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Dinero caliente
por Emilio Chapí Verdú

 

 

     La sala está a tope de emos, como una masa negra e informe de tentáculos que se retuercen y bailan al son de la música tristona del grupo; son como una pesadilla surgida de Lovecraft. Yo estoy al otro lado de la barra bebiendo un whisky con limón para celebrar lo bien que ha salido todo y sin poder quitarme de la cabeza las últimas palabras que el puto obeso nos ha escupido antes de soltar la pasta. —Al final, este dinero volverá a mi— maldito cabrón. Uno y Tres están un poco acojonados, creen que el gordo va a ir a por ellos, a Dos se la pela todo con tal de poder meterse su dosis. Yo, por mi parte, se a que se refiere así que no le tengo demasiado miedo. Utilizo los nombres que les asigné durante la operación, en realidad ya no sé ni cómo se llaman y no me importa demasiado.

Esta canción no está nada mal, el batería marca el compás con fuerza y se ve como suda bajo las ropas negras y llenas de remaches de metal; el resto del grupo se mueve al ritmo que les ordena, aporreando sus instrumentos sin dejar que el pelo les descubra la cara. No entiendo esa pasión por las ropas negras y las melenas sobre los ojos. Pero hay una cosa que alabar de estos emos y es lo sexys que son los vestidos de sus chicas. Joder, esos corsés victorianos, las faldas negras y las medias hasta mita muslo. Especialmente hay una que está cerca de la barra que hace que me vibre la bragueta. Debe tener diez años menos que yo y es pálida como un fantasma; enseña, por debajo de una faldita corta e hinchada, unas piernas preciosas cubiertas de medias a rayas blancas y negras. La veo acercarse a la barra con pasos elásticos y cansados, así que preparo mi mejor sonrisa mientras sus pechos me sonríen desde el escote.

     —¿Que te pongo preciosa?

     —¿Que eres, un puto pederasta? Ponme lo mismo que bebes tú.

     —Soy el dueño del local— La niña tiene cojones, pienso mientras le sirvo un whisky con limón super cargado en un vaso de tubo. —Invita la casa.

     —Lo que tu digas.— Parece enfadada y se marcha con el cubata, pero es todo fachada porque menea el culo mientras se aleja e incluso me enseña un poco las bragas negras por debajo de la falda. Me imagino lo que seria cepillármela en mi despacho sin quitarle la ropa, echarla sobre la mesa dándome la espalda y levantarle la falda por detrás y bajarle esas braguitas de encaje que le tapan el culo blanco y perfecto, pero hoy no tengo tiempo.

     Subo a mi despacho con otro whisky y me enciendo un cigarrillo mientras en la pista retumban los aplausos y los gritos de la multitud pidiendo un bis. Cuando heredamos este local de mi tío Pepe, el solterón, lo primero que pensamos fue en venderlo a toda prisa y repartirnos el dinero entre mi hermana y yo. Por aquel entonces trabajaba en una empresa de informática de programador sénior y una buena inyección de pasta no me habría venido nada mal. Empecé a venir con unos colegas a jugar a rol por las noches, teníamos la bebida que había dejado mi tío como parte de la herencia y podíamos estar toda la noche lanzando los dados y gritando. Poco a poco empecé a venir solo, me gustaba el aislamiento que me ofrecía. Cuando me di cuenta tenía todas mis cosas aquí, los cómics, las miniaturas, los libros, en fin, toda mi vida; así que le compre su parte a mi hermana. Al principio no pensaba usarlo de local, pero una cosa llevo a la otra y volví a abrirlo como sala de conciertos underground. Vienen grupos de heavy, punk, hip—hop, emo, y de vez en cuando algún concierto de jazz con una concurrencia ínfima y en los que no hago casi caja.  

     El grupo acaba de terminar su último tema de esta noche y se marcha entre aplausos y vítores mientras sus sucesores se preparan para saltar a escena, este es el momento de más actividad de la barra. Desde la ventana veo a los camareros corriendo de arriba a abajo con las bebidas, y lo que no son bebidas. Me recuesto en la silla y enciendo el flexo de la mesa. La luz ilumina mi espacio de trabajo donde descansa un tanque de los marines imperiales, pintado de blanco y negro, y al que solo le faltan las sombras y la iluminación. Por un momento me siento tentado de coger los pinceles y ponerme a ello, pero desecho la idea porque voy demasiado ciego y lo dejaría hecho un desastre. Lo sujeto con la punta de mis dedos, intentando minimizar la superficie de contacto, y le doy vueltas mirando todas las imperfecciones que debería corregir mañana. Entonces viene a mi memoria el cuerpo de aquella tía que me dejo pintarla desnuda en el sofá del despacho, recuerdo que apliqué rojo sangre mezclado con un poco de blanco hueso para dibujarle un tatuaje de "enano mata dragones" sobre las tetas. Luego, evidentemente, follamos en ese mismo sofá; llevé el dibujo copiado en mi pecho durante toda una semana.

     Empieza a vibrarme el bolsillo del pantalón, están esperándome en su coche a un par de calles del local. Agarró la bolsa de deporte repleta de dinero y salgo por la puerta de atrás. Mientras camino me doy cuenta de lo que pesan cuatrocientos mil euros, así que me cuelgo la bolsa al hombro y camino aun más rápido.

     —¡Cero!— Me grita Tres desde el asiento del conductor —Creíamos que te habías largado con nuestra pasta.

   — Que va— Le digo mientras le hago un gesto con la mano para que baje la voz— ¿Qué tal? ¿Preparados para recibir una buena cantidad de dinero limpio y en efectivo?

     —Si tío, ya era hora, llevamos esperándote un mes. —Me dice Uno desde el asiento del copiloto.

     El coche arranca y acelera alejándose del polígono. Dos está a mi lado en el asiento de atrás, tiene la cara roja e hinchada y la boca abierta, el muy cabrón esta babeando; va hasta el culo de ketamina.

     —¿Qué te parece si vamos primero a celebrarlo y luego, nos repartimos la pasta?

     —De puta madre.

     Yo ya sé que voy a hacer con mi parte, se lo que tengo que hacer para que ese gordo hipertenso no ponga sus garras otra vez en mi dinero; en cuanto a lo que hagan los demás me tiene sin cuidado, pero aun así pregunto.

     —Para empezar voy a comprarme un nuevo carro, le tengo echado el ojo a un BMW z3 que te cagas, una autentica belleza tío, una belleza. —Contesta Tres sin dejar de acelerar—. Con un coche como ese las tías pierden las bragas, te lo digo, hacen lo que sea por montarse en un carro así.

     —Y tu Uno, ¿Que vas a hacer tu? le preguntaría a Dos, pero está claro lo que va a hacer con su tajada. —Nos reímos todos incluido Dos, creo que no es del todo consciente de donde está.

     —No lo sé tío, darme la buena vida supongo. Lo primero será montar una orgía de una sola polla, no sé si me sigues; pillaré cuatro o cinco putas y, ¡Ale! a disfrutar.

   Menuda panda de inconscientes, pienso, que sueños más pequeños; coches, sexo, drogas; cosas materiales. Lo único que van a hacer con su dinero es devolverlo al lugar de donde lo han sacado todo lo rápido que puedan. Yo, en cambio, pienso usar ese dinero en algo simbólico, en algo más grande que todo eso, en una manifestación pura de la libertad que deberíamos tener.

     Hacemos la primera parada de la noche en pub de la plaza de Cánovas. Me da vergüenza andar con ellos por la calle, sobre todo con Dos que camina como un pato arrastrando los pies y babea encima de la gente que pasa por su lado. Entramos en el pub atestado, la música comercial resuena por toda la sala y por un momento echo de menos mí local y a mi chica emo de piel transparente. Uno está en la barra invitando a beber a un grupo de tías de bastante buen ver y que se unen a nuestro grupo. Están todas borrachas como cubas y los chicos parecen disfrutarlo, incluso Dos ha recuperado un poco la conciencia y mete mano a una chavala rubia con minifalda vaquera que se le ha sentado en el regazo. La noche marcha bien y una de ellas me pasa un porro que rechazo con la mano. Tenemos medio pub al rededor nuestro y bebiendo de gorra.

     —Pues yo sí que lo he probado una vez. —Empieza a contar una morenaza de ojos verdes, tiene la cara roja de vergüenza pero, aun así, piensa acabar su historia—. Estábamos una amiga y yo en una despedida de soltera, estábamos bastante borrachas y muy cachondas después de ver tanto paquete y tanto musculo en el "boys". Así que empezamos a besarnos y una cosa llevo a la otra. No estuvo mal, pero prefiero las pollas.

     Miro al resto de chicas, que sonríen con una mezcla de deprecio y envidia, mientras me enciendo un cigarrillo. Hay una de ellas que no sonríe y que baja la cabeza y en el acto se que es ella, ella es la que se lo monto con la morenaza, y lo peor de todo es que le gusto mucho más que el pene flácido de su novio. Me río hacia mis adentros y doy otro sorbo de mi copa, que, para ser whisky de doce años Glenfiddich, sabe a garrafón y del malo, muy parecido al que servía al principio en mi local.

     Uno me da codazos y señala con la cabeza a la chica que acaba de contar la historia.

     —Como me gustaría fichar a esa para mi orgía. —Yo le miro pero él no separa la vista del escote ni aun así lo maten. El desgraciado no está a la altura de una tía como esa; joder, si lleva un chándal lleno de agujeros de porro y huele a sudor mientras que ella es la quintaesencia de la femineidad y el buen gusto.

     —Veré a ver qué se puede hacer.

     Me levanto y le hago un gesto a la chica para que me acompañe hasta la barra. Ella me sigue como un perrito faldero; estaba claro que la historia solo la ha contado para ver si nos pescaba a alguno. Yo creía que buscaba a Tres, que es el más apuesto, pero se ve que no.

     —No entiendo tu camiseta. —dice señalando al dispositivo anti gravitacional   formado por un gato con una tostada atada a la espalda, realmente no esperaba que la entendiese. Estamos en la barra y, por un momento, me planteo explicarle el significado, pero desestimo la idea; podría llevarme toda la noche.

     —Has conseguido más de una erección con tu historia ¿Sabes?

     —Vaya, gracias, creo...

   —A Uno le molas, daría lo que fuese por irse contigo y con alguna de tus amigas. —Le miro fijamente a los ojos para recalcar mis palabras y hacerle ver que voy completamente enserio. Me siento dios sabiendo que, en este momento, puedo comprar a todos los que están en el bar; podría ponerles un bonito collar y llamarles Toto y aun así nos seguirían durante toda la noche.

   —Ya, bueno... Pero a mí el que me gustas eres tu— Se está acercando mucho y aplasta sus tetas contra mi— ¿Cómo te llamas, yo soy Ana?

   —Me llamo...— Hago una pausa porque me doy cuenta de que he estado a punto de decirle mi verdadero nombre—. Me llamo Cero

   —Que nombre más raro ¿Por qué os llamáis por números?

   —Es el número de lista que nos pusieron en clase. —Miento

   Veo que Tres se aleja del grupo y se dirige a la puerta, el muy cabrón se va a largar con la pasta.

   —Lo siento nena, tengo que irme, luego nos vemos. —Digo poniendo mi mejor cara de Bogart y me voy hacia la puerta.

     Sigo a Tres, lo veo salir del local y caminar hacia el coche, se va a llevar todo y a devolvérselo al gordo. Camino detrás de él escondiéndome como puedo entre la gente y los arboles mientras calculo las posibilidades de llegar hasta el coche antes de que lo arranque y se largue echando leches. Las luces del automóvil se iluminan al unísono al abrirse el cierre centralizado y Tres se mete en el asiento del conductor. Corro todo lo que puedo y me lanzo al interior del coche sin pararme a pensar que podría acabar en un enfrentamiento físico del que, con toda seguridad, Tres saldría victorioso llevándose como premio el dinero y mi orgullo.

     —¿Vas a algún sitió? —Le espeto encendiéndome un cigarrillo para disimular los nervios.

   —A hacerme una raya.— Tiene un buen puñado de polvo blanco desparramado encima de un CD —¿Creías que me iba a ir con la pasta? No tío, eso nunca Cero, somos colegas.

    Doy una larga calada como si no me importase nada de lo que esta diciendo.

     —Pero has hecho bien siguiéndome —Continua tras meterse una raya enorme por el orificio izquierdo—. Eres un tío listo, listo y precavido. Por eso eres el jefe. ¿Quieres?

     —No, no me va esa mierda. No deberías venir al coche. Mira Tres, si te ven yendo y viniendo del coche cada media hora van a pensar que aquí hay algo y   está claro que no queremos que nadie piense eso. Llévate la coca contigo, y si te pilla alguien ya veremos que hacemos ¿De acuerdo? Ahora lo mejor sería que fuésemos a otro lado.

   Salgo del coche con mi pupilo aleccionado y le pido que abra el maletero, quiero asegurarme que todo sigue en su sitio. Miro la bolsa y pienso en el momento en el que el empresario gordo se me acerco y yo creía que me iba a pegar. —Tú eres como yo— me dijo despidiendo una nube toxica con olor a puro y a coñac y dándome una palmada en el hombro que me hizo temblar entero. No soy como tu puto gordo, y nunca seré como tú.

     Cierro el maletero con fuerza y nos dirigimos al interior del pub a recoger al resto del grupo. Alguien propone ir a una discoteca de la malvarrosa y a todos les parece bien, incluido a mí. Así que me despido de las chicas.

     —Luego nos pasaremos por allí, ¿Vale?— Ana ha venido a despedirse de mí. Me da un beso en la boca y me acaricia el paquete con la mano. —Esta es Ester— Continua señalándome a la chavala con la que se monto el espectáculo lésbico.

     —Hola Ester, soy Cero. —Me empieza gustar el nombre de Cero. Me acerco y le doy un beso en los labios. Mientras me separo de su cara le digo —Lo sé todo y creo que deberías pensar en lo que sientes de verdad y dejarte de chorradas.

     Me largo de allí con mis chicos dejando a la pobre Ester muy confusa. Sé que está pensando en que su amiga Ana me lo ha contado, se que se está planteando si es hetero o gay. Salimos en tromba del local y nos incrustamos de nuevo en el coche que sale disparado con un séquito de automóviles a la zaga. Tres y Uno no paran de hablar, la coca los ha sacado de sus órbitas y ahora resuenan a la misma frecuencia.

     La radio escupe música House a todo lo que da el equipo pero a mí ya no me importa, voy tan ciego que incluso marco el ritmo golpeando la puerta por fuera con el puño mientras sujeto un cigarrillo entre los labios. Dos está hecho un ovillo a mi lado, parece que se ha dormido. Oigo gemidos provenientes de su posición, creo que está llorando, el tío debe de tener mono o algo así, no se mucho de la anatomía de los yonkis. Tres toma las curvas a toda velocidad y las ruedas chirrían como si estuviesen a punto de morir, no me fío nada de él y no acabo de tragarme el royo de la coca que me ha contado antes. De hecho no me fío de ninguno de ellos, son impredecibles, por eso los escogí para el trabajo.

     Estamos dentro de la discoteca. Uno y Tres bailan como locos rodeados de la panda de gorrones, que revolotean a su alrededor como un puto enjambre de moscas. Miro hacia arriba, hacia el cielo y hacia las estrellas, y pienso en la batalla del próximo miércoles contra Juan y Alberto, espero que no se alíen contra mí como la última vez; esos jodidos aliens pueden hacer mucho daño cuerpo a cuerpo. Estoy extremadamente borracho y aun así sigo bebiendo y fumando como si no hubiese un mañana, además todo este olor a carne, esta cantidad de chicas pululando a mí alrededor, joder, parezco el puto John Constantine, solo me falta la gabardina.  

     Tengo a Dos a mi lado, parece que ya se encuentra mejor, ha recuperado el color de la cara y ya no babea, lo cual es de agradecer. El tío esta absorto en su mundo de anestésico para caballos mientras sorbe su bebida y fuma, en realidad nos parecemos bastante.

     Capto una forma conocida por el rabillo del ojo, es Marta de la empresa para la que trabajaba. La tía era la causante de las pajas de media oficina y ahora está en su salsa bailando y moviéndose con una minifalda de lo más sexy. No puede verme, enviaría todo al traste, así que me escondo detrás de Dos y rezo para que no mire en mi dirección.

     —Es una noche cojonuda. —Me dice Dos arrastrando las palabras.

     —Si la verdad es que lo estamos pasando bastante bien.

     —Cero, tu eres un tío listo ¿Qué haces con una panda de perdedores como nosotros?

     —No soy mejor que vosotros, somos lo mismo. —Miento

   —No tío enserio, te he estado observando. No se te puede comprar con bagatelas, he visto como te ofrecían de todo y lo rechazabas. Tú buscas algo más, como yo; el problema es que yo me quede a mitad camino por el tema de las drogas. No vas a encontrar lo que buscas aquí, y lo sabes.

     —Yo creo que ya he encontrado lo que busco, lo tengo en el maletero del coche.

     —He estado pensando en lo que nos dijo el hombre al que le dimos el palo, y tiene razón; el dinero acabara volviendo a sus manos hagamos lo que hagamos. Piénsalo, el tío controla la mitad de los negocios de la ciudad, y cuando digo negocios no me refiero solo a cosas legales. Cada gramo de droga que nos metamos, cada puta que nos follemos, todo lo que gastemos acabara en sus manos antes o después. Lo único que ha hecho es darnos un préstamo que luego pagaremos con intereses.

     —Ya lo sé Dos, ya lo sé. Pero yo no pienso darle ni un solo céntimo de mi parte. Voy a darle donde más le duele aunque él nunca sepa que lo he hecho. No va a recuperar mi dinero. —Anuncio elevando la voz hacia las estrellas y él me mira con los ojos como platos.

   —Estas como una puta cabra. ¡Chapó! —Hace una reverencia mientras se quita un sombrero imaginario de la cabeza.

   Seguimos en silencio bebiendo nuestras copas y compartiendo un paquete de tabaco. Me cuenta que fue a la universidad y que salía con una chica preciosa con un cuerpo espectacular. La historia es la de siempre, ella le dejo después de ponerle los cuernos bien puestos con uno de sus amigos y el optó por clavarse una aguja en el brazo para superar la perdida; es una opción como cualquier otra. También me cuenta lo horrible que es trabajar de chapero para pagarse las dosis y lo que duelen las palizas de algunos clientes que se niegan a pagar. Siento pena por él, pienso que podría ser mucho más que un simple Dos, que podría tener un nombre y un futuro; pero sé que no es verdad y que su reloj corre desbocado hacia la meta.

     Son las siete de la mañana y la discoteca está desierta. Uno y Tres siguen dando botes en el centro de la pista con los colegas que han hecho esta noche y que van tan pasados como ellos. Bailar, meterse, bailar, meterse, están tan enganchados en el bucle "while(1)" que no me extrañaría que les diese un ataque al corazón aquí mismo. Hace un rato que no veo a Marta, así que me aventuro a ir al baño pensando que ya estoy a salvo. Meo copiosamente, mi vejiga se resiente de haberse retenido tanto. Llevo mi enésimo cigarrillo entre los labios y la boca me sabe a cloaca putrefacta, es como si hubiese lamido todo el suelo del local.

     Cuando salgo del baño me cruzo con ella, si no me hubiese detenido a mirarme al espejo ni la habría visto, pero no es así. Ella sonríe, me ha reconocido.

     —Hola... —Empieza a decir, pero yo la cojo de la cintura, la aplasto contra la pared y la beso con fuerza para impedir que diga mi nombre, como si oírlo   fuese a transformarme de nuevo en el pardillo que le miraba el culo cuando se levantaba para ir al baño.

     —Vaya si que has cambiado, en la oficina parecías tan tímido con tus gafas de pasta y el royo friky.

     —Si, ha llovido mucho desde entonces.

     La arrastro hasta los lavabos y nos encerramos en uno de los cuartuchos, el suelo está inundado de meados y restos de cubata, y nuestros zapatos crujen cada vez que nos movemos. Ella tiene mi polla en la mano y yo recorro su cuerpo de arriba abajo, besándole el cuello y los pechos. Nos separamos un segundo; ella se quita las bragas para que no acaben en el suelo empapadas con el orín de toda la discoteca. Mientras , saco un condón de la cartera, rasgo el envoltorio con desesperación y me lo pongo. Ya preparados se sube a horcajadas sobre mi y follamos de pie, la empujo con fuerza contra la pared para evitar caerme y nos movemos al unísono. La oigo gemir con más alto a medida que se aproxima al clímax y yo bombeo con más fuerza hasta que llegamos a la vez y lo suelto todo dentro de la goma.

     Mientras ella vuelve a ponerse las bragas, que ha sujetado en la mano todo el rato, y yo tiro el condón por el váter pienso que no es la primera vez que hace esto, que es toda una experta en follar en cuartos de baño de discoteca.

     —¿Tienes mi número de teléfono? —Me dice arreglándose el pelo en el espejo. —Porque estaría muy bien repetirlo algún día. La verdad es que esta faceta tuya no la conocía.

       —Sí, lo tengo apuntado por algún lado. Ya te llamare. —Le doy un fuerte beso que hace que se le arquee la espalda y que el pelo caiga en cascada casi hasta tocar el suelo y me voy, la dejo allí aun perpleja de lo que acaba de pasar.

         No me gusta haber estado tanto tiempo sin vigilar a los chicos, podrían haberse largado con mi parte y eso significa que el dinero volvería a las manos del obeso; pero ellos siguen allí, al lado de la puerta, esperándome para irse.

     —¿Te lo has pasado bien? —Me dice Uno. —Al final has sido el único que ha metido.

     —Si, no ha estado nada mal; ahora vámonos, tenemos un fajo de billetes que repartir.

     Salimos los cuatro por la puerta del local, andando en fila como si fuésemos cuatro vaqueros de una película del oeste saliendo de la cantina. El sol se refleja sobre nuestros rostros haciéndonos entornar los ojos.  

     —Podemos ir a mi casa a repartir la pasta, no es plan de ponernos a contar billetes en la puerta de una discoteca. —Dice Dos.  

     Aunque a mí no me convence la idea Uno y Tres están de acuerdo, así que volvemos al coche y aceleramos por las calles, otra vez. Uno y Tres se gritan mutuamente; discuten sobre cuál era la tía más buena del local y a cuál de los dos prefería, con cuál de los dos se había restregado más. Dos y yo los ignoramos mirando cada uno por su ventanilla. Dos parece nervios, alterado, como si supiese que algo malo iba a pasar; y así es.

     Se oye un chasquido justo a mi lado, apenas le doy importancia hasta que el coche empieza a derrapar; la rueda ha reventado y el coche gira sin control a cien kilómetros por hora. Y gira y gira y gira hasta chocar de frente contra una farola. Todo está lleno de sangre, trozos de plástico y ese olor característico del producto químico que se utiliza para hinchar los airbags en menos de treinta milisegundos. Miro a Tres, tiene la cabeza incrustada en el volante y la sangre cae a chorros, como una fuente, sobre la alfombrilla del conductor. Uno esta aun peor si cabe, en el momento del accidente llevaba uno de los pies fuera, asomando por la ventanilla; ahora, ese píe esta fuera, en la acera, a unos cien metros del coche; su cuerpo esta retorcido y sin vida en el asiento del copiloto. No sé cómo esta Dos, pero parece que está muerto también. Como puedo abro la puerta del coche e intento salir, algo me retiene; la mano de Dos esta agarrada a mi camiseta y tira de mi hacia adentro.

     —Lo siento tío. —Intenta articular una frase coherente pero la sangre sale a borbotones de su boca. —Pensaba daros el palo. En mi piso hay unos cabrones esperándonos.

     —No pasa nada Dos, no te preocupes, todo irá bien.

     —No soy Dos, me llamo Juanjo.

    —Tranquilo Juanjo, te vas a poner bien. —Le digo acariciándole la cabeza llena de protuberancias y sujetándole la mano; pero es mentira, ya está muerto.

     Salgo cojeando del coche, me he partido la pierna pero viendo el estado de mis compañeros tengo que dar gracias a dios de seguir vivo. El maletero está abierto de par en par, el impacto debe de haber roto el cierre. En el interior no hay ni rastro de la bolsa; busco frenéticamente entre las botellas rotas, cortándome las manos con las puntas afiladas de vidrio, pero sigue sin aparecer. Entonces me giro y la veo, está en la acera, en perfecto estado, como si alguien la hubiese dejado con sumo cuidado para que otro la recogiese. Corro hasta ella, la pierna me da pinchazos que me suben hasta la base del cráneo y que me hacen apretar los dientes; aun así sigo. Me cuelgo la bolsa del hombro y corro, corro hasta la playa y sigo corriendo, alejándome todo lo que puedo del coche siniestrado. Corro hasta que dejo de verlo, y, entonces, me desparramo en el suelo como si estuviese roto, como si fuese un pollo de goma con una polea dentro. Sigo jadeando exhausto en la arena, oigo a lo lejos las sirenas de las ambulancias, oigo todo como si estuviese allí, incluso oigo las arcadas del sanitario al ver el pie de Uno en la acera.

     Como puedo me incorporo, estoy temblando, me sangran las manos y la pierna me duele más y más a medida que desaparece el subidón de adrenalina. Aun así hago acopio de todas mis fuerzas y, después de vomitar en la arena, abro la bolsa de deporte. La cremallera se desliza a lo largo de su guía silenciosamente mostrando el interior rebosante de pasta. Alargo la mano, la sangre gotea sobre la bolsa manchando los billetes, rebusco en el interior hasta dar con uno de quinientos, al que prendo fuego, y me enciendo un cigarrillo con él. Miro con curiosidad la llama colorada a causa de la tinta antes de lanzarlo al interior de la bolsa con sus compañeros. Todo empieza a arder con fuerza y el calor de la hoguera me ayuda a dejar de temblar. El olor a billete quemado no es para nada como me imaginaba; al final he hecho con toda la pasta lo que pensaba hacer con mi parte.

     —No soy como tu gordo de mierda, nunca seré como tú.—Le grito al mar. —Nunca volverás a poner tus garras sobre este dinero, nunca, ¿Me oyes?

     Me desplomo hacia atrás y miro al cielo; es claro, despejado, todo lo azul que puede ser el cielo. Una triste y diminuta nube se pasea tranquilamente hacia el sur, avanzando como si nada hubiese ocurrido, como si no estuviesen todos muertos. Es una nube blanca y esponjosa como queso de untar; yo pienso en mi chica emo, en su precioso culo blanco y en sus braguitas negras.

 

 


© Emilio Chapí Verdú


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