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A través de un vidrio esfumado

por Enrique J. Decarti

 

Me gusta que Nahima vaya forjando su versión de las cosas. Me gusta que señale el monumento a la bandera y diga Ico . Que nunca quiera sentarse en ese banco de piedra, me gusta, porque l o ve y lo reconoce, es ése, no otro. Retrocede y se abraza a mis piernas: imita el sonido del lavarropas que, cuando centrifuga, la asusta. Me divierte que al policía de guardia los jueves le diga Babáu . Al perro policía le dice nene y otras veces (pero esto no me divierte), dice nene o nena señalando al vacío. Bajo la sombra del cartel municipal, se queda ensimismada. Una flecha roja ordena el sentido antihorario como sentido correcto de circulación.

Me tranquiliza que Nahima vaya tomando nota de estas cosas. La gente del Partido, en ese sentido ?valga la redundancia? es muy obediente. El problema son los extranjeros. Ellos vienen a nuestra plaza, exclusivamente, a caminar en dirección horaria. Es entendible o yo los entiendo. A la plaza van chicas y muchachos muy lindos y circular en sentido inverso es la única posibilidad de ver la cara de alguien, cruzar un saludo, pedir y que te den un número de teléfono. Hubo parejas que se formaron así, intercambiando datos a mitad de la plaza. Varios días de varios encuentros a contramano les llevó conocerse los nombres, las edades, las ocupaciones. Hasta que uno, al fin, decía: ¿Querés salir conmigo? , y en la vuelta siguiente el otro sonreía y decía , y en la siguiente el otro decía En aquel bar, y en la siguiente el otro decía Dale, y entonces cruzaban la calle y se sentaban a una mesa y pedían algo para tomar. Así conocí a mi mujer. La extranjera en sentido horario fue ella. Yo soy nativo, igual que Nahima, y yo dije Sí, y yo dije Dale .

Es que fuera de estos casos de extranjeros a contramano, la gente del Partido, lo único que conoce de sus vecinos caminantes, es el pelo. La nuca. La espalda y lo que sigue abajo. A lo sumo podrá mirarse de reojo a los que uno pasa o lo pasan caminando. Yo era de mirar bastante de joven. Desde la Intendencia y la Iglesia (así dicen), el intendente y el obispo en persona controlan que las relaciones no proliferen y menos con extranjeros. La Intendencia y la Iglesia tienen vidrios esfumados. Alguna vez me pareció ver una sombra y la luz de un cigarrillo, aunque no estoy muy seguro. Que aprueban y encubren la expulsión de extranjeros, no me consta. Me consta que, en general, los extranjeros no duran mucho. Es entendible o yo los entiendo. Quién no se cansa de ir a contramano del mundo intentando abrirse paso entre la gente que te encierra y hombrea hasta empujarte a la calle. Así es que la mayoría de los extranjeros termina atropellados. Eso es algo que sabemos todos y de lo que nadie habla, y tampoco yo debiera. Para mí, lo único que cuenta es que a Nahima no le llame la atención la multitud que camina la plaza. Se sabe cómo son los chicos. Un día de estos se escapa a contramano y quién me garantiza que no la confundan con un extranjero. Una vez soñé que la confundían. Me desperté gritando.

Por eso me gusta, que Nahima vaya forjando su versión de las cosas. Monumentos que se convierten en caballos. Bancos que se convierten en lavarropas. Policías que se convierten en perros y perros en nenes, quizá sea eso, lo que dicen, pasa, cuando la plaza se llena de sombras. Los chicos atropellados merodean imperceptibles, visibles sólo a los ojos de Nahima, de un año y meses, que no sabe hablar. Que el día que sepa no verá monumentos sino donde hay monumentos y bancos donde hay bancos. Policías y perros sin confusión. Gente caminando en sentido antihorario y después nada. La Intendencia y la Iglesia. Algún día, con suerte, una sombra. La luz de un cigarrillo, a través de un vidrio esfumado.

 


© Enrique Decarti


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