesperanza.
Mario escuchó la conversación y salió.
—Hola, ¿cómo estás?—dijo—.Ya me di cuenta que te llamas Engracia y pretendes ayudarme, ¿cómo?
—Para empezar, te veo muy solo y desgraciado. Lo he notado en el bar. Quisiera ser tu amiga y poder conversar contigo sobre las adversidades de tu vida.
—No creo que mi biografía sea muy reconfortante para ti, soy un hombre asocial y antisocial. Me importa un rábano la gente y la llamada humanidad. ¿Cómo podremos llegar a tenernos empatía? Además soy un vago y no tengo donde caerme muerto, vivo de la misericordia de mi madre. En este puto país es imposible la resocialización si uno ha sido un delincuente como he sido yo, la única forma de sobrevivir es seguir delinquiendo. Esta es una sociedad hipócrita, discriminadora, pacata y oscurantista. Ya vez que no te puedo ofrecer nada.
La mamá de Mario les llevó un tintico. Ellos lo fueron disfrutando sorbo a sorbo. Y la negra le dijo:
—No te estoy pidiendo nada, solamente déjame ser tu amiga, aunque yo tampoco tenga buena reputación. Puede que entre nosotros se produzca la paradoja de que dos oscuridades generen luz. Intentemos solamente.
A Mario el asunto le empezó a calar y le dijo:
—Bueno, seguimos hablando, nada se pierde con probar, puede que compatibilicemos.
—Hasta la próxima, pues—dijo Engracia.
Por supuesto ella sabía que la próxima sería esa misma noche, cuando, como de costumbre, él fuera al Último Crucero a tomarse su roncito.
En efecto, Mario acudió al bar y lo atendió la morocha de ojos verdes. Él la vio por primera vez como era, al fin se fijó en ella, y notó esos bellos ojos enmarcados en una frondosa cabellera negra azabache, quedó perplejo y sólo atinó a decirle:¡ hola ¡Ella le respondió: ¿cómo estás? Te noto un poco menos melancólico. Parece que te cayó bien el tintico, le dijo en son de risa.
—Sí, eso parece. Lo que pasa es que me gusta la belleza y tú estás muy hermosa, nunca te había observado, estás esplendorosa.
—Dicen que los ciegos ven bonitas las cosas, tu como que necesitas un oftalmólogo—le dijo otra vez buscando que se riera.
Él le concedió una sonrisa, la primera en mucho tiempo que hacía que se veían.
—Con la sonrisa te ves más guapo, con razón dicen que la risa es una buena medicina y gratuita—le dijo como nueva chanza.
—Es que tú tienes sentido del humor y, además, ponerte atención me alegra la vida. No sé porque no caí en cuenta de tu presencia antes.
—Estabas muy ensimismado con tu melancolía.
—Pero cuéntame tus penas, quizá yo pueda aliviarlas.
—Son penas muy hondas, no creo que puedas hacer nada por calmarlas. Mejor seguimos hablando mañana, chao.
Mario le cogió la mano y se despidió con un beso.
Acostado, Mario pensaba: “¿sí seré capaz de volver a amar? ¿Me amará ella después de conocer mi arrastrada vida? ¿Qué haré si me pongo a vivir con ella? Se puso a oír a Tito Rodríguez:
“Cuando ya no me quieras
No me finjas cariño
No me finjas cariño
No me tengas piedad, compasión ni temor
Si me diste tu olvido
No te culpo…
Partiré canturriando
Mi poema más triste
Cantaré a todo el mundo
Lo que tú me quisiste
…
Y cuando ya nadie escuche
Mis canciones ya viejas
Detendré mi camino
En un pueblo lejano
Y allí moriré…”
Con eso no hacía más que recordar a Mercedes que siempre le dedicaba esa canción.
Y después en la radio oyó:
“Aunque vayas donde vayas…
Aunque me cueste la vida
Sigo buscando tu amor
Te sigo amando
Voy preguntando
Donde poderte encontrar”. Cantada por Alberto Beltrán y empezó a pensar en Engracia.
Canturreó ”El mundo fue y será una porquería…
Pero que el siglo XX es despliegue
De maldad insolente
Ya no hay quien lo niegue
Vivimos revolcados en merengue
Y en un mismo lodo
Todos manoseados”
Y ya casi dormido dijo: “El hombre es un lobo para el hombre” y Enrique Santos Discépolo es un poeta, Cambalache es una novela, no una canción.
Volvió al bar al día siguiente y conversó con Engracia:
—Hoy te veo también muy hermosa.
—Otra vez la ceguera—le respondió ella. Pero mejor hablemos de ti, ¿por qué tú angustia?
—Es una historia muy larga y, además, cuando la conozcas no querrás saber nada de mí, es peligroso que seas mi amiga.
—De todas maneras quiero ser tu amiga, tu pasado no me importa, noto que eres una buena persona y yo no soy tu juez.
—Como te dije soy antisocial y asocial. No creo que nos entendamos, aunque me caíste muy bien y por eso estoy hablando contigo.—
—Tomémonos un roncito a ver si entonamos— le dijo Marcela—y se te desata la lengua.
—Va pa´ esa—respondió Mario.
Se tomaron el primer sorbo de ron, pero él sólo atinó a decir” cae bien a esta hora”.
—Ya que no encuentras empleo, ¿por qué no te pones de reciclador de basuras?—dijo ella—eso en barrios de ricos deja buenos réditos, esos tontos botan muchas cosas en buen estado, como viven de las apariencias sólo buscan utilizar lo último que sale al mercado.
—Sería muy bueno, el problema es que tengo muchos enemigos y me tengo que cuidar, por eso no me muevo fuera de aquí.
—¿Cuál es tu pecado, pues?
—Mira, para que sepas de una vez: he sido un bandido y tengo más de dos mil muertos encima. Mi padre fue…
Mario le contó toda su historia.
—Por mí no tienes que preocuparte, como te dije: te veo buena persona y eso me basta. Lo pasado, pasado: “Bien venidos al futuro” como dijo uno de nuestros tontos presidentes. Puedes camuflarte con una peluca y vestirte harapientamente, así nadie te reconocerá.
—Bueno, voy a pensarlo, hasta mañana.
Mario se despidió osadamente con un beso en la boca. Ella apenas se sonrió y se entró.
Engracia lo llamó al día siguiente, domingo por la mañana, y le propuso: “salgamos esta tarde, vamos a explora, allí tengo entendido que se pasa un buen rato y sin mucho gasto. Tranquilo, te vas de gafas negras”.
Mario aceptó y estuvieron toda la tarde en explora y el jardín botánico. Él le dijo:” nunca había tenido esta oportunidad de ver cosas interesantes y bonitas, como siempre me la pasaba bebiendo y tirando vicio en las fincas”. Al final de la tarde Mario la llevó a la casa y nuevamente le dio un beso en la boca. Se despidió contento.
En la casa prendió la grabadora y escucho a Carlos Gardel:
“Cuando la suerte te frena
Fallando y fallando
Tendrás que parar
Cuando estés bien en la vida
Sin rumbo desesperado
…
La indiferencia del mundo
Que es sordo y es mudo…
Verás que todo es mentira
Verás que nada es amor
Que al mundo nada le importa
Yira, Yira
Aunque te quiebre la vida...
No esperes nunca una ayuda
Ni una mano, ni un favor…”
Eso lo desanimó, pero se puso a pensar que ese pesimismo no podía ser absoluto porque él había amado a Marcela y fue amado por ella. Que con la negra, empezó a llamarla así, también podía ser bonita la vida, aunque sólo fuera en el amor.
Lo cierto es que se enamoraron, él se empleó como reciclador en Laureles y se pusieron a vivir juntos en el apartamentico que tenía alquilado ella. Engracia dejó la prostitución como le prometió a su suegra.
Él le hizo prometer que no tendrían hijos. Le argumentó:” me da miedo tener hijos; quizá nazcan como yo, unos bandidos sin conciencia.”
—La maldad no se hereda—le dijo Engracia—, se adquiere. Mírame: ”yo también fui y soy maltratada por la sociedad, sin embargo no me convertí en un demonio, he sobrevivido y no pienso volverme antisocial por resentimiento. Si tenemos hijos, los educaremos, la cultura es un antídoto contra la barbarie humana, pero te prometo que no habrá hijos”.
Vivian económicamente apretados, pero se amaban y disfrutaban la vida: oían música, bailaban, iban a cine y hasta lectores se volvieron por influencia de un vecino universitario. Pero, por un descuido con sus pastillas, Engracia quedó embarazada.
Cuando llegó del ginecólogo le comentó la noticia a Mario. Este quedó atónito y le dijo: ”tienes que abortar”.
—No, no puedo, eso es un asesinato según las enseñanzas cristianas—dijo Engracia.
—No es un asesinato, ni la misma ciencia ha podido definir cuándo empieza la vida, según he leído. Pero respeto tu decisión. Eres dueña de tu cuerpo como nos dice el vecino que estudia.
Llegó el momento del parto, llegaron a la clínica, tuvieron un hermoso bebe al que le escogieron el nombre de León. A Engracia le dieron de alta y cuando estaban en la puerta de la clínica en espera de la ambulancia sonaron quince truenos de metralleta que acabaron con tres vidas que habían nacido sin futuro.
Junio de 2015
|