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En los días del vino / Era entonces
porManuel Quiroga Clérigo

 

 

 

 

EN LOS DÍAS DEL VINO

Premio Cencibel “XLIV Cata del Vino Nuevo
y Amanecer Poético”.
Grupo El Trascacho,
Valdepeñas, 1.12.2012..

En los días del vino la vida es diferente.

Tiene el sabor intenso de todos los milagros,

Algunas claridades de arco iris libres

Y en ellos disfrutamos de sorpresas antiguas.

Cuando regresa el mundo de ventanas abiertas

Lejanos horizontes penetran en las vides.

 

En los días del vino, siendo sagrado el mosto,

La juventud es parte de las horas más dulces

Con el bullir naciente de mariposas blancas

Resucitando prados que parecían tristes.

Siempre queda un escote lleno de paraísos,

Pinceladas de luz evitando las lágrimas.

 

En los días del vino los silencios de un siglo

Son como aves nuevas llegando a nuestro lado

E impregnando de cielo sinfonías audaces,

Las mismas que nacieron cuando todo era infancia.

Las uvas primorosas inundan los lagares

Rechazando un ocaso muy torpe y distanciado.

 

En los días del vino renacen las miradas

Donde la seda virgen trae cimientos de lluvia,

Lencerías de gozo despreciando los páramos

Al recordar visiones de un futuro sin nadie.

Existen de repente amaneceres laicos,

Somnolencias prohibidas en geografías lánguidas.

 

En los días del vino hay una brisa nueva

Ahuyentando las sombras que antes nunca existieran.

Son los itinerarios de sonoros cristales

En medio de parterres remotos, ordenados.

Hay una sensación de plenitud incierta

Si todos los prodigios han llenado las copas.

 

En los días del vino, de orgullosas distancias,

El universo entero es algo hermoso y leve

En que la ociosa música, silencioso espectáculo,

Crea algún equilibrio de cometas o sables.

De pronto los minutos son detenidos siglos,

Abejas detenidas de miel inconfundible.

 

En los días del vino o en solsticio de otoño,

Con la fiebre en la mente de los enamorados,

Espadas invisibles desplazan los deseos

Estremeciendo el norte o desplazando oasis.

De vasos transparentes se deslizan los néctares

A los hermosos labios tan ansiados y quietos.

 

En los días del vino mil espejos distantes

Irán acumulando hogueras prodigiosas,

Resplandores diurnos sin heridas ni sábanas.

En lugares eternos de legendarios ángeles

El zumo de la uva será nuestro sustento,

Con vides renaciendo junto a tanta alegría.

 


ERA ENTONCES

 

Era entonces la vida un mundo adolescente

con la ilusión gozosa de ciertas primaveras.

y siempre algún futuro en la puerta de casa.

De repente llegaron las primerizas rosas

al espacio solemne de la lluvia imprecisa,

aquella que vivía más acá de las nubes.

Durante mil relojes de fuego y azucenas

se iban sucediendo los gestos de la carne

en esos territorios de innumerable afecto

donde aún es posible la delicia del viaje.

Trenes de cercanías, autobuses de flores,

automóviles limpios de intimidad intensa,

los vagones del metro y tranvías brillantes

iban almacenando los espacios recientes.

En tales latitudes de formales silencios

regresaban caricias que no existieron nunca.

Labios como manzanas se ofrecían amenos

con unos gestos breves de amor enardecido.

Cuando a veces llegaban los minutos solemnes

los florecidos pechos se ofrecían traviesos

con olor transparente a perfumados pétalos.

Pudimos iniciar recorridos ansiosos

siempre con los edenes emergiendo cercanos,

tal vez un recorrido de Sevilla a Madrid

inventando el placer más allá del paisaje;

un posible regreso de Israel o Berlín

con el miedo a volar entre nubes azules;

el recorrer los cielos de Moscú a Nueva York

sin más prisa que el sueño prendido en la solapa;

la cita en una esquina de Avenida de América

o más sencillamente cruzar las carreteras

de Cádiz a Gerona y de Almería a Oviedo.

Y después una cita con el deseo a punto

siempre de madrugada o tal vez a deshoras;

tardes en los jardines de historia moderada,

la misma que supone los abrazos ardientes;

universos pacíficos de sueños indecisos

en unas geografías de itinerantes pájaros;

el volver a la sierra donde los ruiseñores

viven en los pinares y en los patios de siempre.

Luego las despedidas con los sabores íntimos

dejando en las ventanas universos cerrados

o esperando los días de nuevas inquietudes.

Todo era el preludio de afiebrados encuentros

con la presencia limpia de las blancas almohadas

o el mundo renaciendo en preludios de un beso.

Y al fin los paraísos de obligada presencia

cuando la edad adulta es parte del futuro

renacen con impulso de recuerdo apacible.

Quedan las melodías dentro de los espejos.

 

San Vicente de a Barquera, 18-07-10.

 

© Manuel Quiroga Clérigo

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