Mientras leía estos poemas de José Antonio Llera, recordé una “noticia” servida por uno de esos programas de televisión que, en busca del morbo, terminan, por lo general, cayendo en el ridículo. En la “noticia” en cuestión, se comentaba el miedo que había despertado en una comunidad de vecinos la presencia en el bloque de un hombre afectado por el síndrome de Diógenes, cuando el inquilino simplemente había reunido una biblioteca de siete mil volúmenes a lo largo de su vida, situación que sólo pudo ser interpretada por los honrados ciudadanos como síntoma de enfermedad. Quizás la acumulación de objetos sin criterio aparente sea un trastorno (sí; en ocasiones lo es, desde luego), pero el que despierta recelos, el que convoca al miedo social, es el que recoge el lenguaje, tanto como pueda, y lo hace entrechocar a la espera de los nuevos sonidos, de los nuevos escenarios. José Antonio Llera acepta en esta ocasión la posibilidad de su trastorno y vuelca en cada poema una descomunal riqueza léxica que desarrolla su propia anatomía, también su fisiología, en un proceso violento y, sin duda, consciente de lo que oculta al mostrarlo, de lo que muestra al discutirse, de tantos ángulos y ningún centro. El síndrome de Diógenes es, en mi bárbara opinión, la constatación de tantas presencias de las que no podemos desprendernos, de la búsqueda entre los nombres, de la poesía como hecho político. Y es, a un tiempo, presencia, búsqueda, política. Y poesía. Vamos, un trastorno a día de hoy.