í n d i c e  d e l  n ú m e r o


Visionarios de canícula
por  Juan Antonio Cadenas

 

Campo tostado inútil reseco. Se acercan ellos planos sin pronunciar gestos ni polvo de gestos ninguna otra violencia que colisione contra el llano amenazador más para las greñas que calzan de estraperlo adornadas del cutrerío y los colgajos mugrientos de la tierra y los frutos del tejer de la libertad y las otras falaces y grandiosas ideas de estropajo que germinaban del interior de sus tolas y ayatolás de cabezas de garrapata.

El grupo era de sarracenos banda de bandoleros desarmados “despistolados” “cuellipartidos” con las miradas dentro de aquellos pies huecos que la sangre había abandonado huyendo del laberinto de todos los caminos tiesa y “requetetostá”. Y francamente fría y polar.
 
El alto aunque eran soportales todos y aljibes rasgaba la boca como una elástica media luna y le chirriaban tres o cuatro minúsculos dientecillos puntiagudos y más negros que las cunetas de las uñas en las que aunque poco algo se podía desayunar antes de morir por última vez, quizá menos aún privados de los terrones con los que se disimulaba el hambre mejor aún la antropofagia aunque los jefes o cabecillas o los primeros dan dos veces siempre y siempre terminaba la cosa en dominación y autoridad "hippy" y no "hippy" cuando aquellas trenzas escuálidas rubias de rizos crispaban el aire de obediencia como volutas de Camell y se palpaba con un dedo y con toda la mano que aún quedaban clases. De Análisis Matemático.

Las ventanucas nazarenas descorridas atisbaban el olivar de adonde procedía aquella turba. Entonación de hombres inhóspitos inexplicables tan entrañables además de color de andares y colgajos que no tenían caballo ni pollino ni “amoto” que andaban a trancas como ellos y como a ellos se les descolgaban por los ojos la menesterosa improvisación de vitaminas dejándolos amoratados y profundos más que mortecinos real y puramente muertos como los suyos de los recién paridos entre los dedos de la partera y más valía así para él y para todos los trajes rotos y raros y tan ácidos tan que no parecían andrajosos pero que se les veía implantada toda la santa mierda del planeta como se les veía abofeteada la puta amargura del sudor del trabajo y el fango de la criminal esfera social donde siempre se recogen y destripan todos los horrores incluidos los del cándido Drácula aunque se simule la solidaria inseminación de patata nabo maíz y hasta del mismísimo oro ése de los relojes que dicen que son de oro que tampoco lo son al menos jamás para nosotros porque todo es una estafa monumental empezando por la trampa del vivir para morir.

De verlos sólo nos colgaba el tintineo al andar de su música de siempre y les parecía que con ello pesaban lo bastante como para hundirse en el fango. Y el cerebro se les abellotaba de observarlos con aquel paso cenagoso de buzo sumiso en las profundidades de la gigantesca lágrima de este valle de lástimas que encajar en la panocha aquello de sentirlos en el camino negro y macizo chorreando sangre de otoño sin saber siquiera entonar una abrupta oración o dos para la maldita santa bárbara bendita que en el cieno estás escrita con faltas de “ortografea” esa bien conocida ortografía que nos condenaba todos los días en que se nos quebraban las noches atormentadas y malpartidas mientras tronchados se precipitaban contra nuestras cabezas pedazos de un despiadado cielo sepulturero sepultador de la tierra matriz del disparatado sub-género humano y nos chorreaba por la nariz glacial el frío frío que no se ha compadecido ni amnistiado al hombre desde que le colocaron aquel insolente casco craneal prehomínido durante el remoto cavernario con el camisón de piedra.

Ellos tan hippy y beatnick tan clochard tan puros tan de visión menos achorizada que otras veces pero tan larga tan a distancia tan vidente televidente que los paletos de aquella mancha sucia embarrada se quedaban pegados sin capitar absolutamente nada nada de nada con sus tercas duras recias grandes testas de artestas del mendrugo de tierra y el sol a sol del último remiendo de la urbe a más de diez mil pasos de un mal vino de misa.

.- "Nos duele el hambre por todas partes y la desfachatez de todos nuestros cazurros..."

Metió un estirón fatalista.

.- "Me duelen estos pueblacos o pueblaznos y estos botijos"

Y engoló la voz.

.- "¡Ala, todos a predicar el alfabeto!"

.- "No nos entenderán, tronco"

.- "Es igual… Nos entiendan o no a todos nos ha de ser sobradamente inútil!"

.- "¡Joder, macho... eres peor que diós!"

 

Relato experimental de Juan Antonio Cadenas

 

 

 

© Juan Antonio Cadenas

49 ariadna